Archipiélago.
Segunda isla
Isla de hielo
A mucha gente le gusta el hielo y el
frío, pero no creo que les sea grato quedarse varados en una isla hecha de
hielo sin tener un solo abrigo o ropa acogedora para soportar las bajas
temperaturas. Simón despertó un poco ajetreado, estaba temblando por el
insoportable frío que sentía en esos momentos, no hizo gran cambio su sudadera
que traía. El cuerpo se le estaba cansando de tanto que estaba temblando. Se
sentó por unos momentos y vio que a sus pies había unas bengalas normales y
otras a prueba de agua, unos pedazos de metal y cajas, pedacería de ropa y un
brazo humano congelado con manchas de sangre, se quedó intrigado por el brazo,
quería pararse para recoger las bengalas, pero le dolía excesivamente la pierna
y al revisarla tenía una gran herida profunda. No supo que hacer y se hecho a
morir.
- ¡AYUDA! – gritó desaforadamente
- ¡AY! – gritó Amaranta
- ¿Otra persona? – asustado
- Sí, yo pensé que ya no habría nadie ¿Se encuentra bien?
- No, tengo una herida en la pierna
- Déjeme checar
- ¿Es enfermera?
- Doctora, de hecho
- No te mentiré, su herida es muy grave
- Pero… – asustado – ¿Me podrá salvar la pierna?
- ¿Cree que se la pueda salvar?
- Supongo – entristecido
- Pues sí, gracias a las bajas temperaturas del lugar se puede salvar su pierna
- No me espante – aliviado – y ¿Me puede ayudar?
- Sí y no, no tengo los materiales adecuados
- Cúreme la pierna, no importa cómo
- ¿Seguro? Haré métodos muy rudimentarios
- Sí, no importa
- ¿Cómo se siente al caminar? – pregunta
- Siento entumidas las piernas
- Eso es normal – preocupada –, ahora las presentaciones formales, yo soy Amaranta, una joven doctora y actriz
- No se le ve cara de actriz, yo soy Simón y soy maestro de matemáticas
- A usted tampoco se le nota
- Mejor evitemos pelear y sigamos con la plática, ¿Sabe dónde estamos?
- No tengo ni la menor idea, pero será mejor movernos para no morir de hipotermia
- Hay que llevarnos las bengalas
- ¿Cuáles?
- Las que están cerca del brazo cortado
- Usted agárrelas
- Usted es la doctora
- Pero no soy doctora forense
- Estoy malherido
- No sea llorón, usted es el hombre
- Está bien, – fastidiado – yo las agarro
- ¿Alguna idea de dónde irnos?
- No sé, pero hay que movernos para evitar morirnos de frío
- ¿Estoy alucinando o esos pingüinos miden un metro? – pregunta Simón
- Hay pingüinos que miden eso
- Jamás los había visto
- Yo tampoco, es la primera vez que veo pingüinos en persona
- Está bien, – dice Amaranta – es la primera vez que veo a pingüinos así
- ¿Crees que hagan otras cosas inusuales?
- ¿Cómo qué? – preocupada
- No sé, por eso te pregunto
- Mejor no le juguemos al vivo y larguémonos de aquí
- ¿Te parece que nos vayamos del otro lado?
- Me parece perfecto
- ¿Sabrás qué hora será? – pregunta Amaranta
- No sé, pero hay que acampar
- No vamos a poder acampar con la tormenta
- Hay que buscar una cueva o hay que hacer un iglú
- ¿Crees que haya cuevas por aquí?
- No tengo ni la menor idea, pero después de ver a esos pingüinos voladores quizá haya
- ¿Qué probabilidad?
- Em… cincuenta, cincuenta
- ¿Cómo que cincuenta, cincuenta? ¡Eres matemático!
- Una cosa es ser matemático y otra es que lo utilice para la supervivencia
- Jaque mate mi querido matemático
- ¡Ya no puedo seguir caminando! – exclamó Simón – Tengo que descansar un poco – agotado
- ¿Tendrás las bengalas?
- Sí, todavía las tengo
- Saca una y préndela
- ¿Entraron por aquí? – preguntó
- Sí, además, nos puede servir de refugio
- Pero ¿Y si hay algo más allá adentro?
- Prefiero averiguarlo en lugar de morir congelado acá afuera
- Espero que tengas razón esta ocasión
- Del tiempo que nos conocemos, ¿Cuántas veces he fallado?
- No has fallado, pero sí te has dado por vencido desde que te encontré
Tsinakantli
(murciélagos)
La vio con desprecio por unos momentos y
decidieron entrar para cubrirse de la tormenta que acechaba. La entrada de la
cueva estaba rodeada por muchos picos de hielo y piedra, estaba resbalosa. Cada
vez que se adentraban más la cueva se hacía más caliente y oscura así que
prendieron otra bengala. En una parte de la cueva había unos grabados en las
paredes, ambos se quedaron extrañados e impactados al ver semejantes grabados
tan extraños, se parecían a los jeroglíficos.- ¿Sabes que podrían significar? – pregunta Simón
- Es la primera vez que veo esto
- ¿No contarán una historia?
- ¿Historia?
- Sí, a lo mejor esos pictogramas o jeroglíficos relatan una historia
- ¿Crees?
- Quizás
Y efectivamente, contaban una
historia similar a la de la primera isla. Los dibujos de las paredes estaban
relatando que en esa cueva había un antiguo chamán que se volvió loco y se
proclamó rey de los tsinakantli, lo encerraron en esa cueva y ahí se quedó
hasta que sus ayudantes voladores lo sacaron de nuevo, accidentalmente
descubrió la inmortalidad tras estar en esa cueva, aunque con cada milenio que
pasaba se iba debilitando más y más. Una cosa extraña fue que necesitaba la
sangre para conservar sus fuerzas.
- ¿Por qué no nos atacarán? – cuestionó Simón
- Duermen, creo – dudosa
- Esperemos que sigan así por mucho más tiempo
- ¿Crees que sean de los que beben sangre?
- ¿Hay murciélagos que no beben sangre? – sorprendido
- Sí, hay muy pocos que beben sangre
- Órale – asombrado – y respondiendo tu pregunta, viendo las condiciones de aquí, creo que son de los que beben sangre, específicamente la de pingüino
- ¿Habrá otros animales en la isla?
- No me metas miedo, si hay quizás los haya mucho más grandes que esos pingüinos o los murciélagos
- ¡Nuevos residentes! – exclamó una voz desde el techo
- ¿Dijiste eso? – Amaranta asustada
- Fuiste tú, – dice Simón – era voz delicada
- Quien habló fui yo – dice el ente
- ¿Quién eres tú? – pregunta Simón
- ¿Cómo sabes nuestra lengua? – pregunta Amaranta
- Sé su lengua porque los murciélagos me la dijeron, y el quién soy no es importante en estos momentos
- ¿Los murciélagos le dijeron nuestra lengua? – cuestiona Simón
- Así es querido hombre
- ¿Cómo sabe que no soy un adolescente o un anciano?
- El que no vea no significa que he perdido mis otros sentidos, tu voz delata demasiado e incluso puedo sentir tu herida
- ¿Hace cuánto tiempo estás aquí? – interrumpe Amaranta
- Es difícil saberlo, el tiempo en esta isla es extraño
- ¿Por qué? – ambos preguntan
- Pues desde la costa hasta mi cueva es un par de horas, y creo que lo notaron, mientras que en las islas restantes ya pasó casi dos días
- ¿Hay más islas? – curioseó Simón
- Entraron en un archipiélago de cuatro islas. La primera isla está muy habitada por flora y fauna únicas en el mundo. Ya conocen la segunda isla, mi isla. La tercera isla es igual que mi isla, pero está poblada por un desierto arenoso. Y la cuarta isla es una mixtura de todas las otras islas y viven algunos extraños e ingratos.
- ¿Extraños?
- Sí, alguna civilización perdida en el tiempo como yo
- ¿Por qué no fuiste con ellos?
- ¡ELLOS ME EXPULSARON CONDENÁNDOME A ESTA ISLA! – alterado – Pero los murciélagos me acogieron
- ¿Cuántos años tienes? – inicia Amaranta
- Tengo más de dos milenios, pero estoy muriendo lenta y dolorosamente
- Eso es imposible – susurró Amaranta – y ¿Cómo te mantienes vivo?
- Perdonen que no les diera, pero no creo que quisieran lo que me mantiene cuerdo en esta prisión helada
- ¿Qué es eso? – pregunta Simón
- ¡No le preguntes! – reclama Amaranta
- Deja que pregunte, no lo reprimas – dice relajado – y contestando tu pregunta, es una mezcla de la sangre de pingüino, de la otra humana que llegó con ustedes y de otros animales de mi isla
- ¿Bebe sangre? – asustada – ¿¡MATÓ A LA OTRA PERSONA!? – alterada
- Entonces, el brazo que vimos… ¿¡Era de una persona viva!? – impactado
- ¡No la maté! – inicia – Mis queridos murciélagos la encontraron ya muerta por una herida en el pecho, también estaban esperando que tú – señalando a Simón – te desangraras para traerte conmigo, pero veo que ya viniste voluntariamente
- Tenemos que irnos – susurra e interfiere Amaranta – muchas gracias por aclararnos las preguntas – temerosa
- ¿Por qué la prisa? – con una gran sonrisa – Quédense, apenas llegaron y no creo que puedan llegar con esa pierna malherida
- ¿¡Qué es esa cosa!? – gritando
- No lo sé – asustada – quizá ya sea nuestro fin
- ¡Hay que subirnos a ella! – grita Amaranta
- ¡Estás loca! – replica Simón – No sabemos qué sea esta cosa
- Es la ballena terrestre o al vampiro ártico
- Buen nombre, vampiro ártico
- ¡VÁMONOS! – alterada
- Está bien – dijo Amaranta – ya nos bajamos
- ¿Qué está diciendo?
- Que nos bajemos
- ¿Para qué?
- No sé, no habló ballena o sea lo que sea esta cosa
- ¿La esperamos? – dice Simón
- Hay que descansar, ya me estoy sintiendo mal
- ¿Por qué?
- Por la falta de glucosa
- ¿De la qué?
- Que me hace falta comer
- Ah, a mí también
- ¿Para nosotros? – preguntó Amaranta
- Queridos, – inicia – parece que se encontraron con una bolsa de grasa, creo que es el último de su especie, ¿Cómo sabrá su sangre? Hace más de quinientos años que no pruebo su sangre
- ¡Déjanos ir por favor! – suplica Simón
- ¡No seas joto! – reclamándole
- No se podrá hacer eso – contesta el vampiro
- ¿Por qué? – pegunta Simón
- Pues si se van y no obtengo su sangre me moriré
- ¡Sádico! – agrega Amaranta
La huēyimichin se enojó, dio un paso hacia atrás para tomar
impulso, se abalanzó sobre los tsinakantli y el vampiro ártico. El vampiro
evitó el cuerpo con excepción de un coletazo que le alcanzó a dar, lo que hizo
fue romperle el rubí de la banda y empezó a perder sus fuerzas, se empezó a
desinflar como globo y los tsinakantli lo cubrieron de la tormenta, se derrumbó
impactándose fuertemente sobre el hielo. Los tsinakantli intentaron reconstruir
el rubí para que su amo no muriera, pero ya era inevitable. Antes de que irremediablemente
muriera mandó a un pequeño tsinakantli a seguirlos de cerca.
Tormenta
La huēyimichin seguía elevando la velocidad para escapar de los tsinakantli,
seguía muy asustada por la emboscada. Simón y Amaranta ya estaban demasiado adoloridos por
los saltos de la huēyimichin, pero se empezó a agrietar el suelo de
la isla. Llegó un momento en que fue demasiado el cansancio de la huēyimichin que dejó de correr y se pegó al suelo, pero se deslizó por la gran velocidad a la que iban, el frío invernal les pegaba duramente en la cara, todo
estaba relativamente tranquilo hasta que unos fuertes crujidos se hicieron
presentes.- ¿Qué es eso? – preguntó alterado
- ¡EL HIELO! – gritó Amaranta
- ¿Qué hacemos?
- Si la ballena se despierta estaremos bien, no creo que flote con nuestro peso
- Y tampoco creo que soportemos las bajas temperaturas del agua
- ¡No te muevas! – angustiada – El peso junto con el movimiento puede que nos hundamos hasta el fondo
Simón tragó saliva. Las grietas se
fueron haciendo más grandes y profundas hasta que ese pedazo de hielo se
transformó en una pequeña tapa flotante, pensaron que se habían salvado ¿O no?
- ¿Estás bien? – pregunta Amaranta
No pudo contestar por el susto del
ataque de tsinakantli y porque vio muy cerca el fin de su, según él, preciosa
cara. La huēyimichin se
recuperó y
quiso caminar hacia la costa, pero se hundieron y la capa de hielo les impidió
volver a la superficie. Amaranta y Simón se estaban ahogando mientras que la huēyimichin los miraba con curiosidad
pues no sabía
que decían o
querían,
simón
comenzó a
ponerse morado por la falta de aire hasta que se desmayó, Amaranta no se puso
morada, pero también se desmayó sin más. La huēyimichin los tomó
con su hocico y nadó
rápidamente
hacia la costa. Aparecieron múltiples
totoxolotl y se acercaron demasiado a ella pues querían comerse a nuestros protagonistas,
pero la huēyimichin los
protegió con
sus pequeñas
patas y su descomunal peso hasta que se alejaron.
- ¿Qué pasó? – forzadamente
- Moriste, pero la ballena te reanimó
- ¿Morí? – confundido
- Sí, no tenías latidos
- ¿Morí? – impactado
- ¡Sí! – molesta
- Gracias ballenita
- Ahora, ¿Qué hacemos? – pregunta Simón
- Tenemos que largarnos de la isla
- ¿Hacia dónde?
- No sé
- No sé si me entiendas, – mira a la ballena – pero necesitamos salir de aquí, necesitamos irnos a la isla donde existe esa civilización que dijo el vampiro ártico ¿Puedes llevarnos?
- ¿Será que esa ballena es inteligente? – pregunta Simón
- Si eso no es inteligencia, quizás sea lealtad
- Pero ¿Lealtad por qué? – dudando – Apenas nos conoció
- Los animales son puros de corazón y no tendrían más para ayudarnos, no son como nosotros
- La mayoría – metiendo cizaña
- ¿Sabes hacia dónde vamos? – cuestionó Amaranta
- ¿Por qué habrá mucha neblina? – dice Simón
- A lo mejor estamos pasando las lejanías de las islas
- ¿Dónde nos llevará? – temeroso
- No sé, pero confío en este ballenato
- ¿Todavía tienes la bengala? – Amaranta susurrando
- La última – responde
- Ve sacándola por cualquier cosa, no sabemos qué cosa puedan ser lo que está acá adelante
- Totoxolotl. Pingüino.
- Tsinakantli. Murciélago.
- Huēyimichin. Ballena
Comentarios
Publicar un comentario