Sombrero de pluma. Capítulo 10.

Sombrero de pluma

Hospital

Hospitales, los hospitales son lugares donde uno menos quisiera estar, desde que te intervengan por enfermedad o malestar o por cualquier cosa hasta sus altos gastos por una noche de internación. Ceferino despertó en una cama del hospital con una bata verde y sin su ropa, únicamente su calzón, cerca de una ventana, el cuarto estaba completamente solo y estaban las luces de la mañana prendiéndose, ¿Qué hice ayer?, se lo preguntaba una y otra y otra vez.
Pasaban muchos doctores y enfermeros, pero nadie que le atendiera. Al querer levantarse de la cama se dio cuenta que tenía una sonda puesta con un líquido transparente en la vena de la mano, pero por el movimiento le sacó un poco de sangre la cual fue subiendo por el fino tubo. Se percató de que tenía unas vendas alrededor de las muñecas, no supo qué había pasado.
El tiempo pasó, aproximadamente de una hora, Beatriz llegó y entró al cuarto dirigiéndose con él. 
  • ¿Qué me pasó? – alterado y confundido
  • Creemos que fueron muchas cosas, Don Cefe.
  • No me acuerdo de nada.
  • ¿Recuerda qué hizo?
  • Me puse a escuchar mi música en una bocina, me tomé mis pastillas, luego me bebí una botella de mezcal y vino, me sentí un poco mareado, después no sé qué me pastillas me tomé y de eso no recuerdo nada.
  • Pues efectivamente, en sus análisis salen altos niveles de alcohol y que se intoxicó con el medicamento cruzado más el propio alcohol, pero lo que no explica su historia es por qué tiene las heridas de un objeto pulso cortante en las venas de sus manos.
  • ¿Por eso es por lo que tengo estas cosas alrededor de mis muñecas?
  • Efectivamente, pero aún no sabemos el motivo de esa decisión tomada.
Volteó sus manos para verse las heridas. Por más que quería, no podía recordar el por qué se lo hizo. Le dolían un poco al moverlas.
  • No sé qué me pasó.
  • ¿Quiere que le diga lo que yo creo?
  • A ver, échalo.
  • Tal vez los medicamentos se le cruzaron con el alcohol que le afectaron la mente, fue a la cocina tomó un cuchillo, me marcó y colgó, luego se hizo las cortadas y, con la pérdida de sangre o sus bajos latidos, se desmayó.
  • ¿Crees que fuera eso?
  • Será muy fantástico creerlo, pero eso es lo único que se me viene a la mente.
  • Mira, mejor no quisiera saber qué fue lo que pasó por mi mente y prefiero hacerte otra pregunta.
  • Dígame.
  • ¿A qué hora llega la comida? – sonriente
  • Ja, ja, ja, ya es usted en todo el sentido de la palabra, en unos momentos le mando una orden para que le suban la comida.
  • Gracias, y la última pregunta ¿Me puedes atender tú? Es que ya no confío mucho en los enfermeros de los hospitales, luego son muy feos con nosotros. 
  • Mire, más bien es que estamos cansados, igual que en los asilos. Y ahora que tocamos el tema, ¿usted quisiera estar en un asilo?
  • Fíjate que yo si quisiera pasar mis últimos días en un asilo mínimo por personas que me atiendan.
  • ¿Nada más por eso?
  • Sí, realmente no le veo otro motivo, bueno, eso por lo que pienso y porque los mandan los familiares ahí.
  • No sería tan mala como para mandarlos al asilo a usted, o a mis papás.
  • Te veré en un par de años cuando sean una carga para ti.
  • No lo serán.
  • Créemelo, Beatriz, todos llegamos a ser una carga para alguien en algún momento de su vida o nuestra vida; de niños y adolescentes a nuestros padres, los hijos a sus padres cuando no se pueden valer por sí mismos o, en el peor de los casos, cuando los bebés de cuarenta años siguen viviendo con sus papás. Estos últimos si son parásitos de la sociedad.
  • De los últimos sí lo creo, ya de los adolescentes o los viejos no estoy tan segura de lo que dice.
  • Eres muy inteligente, pero te falta aprender de la vida.
  • Dejemos esta conversación para otro ratito, tengo que ir a hacer mi guardia.
  • Antes de que te vayas, quisiera pedirte un favor, dile a Catalina que estoy aquí.
  • Ya me le adelanté, le informé la noche que lo trajimos aquí.
  • ¿Cuántos días llevo aquí? – confundido
  • Con este sería el segundo día internado. No se preocupe pues su seguro lo cubre.
  • ¿Cuál seguro? – extrañado – Si el de la empresa me lo quitó hace un año diciendo que eran gastos inútiles.
  • El programa en el que estoy le cubre esto, pero ante otro accidente o percance de gravedad tan solo le cubren el 70% de todos los gastos.
  • Esos no dan paso sin huarache.
  • Ja, ja, ja, en eso tiene razón, pero por lo mientras no se preocupe, el doctor que lo atenderá y dará de alta se llama Benito.
  • Hace mucho que no escucho ese nombre, ¿Cómo es?
  • Mire, quisiera quedarme y platicar, pero ahora no puedo pues me tengo que ir antes de que pase mi jefa y me regañe.
  • Vete, vete, luego platicaremos.
Beatriz salió rápido del cuarto. Al poco rato, llegó un doctor con bata azul, era un tanto chaparro, con bigote y pelo cano, sus ojos eran verdes. Tenía un acento característico del puerto de Veracruz.
  • Buenas tardes, Ceferino, – con acento – vengo porque hay que hacerle unos exámenes para darlo de alta ante su despertar, ¿Ya le trajeron el protocolo del desayuno?
  • No, todavía no me han dado de desayunar.
  • Seguramente ya debe de venir su orden, pero antes tenemos que extraerle un poco de sangre.
  • ¿Cuánta sangre?
  • Tan solo requerimos quince mililitros, unos tres tubos.
  • ¿Y no podríamos postergarlo luego del desayuno?
  • Créame que no, requerimos que sea en ayuno posible. Proporcióneme su brazo para la venopunción, por favor.
El doctor sacó de su bata una camisa y aguja Vacutainer, rotuló los tubos de vacío con el nombre de Ceferino y número de cama. Colocó el torniquete a cuatro dedos del pliegue del codo, tomó unos algodones y los humedeció con alcohol de tapa roja. Desinfectó el área y picó con la aguja Vacutainer, se tardó más en la plática que la misma extracción. Ceferino se sintió mareado, el doctor le comentó que era normal. Una vez terminado el procedimiento, quitó el torniquete e instrumental para retirarse.
La eternidad pasó para Ceferino cuando le trajeron a una charola con una rebanada de pan integral, carne al vapor con chayotes hervidos sin sal, un atole insípido que prácticamente no tenía sabor, y una gelatina; sin importar el tan insípido sabor de la comida, comió como pelón de hospicio.
Terminó su comida, comenzó a dolerle la espalda y se desesperó, quería irse del hospital. En esos momentos que se encontraba moviéndose para poder acomodarse, vio que una pequeña paloma estuvo unos momentos en su ventana mirándolo sin más preocupación, parecía que la pequeña paloma le reconocía de hace tiempo. No pasó mucho tiempo para que la paloma se echara a volar. Esa visita diminuta fue la tranquilidad que buscaba Ceferino.
Durante toda la tarde no vio a Beatriz ni mucho menos al doctor, nadie había pasado a checar sus signos ni a cambiarle la sonda que se vació. Vio como el color naranja de la tarde fue suplantado por el azul oscuro de la noche. Su vejiga encontraba su capacidad máxima, no toleraba un momento más el quedarse ahí acostado, necesitaba ir con urgencia al sanitario. Por casualidad, Beatriz pasó por la entrada del cuarto de Ceferino, con señas hizo que viniera hasta él.
  • ¿Qué pasó, Don Cefe?
  • Ayúdame a ir al baño, no seas mala, ya no aguanto más.
  • Deje ver quien lo puede llevar.
  • ¡Tú ayúdame, solo ayúdame con la sonda! – suplicó – Ya no aguanto estar acostado y quiero ir al baño.
  • ¿Ya no aguanta más? Es que requiero ir por unas cosas para otro paciente.
  • Me estoy aguantando desde la tarde porque no pasaba nadie.
  • El otro paciente puede esperar, – interrumpiéndolo – vamos al sanitario, solo requiero que se trate de levantar y yo le sostengo la sonda.
Llegaron al sanitario más cercano. Ceferino entró con mucho cuidado mientras Beatriz se quedó afuera esperándolo. Beatriz se encontraba un tanto preocupada y angustiada. En esos momentos pasó Marcos, su jefe de la noche. Éste era un chaparrito con copete alto, barroso y dientón, y con un egocentrismo más grande que la Torre Latinoamericana. Marcos vio a Beatriz, se paró enfrente de ella y la confrontó reclamándole.
  • Disculpa, niña, ¿Qué haces aquí? ¡Ponte a trabajar!
  • Ya voy jefe, espere un momento.
  • ¿Qué quieres que te espere? ¿O qué? ¿Quieres que te lleve de la mano a trabajar? – altanero
  • No es eso, – molesta – es que estoy con un paciente de la tercera edad.
  • ¿Dónde está porque no lo veo?
Ya sea por casualidad o gracia, o incluso buena salud intestinal, Ceferino salió del sanitario dirigiéndose con Beatriz.
  • Gracias Beatriz por acompañarme – dijo Ceferino
  • No que no chiquitito – susurró Beatriz
  • ¿Qué dijiste? – pregunta Marcos
  • Nada jefe, – hablando con claridad – aquí está el paciente que le dije.
  • Si es que ya terminó de hacer sus necesidades, llévalo a su habitación y después te pones a trabajar.
Marcos se fue de ahí algo enojado. Beatriz con una gran sonrisa acompañó a Ceferino al cuarto. Al estar de nuevo en el cuarto, Beatriz le acomodó la sonda y Ceferino se sentó en la camilla para poder descansar su espalda.
  • ¿Te metí en problemas verdad? – preguntó Ceferino
  • No, con ese enano altanero le traigo ganas de darle un pisotón y apachurrarlo para dejarlo más chaparro de lo que está.
  • Y con tu peso con más razón – susurró
  • ¿Qué dijo?
  • Que con más razón por cómo te trató, más que enojo, me dio asco por sus barros. No entiendo cómo alguien así puede llegar a ser jefe.
  • Realmente yo tampoco sé cómo le dan puestos así a gente que no lo vale. Y, ahora que estamos solos, le voy a decir cómo le decimos, entre los enfermeros le decimos el preso.
  • ¿Por qué? – extrañado
  • Porque está detrás de los barrotes
  • ¡Qué asquerosos! ¡Ja, ja, ja! – se carcajeo fuertísimo – En mucho tiempo no me había reído así, ja, ja, ja.
  • Que se quede entre nosotros esto, luego me vaya a reportar por esos chistes, ja, ja.
  • Gracias por alegrarme la velada y, otra cosa antes de que te vayas a trabajar.
  • Dígame, Don Cefe.
  • ¿Le dijiste a Catalina que estaba aquí?
  • Creo que sí, realmente no lo recuerdo, ¿Por qué?
  • Quería verla de nuevo.
  • Sería mejor que no lo viera en el estado que está ahora, sería mejor que esté en su casa para que lo visite.
  • ¿Qué le dirás de mí y mi ausencia?
  • Mañana debo de ir con ella, le voy a comentar que está en el hospital con algo de delicadeza.
  • Dile que solo por medicina o invéntale otra cosa.
  • De todas maneras, querrá verlo en algún momento y, bueno, conociendo a la administración del hospital, lo van a dejar ir hasta el próximo domingo para cobrar más.
  • No puedes hacer los trámites para rápido.
  • Yo vi los papeles para que los sellen, pero quien sabe, espere hasta la mañana a ver qué pasa.
  • Vete a trabajar porque el enano altanero vendrá a explotarte con sus barros, ja, ja, ja.
  • Ja, ja, ja, ja. Adiós Don Cefe, recupérese pronto.
Beatriz partió del cuarto un poco apresurada, quizás fue por la presión de su jefe o los pendientes que tenía. Ceferino se acotó nuevamente e intentó dormir así postergando la idea de quererse ir del hospital. El tiempo se le pareció eterno, el reloj que tenía en su cuarto pareció detenerse por lapso amplio. Comenzó a dormitar, pero seguía consciente. El tiempo pasó y Ceferino se despertó por aquel doctor, eran seis de la mañana. No supo en qué momento pasaron tantas horas sin percatarse. El doctor le notificó sobre su alta, lo hizo vestirse para dirigirlo a la salida. Tuvo que firmar unos papeles sobre su estancia en el hospital. Ceferino le agradeció al doctor. Nuevamente estaba afuera, listo para dirigirse a su morada. Durante el camino se preguntaba el por qué había llegado y realizado esas acciones para que lo orillaran a terminar en el hospital.
Finalmente arribó a su morada, al entrar a su casa el verdadero motivo porque se había emborrachado y cortado las venas, había encontrado una vieja foto de su hermana, de su querida Berta…





Décimo primer capítulo: 
Créditos: Doctor Suavecito

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