Sombrero de pluma. Capítulo 9.

Sombrero de pluma

Asilo 1

Quien diría que el fin de nuestros días nos mandaran a algún asilo con demás personas que por casualidad se quedaron ahí o los mandaron al encierro que, muchas veces, son maltratados, Catalina tenía una idea así de los asilos y le aterraba quedarse en uno ya que había escuchado y oído muchas cosas malas de éstos.
Beatriz, como de costumbre, llegó a la casa de Catalina.
  • Hola Doña Cata.
  • Hola Beatriz, pasa, siéntate.
  • Gracias, y ¿Cómo está?
  • Bien, o bueno, más o menos, y tú, ¿Cómo estás?
  • En lo que cabe bien ¿Por qué está más o menos?
  • Pues no sé si te dije lo del Alzheimer.
  • Todavía me acuerdo, ¿Qué tiene? – preocupándose – ¿Se siente mal?
  • No, no es eso, más bien que uno de mis mayores miedos de anciana son los asilos o más bien, terminar en uno.
  • No son tan malos como parecen.
  • ¿En serio?
  • No, la verdad no, ¿para qué le miento?
  • No puede ser, pero dime, tú que eres enfermera ¿Cómo tratan a los pacientes del asilo?
  • Yo, en lo personal, pedí mi cambio a un asilo porque sí hay veces que maltratan a los viejitos de ahí.
  • Ya me metiste más miedo a esos malditos lugares – frotándose las manos – ¿Tú también los maltratas o qué?
  • No, no, ¿Cómo cree eso? No soy capaz de eso. Yo quiero mi cambio al asilo porque me dan algo de ternura a los adultos mayores a la par que yo quise mucho a mis abuelos.
  • Dime la verdad, niña.
  • Esa es la verdad.
  • La verdad no te creo, ¿Has trabajado en un asilo?
  • Sí, una ocasión hice un servicio de más o menos un mes en un asilo, aquí una señora treintona maltrataba a todos, hasta a mí me trató de lombricienta. Los viejitos que tenían enfermedades degenerativas o les dolían las articulaciones siempre les pegaba en las manos. Muy fea persona.
  • Ya me pusiste nerviosa – tragando saliva – ¿Qué tal si a mí me pasa algo así?
  • Mire, en dado caso que usted llegue por alguna razón a un asilo y me acepten el cambio, yo la voy a cuidar.
  • Que la boca se te haga chicharrón, – enojada – nunca quiero pisar uno de esos lugares.
  • Mire, vamos a visitar a un viejo amigo que trabaja en un asilo, vamos para que se quite esa idea.
  • Ya te dije que no iré – elevando la voz – y es mi última palabra.
  • ¿Acaso no quiere quitarse esa idea?
  • Me quedo con la idea que tengo, gracias.
  • Hagamos un trato.
Se silenció momentáneamente, Beatriz estaba sucumbiendo al lado apostador de Catalina.
  • ¿Qué trato? – pregunta curiosa Beatriz
  • Vamos al asilo donde trabaja mi amigo, si no son como cree deberá aceptar que no son tan malos.
  • ¿Y si son como me los imagino?
  • En ese caso tendrá todos los días sin falta tendrá aquí a Don Cefe.
  • Sabes hacer tratos Beatriz – sonriente –, ¿Cómo sabré si lo cumplirás?
  • ¿Cómo sabe que no lo haré? – alzando las cejas
  • Reitero, sabes hacer tratos, me parece.
  • Así que ¿Tenemos un trato?
  • Trato hecho.
Se estrecharon la mano y partieron de la casa de Catalina para el asilo que estaba cerca del hospital en que trabajaba Beatriz. Tomaron dos camiones hasta allá, al llegar, Catalina estaba algo nerviosa y preocupada, estaba sudando frío. En el vestíbulo vio a muchos ancianos, todos, sino es que la mayoría, de su edad. Tomó la mano de Beatriz por la preocupación que ahora tenía. Divisó a un anciano parecido a su hermano Julio, aunque era más panzón. Apretó fuerte la mano de Beatriz y ella le contestó.
  • Tranquila, no pasa nada.
  • Mira quien lo dice, – reclamándole – tú ya estas acostumbrada a tratar con geriátricos.
  • Busquemos a mi amigo.
  • Espera – interrumpe
  • ¿Qué pasa? ¿Se siente mal? – preocupada
  • No, no es eso, es que este lugar me atemoriza.
  • No se preocupe, mi amigo es muy buena gente.
Se registraron y recorrieron las instalaciones con uno de los trabajadores. El vestíbulo tenía un escritorio de madera muy elegante junto con unas macetas con pequeños pinos, el piso era grisáceo y las paredes estaban pintadas de café, tenía un pequeño jardín con flores blancas y rojas junto con un higüero, también bancas blancas. Al recorrer los largos pasillos éstos tenían lámparas ahorradoras, había un cuarto vacío donde entraron Beatriz y Catalina, el trabajador las esperó afuera. En este cuarto estaba algo amplio, parecía todo estar hecho de madera; una gran ventaba mostraba al pequeño jardín; contenía un baño blanco con gris, la porcelana del escusado parecía nueva, la regadera presentaba un poco de oxido. El cuarto en sí era pequeño. Al salir del cuarto, se encontraron al amigo de Beatriz, él suplantó al primer trabajador que las acompañaba.
  • Hola Betty – saludó Max
  • Hola Max, ¿Cómo has estado?
  • Bien, bien, ¿Y tú? – voltea la mirada – ¿Ella es tu mamá?, la recordaba diferente.
  • También estoy bien, y no, ella es una amiga que conocí por casualidad.
  • Bueno, y ¿una amiga?, me sorprende de ti, supongo que quiere quedarse en nuestra casa de retiro.
  • Quisieras, – contestó Catalina – prefiero quedarme loca antes de quedarme en uno de estos manicomios para viejos.
  • No crea eso señora, – responde Max – aquí tendrá atención personalizada, ayuda y tratamiento de sus enfermedades. Aquí se le apoyará en todo momento.
  • En mi casa yo me atiendo y es personalizado, la ayuda me la da Beatriz y con mis medicinas me las traen a mi casa. Gracias por su oferta, pero no gracias – sonriendo sínicamente
  • Mire, para que se quite esa idea, venga conmigo para ver el restante de las habitaciones y nuestros residentes – insistió
  • Vaya con él Doña Cata – dijo Beatriz – espero que le podamos quitar esa idea que tiene.
  • ¿Estás coludida con este matasanos? – enojada
  • No, podrá ser un matasanos, pero no estoy con él. Usted es muy inteligente y considero que puede tener una visión diferente de las cosas.
  • Quizás lo considere, pero no harán que cambie de opinión – dijo Catalina
  • Max, – dice Beatriz – por favor, te la encargo que tengo que hacer una llamada. Ahorita nos vemos en el vestíbulo.
  • No te preocupes, Betty, yo cuido a tu amiga.
Beatriz se retiró del lugar mientras que Catalina acompañó a Max. Él estaba diciéndole pequeños datos de lo ya recorrido. Pronto llegaron a donde todos los ancianos se reunían a ver televisión, éste cuarto tenía varios sillones individuales y tan solo un sillón en donde cabían cinco personas, una mesa de madera, en un rincón estaba una ventanilla de atención donde se recogía las medicinas de cada uno. En otro cuarto estaban los enfermeros y un doctor anotando las mejorías o empeoras de los residentes permanentes y dos policías quienes custodiaban la entrada. Siguieron recorriendo los pasillos hasta llegar a un cuarto con pelotas de yoga y pesas de no más de cinco kilos, se encontraban algunos fisioterapeutas con un par de viejitos. Salieron de esa habitación y pararon en el jardín pues Catalina lo pidió.
  • Te puedo preguntar algo – dijo Catalina
  • Dígame, señora.
  • ¿Cómo se cubre una cuota del asilo?
  • Bueno, tenemos que registrarla y pagar su estancia todo el tiempo que esté aquí, los familiares tienen que cubrirla cada mes.
  • ¿Y si queremos ayuda personalizada?
  • ¿Un enfermero en particular?
  • No tanto así, pero considero que es lo mejor.
  • Debe de pagar más para eso o como me gusta decir, entre más dinero más baila el perro.
  • Entonces entre más dinero les paguemos, o sobornemos, mejor será nuestro trato, ¿Por qué parece una cárcel?
  • No es una cárcel, más bien, entre más dinero metan a la alcancía más estarán asegurados.
  • Gracias por aclararme esa duda, o confirmarme los miedos.
  • ¿Se quiere internar aquí? – dudoso
  • No estoy interesada en estar aquí, pero lo consideraría.
  • Ya ve, ¿no que no era un manicomio o similares?
  • Nada más me está metiendo más miedo del que le tengo a este lugar, no he cambiado mi idea tan horrenda de este lugar.
  • Ja, ja, ja. No es un manicomio, aunque si tenemos a muchos locos por estas paredes, solamente que me da curiosidad esa insistencia casi incesante suya. Pero tampoco debe de tenerle miedo a este asilo.
  • No quiero seguir hablando del tema, por favor, ¿ya acabamos con el recorrido? – enojada – si es así, regresemos con Beatriz.
  • Vamos con ella.
Se levantaron del jardín para regresar con Beatriz, Max se adelantó para señalar el camino mientras Catalina iba despacio viendo el lugar. Catalina se detuvo enfrente de una habitación, vio como un enfermero le estaba golpeando y pellizcando a un viejito mucho mayor que ella, quería hacer algo, pero no pudo hacer nada pues Max la presionó para acelerar su paso. Regresó a donde estaba Catalina y cerró la puerta, con una sonrisa se puso detrás de ella y comenzó a empujarla para sacarla del lugar más rápido. Beatriz no vio la acción de Max pues continuaba hablando por teléfono. Beatriz finalizó la llamada para despedirse de su amigo con un abrazo caluroso para retirarse del lugar hacia el departamento de Catalina. En el camino de regreso estuvo inmutable, Beatriz se preocupó por ella, pero suponía que fue por la primera visita a un asilo. Al llegar, Beatriz le dijo a Catalina.
  • ¿Qué tal le pareció? – emocionada
  • Horrible, bastante horrible – espantada
  • ¿Por qué? – preocupada
  • Porque, aunque está muy bonito ese lugar, las personas ahí que cuidan ahí son horribles o se echaron a perder.
  • ¿Qué vio allá dentro o por qué dice eso?
  • Porque vi a un enfermero, más o menos de tu edad, que estaba golpeando a un anciano un poco más grande que yo y él no podía hacer nada, lo más curioso es que no sé porque no gritaba. Luego tu amigo me estaba empujando para que me apresurara y sacarme de ahí más rápido.
  • ¿Por qué no me dijo en el momento y le hubiera reclamado a Max?
  • Porque no quería que discutieras con él, pero prométeme algo antes de que mi mente se rompa más.
  • Dígame.
  • Que nunca, sin importar si mi enfermedad va acabando conmigo, nunca me llevarás a un lugar de esos, en ese caso llévame al hospital y quisiera morir viéndote antes de morir de pena o goleada por alguno de esos.
  • Se lo prometo, aunque este programa del gobierno acabe yo la seguiré cuidando y atendiendo.
  • ¿Y tú trabajo del hospital?
  • Obviamente cuando tenga mucho trabajo del hospital, no la podré venir a ver.
  • Mira, no te preocupes si en algún momento no puedes venir a verme, yo he estado sola en esta ciudad desde que tenía 18 años, sé cuidarme por mí misma.
  • Un momento por favor, me está entrando una llamada.
Se levantó para dirigirse hacia la puerta, la persona del otro lado de la línea estaba algo agitado, estaba entrado en pánico. La persona asustada era Ceferino, pero no sabía el por qué. Beatriz se despidió de Catalina para irse lo más rápido que pudo hacia la casa de Ceferino. Una vez estando ahí nadie le abría el zaguán, algo empezó a oler mal. En un acto desesperado, trató de saltarse el zaguán; sin embargo, debajo de un pequeño florero algo brillante relucía, Beatriz se agachó y recogió lo que brillaba, era la llave del zaguán y de la puerta de adentro. Al abrir las puertas, encontró a Ceferino tirado en la sala de su casa, las venas de las manos estaban sangrantes, tomó sus pulsos por el cuello y eran muy débiles, Beatriz le dio los primeros auxilios, sacó el celular y llamó al 911…






Créditos: Doctor Suavecito

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