Sombrero de pluma. Capítulo 12.

Sombrero de pluma

Berta y yo

Todavía recuerdo mi juventud desenfrenada, pero fuera de las fiestas y demás hay una parte que me duele, no importa cuántos años han pasado, aun de anciano. Hay un pasaje del cual nunca hablé hasta ahora que me estoy sincerando, mi hermana. Berta fue la novena de doce hermanos. Al contrario de todos mis hermanos, yo decidí irme del campo pues jamás me vi en el campo, quería probar suerte y superarme.
Aunque también, entre uno de los motivos del porqué me quise ir fue por culpa de un vil burro. Un día cualquiera, yo estaba trabajando en el corral y en éste siempre maltrataba a un burro pateándolo y diciéndole muchas groserías, realmente lo hacía por aburrimiento y, quizás, para matar el tiempo. Pero un día debió de hartarse de mí, decidió cobrarme todas las que le había hecho. Ese mismo día cuando, estaba dándole de comer, con su hocico soltó tremenda mordida agarrando mi dedo de la mano izquierda, quedé aterrado por aquel acto. Comencé a sollozar y suplicar que no me mordiera demás mi dedo y me dejara. Todavía recuerdo que le acaricié para que se apiadara de mí y me dejara en paz. El burro rezongaba y no me liberaba, creí que me respondía con negativas, méndigo burro desgraciado. Pasaron horas, las más eternas de toda mi vida, sentía inflamado mi dedo, en mi desesperación y al ver la negativa de soltarme el dedo, le agarré una oreja para mordérsela como él me mordía el dedo. Abrió su hocico y pude sacar el dedo, perdí un día entero con ese burro. Nunca pensé que un animal al cual creía idiota entendiera tanto y fuera tan rencoroso.
La otra motivante por la cual me quise ir fue porque no me gustaba el campo ni la vida de ahí. Un día, cansado de todo, cuando tenía quince años le dije a mi papá que me iba a la ciudad a vivir, recuerdo con exactitud sus secas y agrias palabras “vete con cuidado”. No me sorprendió su respuesta, él era así, frío y distante. Realmente nadie de ahí se preocupó de mí, no se extrañaron de la decisión y pensaban que también moriría en el trayecto o qué sé yo. Antes de partir, dudé pues me preocuparía por mi hermana Berta porque sufría de una enfermedad de la cual, en su momento desconocía por completo, ahora sé que era epilepsia. También tengo memorias de que cada noche se nos escapaba de la casa. Nunca supe del cómo se escapaba de la casa, jamás supe bien por cual hueco salía, nunca salía dos veces por el mismo lugar y si lo hacía, nunca pude verla.
Mis recuerdos de ella son pocos, casi nulos, la mayoría son de sus ataques epilépticos y de los rezos inútiles de mi madre. El único recuerdo que hasta el día de hoy viene a mi mente, según recuerdo, es uno de sus acostumbrados ataques fue tan fuerte que se mordió la lengua y se la cortó una pequeña parte, la sangre escurría por todos lados empapando lo demás. El último recuerdo que tengo de ella fue aquellas palabras que me dijo “Te quiero mucho Ceferino, ¿por qué mis papás no son como tú?”, en ese momento no supe que decirle y mis lágrimas empezaron a caer, solo alboroté su pelo y la abracé. Horas después recuerdo que mi hermana vino corriendo hacia mí, tropezó y se cayó, empezó a convulsionarse de una forma de la cual jamás había visto. Me aterró ver esa escena. Pronto, se escuchó un golpe como si se hubiera quebrado algo. Mi hermana dejó de convulsionar, dejó de moverse. Entre el poco pasto vi un líquido rojo que salía de su cabeza. Grité como nunca para llamar a mis padres. No se podía hacer nada, me rompí en mil pedazos. Fue el motivo suficiente para largarme de mi casa y no volver jamás, no quisiera revivir eso.
Lo único que me pude llevar de mi casa fue ropa limpia, una foto familiar y unas manzanas. Y, todo lo contrario, no los extrañaba y pude adaptarme a la soledad de forma rápida, prácticamente ya vivía solo allá en el campo. Lloraba por las noches por Berta, ese momento me acompañará hasta el final de mi existencia, pero espero encontrármela en algún punto cuando mi alma se vaya de este plano terrenal…
Pronto salieron las mil y una aventuras que me llevaron a los vicios y, bueno, el restante es historia…
El día que llevaron a Ceferino al hospital, estaba recordando aquella anécdota del burro. Sacó unos papeles de la recámara y, por casualidad, encontró la vieja foto de su familia, la cual se trajo hace cuantiosos años. Una tristeza en su interior aumentó, su mente se inundó de ideas suicidas tan características en personas de su edad.
Volvemos a la realidad que le sofocaba. Recogió su desastre cometido bajo el efecto del alcohol, guardó sus documentos, dejó la foto otra vez en el cajón olvidándose nuevamente de ella y esperando que las ideas se le olviden nuevamente. Barrió lo roto y trapeó la poca sangre que se notaba ante su incidente. Cuando apenas finalizó sus quehaceres, recibió una llamada de Beatriz.
  • Bueno – dijo – ¿y eso que me llamas?
  • Don Cefe, – angustiada – le llamo por un motivo no grato para ninguno de los dos.
  • Dime Beatriz, ¿qué pasó?
  • Perdone que lo moleste ahorita.
  • No te preocupes, dime – molesto
  • En sus estudios … pues … no sé cómo decirlo…
  • Dilo así, me estás preocupando – irritado
  • Creo que será mejor que se lo diga frente a frente
  • ¡Ya dime niña! – elevando poco la voz – Ya me llamaste, ahora dilo
  • Está bien – entre cortada la voz – en los estudios arrojaron que… tiene una masa extraña…
  • ¿Masa extraña?
  • Lo más probable es que sea cáncer…
La expresividad en el gesto en el rostro de Ceferino cambió para tornarse en su neutralidad, quedándose indiferente. El silencio inminente e incómodo perduró mucho tiempo sin tener respuesta por parte de Ceferino. La tensión se sentía en el aire de la habitación. El silencio se vio interrumpido por la voz de Beatriz.
  • No podría asegurarle que es cáncer, tendríamos que hacer ciertas pruebas y sé que es muy difícil tener esta situación Don Cefe – se le corta la voz – pero hay que ser fuertes.
  • ¿Fuertes? – contestó fríamente – Beatriz, toda mi maldita vida he tenido que ser fuerte y resistir, ante todo, ahora con esta noticia ¿¡CÓMO CREES QUE ME TIENE!? – elevando la voz – No sé qué voy a hacer ahora. ¡MI MALDITA VIDA FUE DE RESIGNACIÓN Y PRIVACIONES Y AHORA QUE PUEDO TENER UNA ÚNICA COSA QUE VALE LA PENA, LA MUERTE ME LO VA A ARREBATAR! – cesa el griterío comenzando a llorar
  • Perdón Don Cefe – también comienza a llorar –, sinceramente no hubiera comentarle esta noticia
  • No tienes que pedir perdón por nada – continua el sollozo
Entre lágrimas en los ojos, Beatriz colgó en un estado deplorable dejando muy mal a Ceferino siendo este que no podría creer lo que apenas le hayan comentado. Quedó impactado por la noticia del cáncer, quizás todos reaccionaríamos de la misma forma que reaccionó Ceferino o, bueno, no sabríamos cómo actuar en ese instante cuando te tienen que decir una noticia de esa índole en específico.
Ceferino se fue a su cuarto sin hacer su rutina habitual, apagó las luces de su cuarto y comenzó a llorar desenfrenadamente, se frotó la cara para limpiarse las lágrimas que parecían una cascada de alguna selva tropical o un enigmático caudal de lluvias torrenciales. Nunca cesaron aquellas leves y constantes gotas de agua que caían sobre su rostro, duraron hasta que pudo quedarse profundamente dormido, no de cansancio sino de pena.
No solo lloraba de esta reciente pena, sino también por sus muertos, especialmente de su querida Berta…



Créditos: Doctor Suavecito

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