Sombrero de pluma
Enfermedades
Aturdida,
alterada y confundida, Catalina despertó ante el perpetuo ruido del timbre, vio
el reloj que tenía en su habitación y ya eran las dos de la tarde realmente no
esperaba a nadie ese día, abrió la puerta y era Beatriz, pero Catalina no la
reconoció pues el Alzheimer ya había empezado a penetrar en su mente.
- Hola Doña Cata – sonriente
- Hola, señorita – confundida –, ¿qué desea?
- ¿Señorita? Y esa formalidad Doña Cata ¿Qué no me recuerda?
- No, realmente no, ¿quién es usted?
- ¿En serio, no me recuerda? – preocupada
- Su cara se me hace bastante familiar, pero realmente no. Le repito, ¿qué desea?
- Soy Beatriz, la enfermera que ha estado ayudándole en sus tratamientos médicos y llevándola con Ceferino. También estuve cuando Julio, su hermano, agarró a Ceferino como bolsa de hielo, también sé del Alzheimer.
- ¿Por qué sabes esas cosas? ¿No serás una acosadora? – con poco miedo
- No soy ninguna acosadora ni nada por el estilo, mire, tengo algunas fotos de los viajes que hemos visitado juntas y con Don Cefe
- Señorita, no la recuerdo así que, por favor, váyase de mi casa o llamo a los de seguridad. No sé por qué la dejaron pasar.
- Mire, tal vez no me reconoce ahorita, pero trate de buscar en su mente si me ha visto, o incluso en un par de cosas que tenga en su casa.
- Realmente no creo que la hubiera conocido nunca, así
que le pido que se retire de la puerta de mi casa.
- Antes de irme, ¿Me puede hacer un pequeño favor?
- Dígame – dudosa
- Permítame pasar a su baño.
- Adelante, pero apresúrese.
- Gracias.
Beatriz pasó
al baño dejando sus cosas en la sala. Catalina estaba extrañada de Beatriz. Se
forzaba a recordar algo, aunque sea un recuerdo vagabundo por ahí en las partes
más recónditas. La curiosidad le ganó a Catalina y revisó la mochila de Beatriz.
En ella solo había medicinas, su uniforme de trabajo y también la hoja en la
cual Catalina había firmado el acuerdo que tenía con el programa “Abuelitos
por más añitos” y vio que la había firmado hace más o menos 6 meses. Con
cautela, guardó todas las cosas de nuevo en la mochila. Pronto, Catalina revisó
su celular en los contactos que tenía registrados y la tenía registrada como “Beatriz
enfermera”. Su curiosidad aumentó, así que revisó las fotos y casualmente
estaba en la mayoría de las fotos. ¿Quién sería esa persona?, ¿la conozco
tanto como ella dice?, son las preguntas que le rodaban en la mente.
El agua del escusado se
escuchó, Beatriz ya venía a la sala. Catalina actuó como si nada hubiera pasado
ahí. Tranquilamente se sentó en su sala, a un lado de las cosas de Beatriz.
- No se acordó de mí, ¿cierto? – preguntó Beatriz
- No la recuerdo, pero tengo muchas cosas suyas en mi celular – señalándolo –, lamentablemente no la recuerdo en lo absoluto, lo conveniente será que se vaya de aquí.
- La entiendo Doña Cata. En cualquier caso, mándeme mensaje por favor pues me preocupa su salud. Y no olvide que pronto tiene una cita médica.
- No te preocupes por eso.
Beatriz salió
del departamento de Catalina confundida ya que hace unos días estaba con ella
cuando pasó el incidente de Ceferino. Las cosas ya no son igual, pensé que
sería totalmente diferentes, se lo repitió Beatriz sin poderse sacar de la
mente el interrogante sobre lo que le pasó a Catalina. Pidió el ascensor para
bajar e irse. Estando en soledad y en un espacio tan reducido, recordó la
noticia dada a Ceferino. La cancerología no lo tomó para nada bien, lo dejó
terrible con aquella llamada. Antes de dirigirse al hospital, pasó a la casa de
Ceferino. Al arribar, estuvo más de diez minutos en la puerta tocando hasta el
cansancio y, lamentablemente, no encontró las llaves de la otra vez. Al
retirarse, Ceferino salió con una cara demacrada y deplorable, como si
estuviera borracho, pero a la vez de lo más sobrio posible, algo verdaderamente
confuso.
- ¿Qué le pasó Don Cefe? – aterrada
- Lo único que debió de pasar – tambaleando
- ¿Qué es lo que debió pasar?
- Destruirme antes de tiempo – triste –, así que adelanto el proceso antes de que esa enfermedad mortal pueda alcanzarme.
- No diga eso, todavía tiene tiempo para vivir – con ingenuidad
- ¿Cuánto tiempo me queda? – con enfado
- En los estudios realizados el cáncer está muy avanzado, su cuerpo todavía resiste. Si lo metemos de inmediato a las quimioterapias – lagrimeando –, probablemente podamos reducir el cáncer.
- ¿Y si no quiero hacer absolutamente nada?
- Si no quiere hacer nada – con lágrimas en los ojos –, para enero me sorprendería que siguiera con nosotros.
- Beatriz, – interrumpiéndola – te diré dos cosas. La primera, no quiero ser un estorbo nunca más para nadie, así que no quiero hacer nada de las quimioterapias. La segunda, quiero vivir el poco tiempo que me queda con mi querida amada.
- No se deje morir así – tambaleando la voz
- No me estoy dejando morir – interrumpiéndole nuevamente –, solamente estoy aceptando que próximamente moriré. Y no le temo a la muerte.
- Deje de decir eso, por favor.
- ¿Por qué? – cuestionándola – No tengo miedo de morir pues yo no soy de este mundo, solamente soy un recipiente prestado para que mi alma esté presente aquí para cumplir tan solo una experiencia o todo lo que conocemos como vida.
- Ya no diga eso, por favor.
- Está bien, por respeto a tu persona, lo dejaré de decir, pero también lo debes de aceptar.
- ¿Por qué no quiere someterse a quimioterapias?
- Hace tiempo, a alguien que consideré un amigo le dio cáncer, desconozco de su gravedad o no sé cómo se clasifica. Superó el cáncer luego de un par de sesiones de las quimioterapias, pudiéndole alargar la vida un par de meses. Lamentablemente le perjudicó ya que estaba en los huesos, murió al poco tiempo.
- Uno de los efectos de la radiación de quimioterapias.
- Dime con sinceridad, tú sabes de ese mundo, ¿qué probabilidad tengo de superar el cáncer?
- Siéndole realista – soltando lágrimas –, son pocas sino es que nulas.
- Ahí está tu respuesta, así que no quiero someterme a este punto. Quiero que quede estipulado contigo al dejarme morir con esa enfermedad.
- Si esa es su última voluntad – llorosa –, ¿qué piensa hacer?
- ¿Hacer de qué o qué? – molesto
- ¿Cómo aprovechará estos últimos meses?
- De primera estancia, pasar todo el tiempo posible con Catalina. Después, no sé.
- Lo de Catalina es sencillo, pero ¿no tiene algo más que quisiera hacer?
- Realmente no, creo que con lo que viví fue suficiente y ya no me quedaría nada más que desear en este plano terrenal.
- ¿Cómo quiere pasar sus últimos días? – sonriente
- Quiero estar en mi casa, olvidarme de mis problemas y enfermedades, beber todo el vino de mi cava o lo que me queda, quedarme recostado en mi cama fumando de una vieja pipa y dormirme lentamente y pensar que estoy dormido para no angustiarme de mi pronta muerte, pero dime ¿te puedo pedir un favor?
- Usted dirá, Don Cefe.
- Quisiera que tú estuvieras en mi último suspiro y, bueno, de lo demás. Tú eres mi única conocida que sabe todo de medicina.
- Me romperé en mil pedazos si lo veo morir y no quiero encargarme de lo demás por más que sepa de medicina.
- Eres la única en que puedo confiar, la única enfermera que conozco. No quisiera que un desconocido se encargue de lo poco que queda de mí.
- ¿Qué hay de Doña Catalina?
- Ella tiene suficientes problemas para estar pensando en mí, aunque quizás esté peor.
- ¿Qué problemas tiene? – preguntándole –, ¿por qué considera que ella estará peor?
- Supongo que por la partida de su hermano a Baja California y también sus enfermedades por la edad que nos aqueja.
- No se haga esas ideas, todos tenemos problemas, no significa que los problemas que uno tenga sean insignificantes.
- Aunque tienes verdad, no quiero preocuparla más de lo que está.
- Entonces ¿vivirá al máximo con ella y hará esas dos cosas que dijo?
- Sí, comprendes bien la idea – sonriente
- Ahora concluido este dilema, ¿me puede hacer un favor?
- Claro, dime
- ¿Ya podemos pasar a la casa? – tapándose la frente – Es que el sol está muy fuerte.
- Claro, pasa, perdona el que te tuviera aquí mucho tiempo.
- Gracias, y no se preocupe.
Pasaron a la casa. Beatriz
se quedó en la sala, dejando las cosas a un lado, mientras Ceferino pasó a la
cocina por dos vasos de agua. Regresó con los dos vasos y se sentó a un lado de
Beatriz preguntándole.
- Y si no es por molestar, ¿qué haces aquí?, según recuerdo hoy ibas a cuidar a Catalina, ¿no es así?
- Así es, pero en esta ocasión quiso estar sola – titubeando
- ¿Por qué titubeaste?
- No titubee. Solamente creo que quiere estar sola – evadiendo el tema – además de que casi me tengo que ir al hospital.
- ¿Y eso?
- Me castigaron por utilizar corrector a una hoja.
- No, me refiero al motivo por el cual no quiso que estuvieras con ella.
- Yo tampoco sé.
- ¿Y si vamos con ella? – sonriente – digo, no sé si te alcance el tiempo.
- Si usted quiere Don Cefe – dudosa –, pero estaríamos como visita de doctor, de entrada, por salida.
- Para luego es tarde – entusiasmado –, déjame tomarme un medicamento y listo.
Ceferino recogió
los vasos para irse a la cocina. En ese momento, el ruido de un teléfono se
hizo presente, era el celular de Beatriz. Para su sorpresa, era Catalina.
- ¿Bueno? – sorprendida
- ¿Beatriz? – pregunta
- Sí, dígame, Doña Catalina.
- ¿Por qué no viniste hoy?
- Sí fui, es más, usted misma me corrió porque no se acordaba de mí.
- ¿Con quién hablas Beatriz? – gritó Ceferino desde la cocina
- Con Catalina Don Cefe – contestó Beatriz
- No me acuerdo de que te corriera – volvió a hablar Catalina –, ni siquiera recuerdo el haberte visto el día de hoy.
- Sí Doña Cata, es más – bajando la voz –, recuerdo algunas palabras de lo que me dijo “Deje recordar un poco, pero realmente no creo que la hubiera conocido” y, después de pasar a su baño, me fui porque me lo pidió.
- ¿No me estás tomando el pelo? – dudosa
- ¿Por qué jugaría con eso?, realmente no me conviene el recibir un reporte de ustedes por no asistirlos en el programa.
- ¿Los podemos reportar? – sorprendida –, tomo nota – con risa maliciosa
- ¿Me reportará?
- Sabes que no, pero sí quisiera pedirte que vinieras, claro, si es que puedes.
- Claro, ahorita salgo para allá, pero a ver si no se le olvida de nuevo. Ahorita llegamos a su casa.
- ¿Quiénes llegarán?
- Es una pequeña sorpresa, ahorita nos vemos.
- Está bien – sonriente – ahorita nos vemos. Con cuidado.
Colgaron las dos. Ceferino
volvió a la sala para ya irse con Beatriz. Partieron hacia la casa de Catalina.
Arribaron al edificio y una novedad para nada agradable los recibió desde el
vestíbulo, el elevador estaba descompuesto. Ambos se quedaron pálidos al enterarse
que en una semana terminarían sus reparaciones. La única forma de llegar al
departamento son las escaleras; éstas parecían infinitas y dolosas, como si una
epopeya hacia los grandes cerros o montañas de una forma semejante a un castigo
divido pues si querían visitar a Catalina tenían que iniciar ese sufrimiento
momentáneo ya que ella radicaba hasta el último piso. Sin más, decidieron subir.
Comenzaron con ánimos y paso veloz; sin embargo, al estar en el décimo piso, sus
corazones salían de sus pechos y la respiración fallaba, mareos y esa sensación
de desmayo por el cansancio y esfuerzo dado. Beatriz sudaba como si estuviera
en el desierto de Sonora o Durango mientras que Ceferino quería vomitar. Al
llegar al quinceavo piso Ceferino ya estaba muriéndose en vida, faltaban cinco
pisos más para llegar al departamento de Catalina.
Ambos no
tenían aliento para continuar. Descansaron momentáneamente. De pronto, a
Ceferino le entró una llamada y era Catalina.
- Bueno, ¿Ceferino? – dijo Catalina
- Dime – jadea
- ¿Por qué estás respirando forzado?
- Estoy en el piso quince…de tu edificio – respira forzadamente
- ¿Estás subiendo las escaleras o qué?
- Sí – jadea – el maldito elevador no funciona – hace una pausa para tomar aliento – estoy aquí con Beatriz en el quinceavo piso.
- Deja voy a buscarlos.
- Sí, por favor, ella es la enfermera y yo la estoy reanimando. Estamos agotados.
- Ahora voy, adiós.
Colgó Catalina
y los fue a buscar. Bajó de forma veloz. Al llegar con ellos, ambos estaban recargados
en la pared del elevador, se encontraban sudorosos y abochornados a tal grado
que parecían cerezas. Se acercó hacia ellos para poderles ayudar.
- ¿Por qué están así? – dijo Catalina
- Jamás en mi perra vida había hecho tanto ejercicio como el día de hoy – dijo Ceferino
- Creo que somos dos – dijo Beatriz –, he caminado más que estos quince pisos, pero ya no aguanto mis piernas ni mis rodillas, mis pies están hinchados y no sé qué más tengo, me duele todo el cuerpo – jadeando
- Ya no caminen más, se van a infartar si dan un paso más – dijo Catalina – espérense a que se sientan mejor.
- Mejor dame un vaso con agua, ni siquiera puedo respirar bien – dijo Ceferino
- Entonces déjame tocarles a los vecinos para poder pedirles agua.
- Medicamentos si quiere, pero apúrele – contestó Beatriz –, hasta me duele la cabeza del esfuerzo.
Décimo segundo capítulo: Sombrero de pluma. Capítulo 12. (plumaalaireescritores.blogspot.com)
Décimo cuarto capítulo: Sombrero de pluma. Capítulo 14. (plumaalaireescritores.blogspot.com)
Créditos: Doctor Suavecito
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