Archipiélago. Segunda isla. Octavo cuento.

Archipiélago. Segunda isla

Isla de hielo

A mucha gente le gusta el hielo y el frío, pero no creo que les sea grato quedarse varados en una isla hecha de hielo sin tener un solo abrigo o ropa acogedora para soportar las bajas temperaturas. Simón despertó un poco ajetreado, estaba temblando por el insoportable frío que sentía en esos momentos, no hizo gran cambio su sudadera que traía. El cuerpo se le estaba cansando de tanto que estaba temblando. Se sentó por unos momentos y vio que a sus pies había unas bengalas normales y otras a prueba de agua, unos pedazos de metal y cajas, pedacería de ropa y un brazo humano congelado con manchas de sangre, se quedó intrigado por el brazo, quería pararse para recoger las bengalas, pero le dolía excesivamente la pierna y al revisarla tenía una gran herida profunda. No supo que hacer y se hecho a morir.

Amaranta despertó temblando por el frío que calaba los huesos y no sentía las piernas, pensó que era por el frío. No tardó mucho en levantarse y empezó a caminar para desentumirse. En su caminata vio algunas maderas flotando cerca de la costa, pero nada de comida. Encontró a Simón acostado con su pantalón levantado y al brazo cortado, pensó que había muerto desangrado. Se le acercó.
  • ¡AYUDA! – gritó desaforadamente
  • ¡AY! – gritó Amaranta
  • ¿Otra persona? – asustado
  • Sí, yo pensé que ya no habría nadie ¿Se encuentra bien?
  • No, tengo una herida en la pierna
  • Déjeme checar
  • ¿Es enfermera?
  • Doctora, de hecho
Lo revisó y le sorprendió que no hubiera muerto desangrado, aunque recapacitó y quizá por el agua helada junto con las bajas temperaturas del ambiente le paró momentáneamente el flujo sanguíneo.
  • No te mentiré, su herida es muy grave
  • Pero… – asustado – ¿Me podrá salvar la pierna?
  • ¿Cree que se la pueda salvar?
  • Supongo – entristecido
  • Pues sí, gracias a las bajas temperaturas del lugar se puede salvar su pierna
  • No me espante – aliviado – y ¿Me puede ayudar?
  • Sí y no, no tengo los materiales adecuados
  • Cúreme la pierna, no importa cómo
  • ¿Seguro? Haré métodos muy rudimentarios
  • Sí, no importa
Amaranta lo llevó cerca del agua helada y con mucho esfuerzo arrancó un pedazo del pantalón de Simón. Tomó una de las maderas y la enrolló con la parte que arrancó de su pantalón. Durante su rudimentario y cuestionable procedimiento pudo atenderle la herida. Simón tomó el palo más grande y lo utilizó de bastón para poder caminar.
  • ¿Cómo se siente al caminar? – pregunta
  • Siento entumidas las piernas
  • Eso es normal – preocupada –, ahora las presentaciones formales, yo soy Amaranta, una joven doctora y actriz
  • No se le ve cara de actriz, yo soy Simón y soy maestro de matemáticas
  • A usted tampoco se le nota
  • Mejor evitemos pelear y sigamos con la plática, ¿Sabe dónde estamos?
  • No tengo ni la menor idea, pero será mejor movernos para no morir de hipotermia
  • Hay que llevarnos las bengalas
  • ¿Cuáles?
  • Las que están cerca del brazo cortado
  • Usted agárrelas
  • Usted es la doctora
  • Pero no soy doctora forense
  • Estoy malherido
  • No sea llorón, usted es el hombre
  • Está bien, – fastidiado – yo las agarro
Se agachó sin doblar las piernas y metió las bengalas en su pantalón, con dificultad volvió a levantarse y dijo.
  • ¿Alguna idea de dónde irnos?
  • No sé, pero hay que movernos para evitar morirnos de frío
Fueron caminando sin rumbo fijo y a paso muy lento por Simón. En su camino no se encontraron más que un desierto y costa de hielo hasta que encontraron a un grupo de totoxolotl particulares ya que medían un metro, se paseaban más en tierra que en agua.
  • ¿Estoy alucinando o esos pingüinos miden un metro? – pregunta Simón
  • Hay pingüinos que miden eso
  • Jamás los había visto
  • Yo tampoco, es la primera vez que veo pingüinos en persona
En eso, un totoxolotl sale disparado del agua y en lugar de estrellarse bruscamente, planeó sobre el hielo pues tenía una pequeña capa de plumas que unían sus alas con los costados del animal. Todos los totoxolotl tenían esa adaptación de plumas. En esta isla los totoxolotl pueden volar.
  • Está bien, – dice Amaranta – es la primera vez que veo a pingüinos así
  • ¿Crees que hagan otras cosas inusuales?
  • ¿Cómo qué? – preocupada
  • No sé, por eso te pregunto
  • Mejor no le juguemos al vivo y larguémonos de aquí
  • ¿Te parece que nos vayamos del otro lado?
  • Me parece perfecto
Se fueron a lado contrario de los totoxolotl, comenzaron a adentrarse a la isla, el hielo ya estaba siendo suplantado por cúmulos de nieve y escarcha, el paisaje estaba cambiando drásticamente pues se estaban agradando piedras congeladas, pedazos facturados y las tormentas de nieve. El tiempo parecía no pasar por ahí, sobre todo que las nubes de tormenta que rodeaba toda la isla impedían la vista al sol.
  • ¿Sabrás qué hora será? – pregunta Amaranta
  • No sé, pero hay que acampar
  • No vamos a poder acampar con la tormenta
  • Hay que buscar una cueva o hay que hacer un iglú
  • ¿Crees que haya cuevas por aquí?
  • No tengo ni la menor idea, pero después de ver a esos pingüinos voladores quizá haya
  • ¿Qué probabilidad?
  • Em… cincuenta, cincuenta
  • ¿Cómo que cincuenta, cincuenta? ¡Eres matemático!
  • Una cosa es ser matemático y otra es que lo utilice para la supervivencia
  • Jaque mate mi querido matemático
Siguieron caminando durante mucho tiempo, Amaranta se estaba preocupando porque la herida de Simón se podría agravar y, sobre todo, se estaba poniendo un poco morada.
  • ¡Ya no puedo seguir caminando! – exclamó Simón – Tengo que descansar un poco – agotado
  • ¿Tendrás las bengalas?
  • Sí, todavía las tengo
  • Saca una y préndela
Ambos se sentaron y se abrazaron, prendieron una de las bengalas y esperaban morir en el frío de la tormenta que los asechaban. Simón comenzó a dormirse, el dormir sin soñar lo que señalaba la muerte y Amaranta no lo dejaba dormirse, hubo ocasiones en las que tuvo que darle cachetadas para que se despertara. Segundos después, un par de tsinakantli blancos salieron de la nieve, eran casi idénticos a los otros tsinakantli, pero la diferencia más notoria es que eran blancos y muy velludos para soportar el intenso frío que ahí azotaba. Las tozan voladoras tomaron la bengala y se la llevaron. Simón, con sus últimas fuerzas, se levantó y corrió lo más rápido que pudo detrás de ellos, Amaranta siguió a Simón. Los tsinakantli entraron a una cueva con picos filosos en la entrada, Simón se detuvo y Amaranta lo alcanzó.
  • ¿Entraron por aquí? – preguntó
  • Sí, además, nos puede servir de refugio
  • Pero ¿Y si hay algo más allá adentro?
  • Prefiero averiguarlo en lugar de morir congelado acá afuera
  • Espero que tengas razón esta ocasión
  • Del tiempo que nos conocemos, ¿Cuántas veces he fallado?
  • No has fallado, pero sí te has dado por vencido desde que te encontré

Tsinakantli (murciélagos)

La vio con desprecio por unos momentos y decidieron entrar para cubrirse de la tormenta que acechaba. La entrada de la cueva estaba rodeada por muchos picos de hielo y piedra, estaba resbalosa. Cada vez que se adentraban más la cueva se hacía más caliente y oscura así que prendieron otra bengala. En una parte de la cueva había unos grabados en las paredes, ambos se quedaron extrañados e impactados al ver semejantes grabados tan extraños, se parecían a los jeroglíficos.
  • ¿Sabes que podrían significar? – pregunta Simón
  • Es la primera vez que veo esto
  • ¿No contarán una historia?
  • ¿Historia?
  • Sí, a lo mejor esos pictogramas o jeroglíficos relatan una historia
  • ¿Crees?
  • Quizás

Y efectivamente, contaban una historia similar a la de la primera isla. Los dibujos de las paredes estaban relatando que en esa cueva había un antiguo chamán que se volvió loco y se proclamó rey de los tsinakantli, lo encerraron en esa cueva y ahí se quedó hasta que sus ayudantes voladores lo sacaron de nuevo, accidentalmente descubrió la inmortalidad tras estar en esa cueva, aunque con cada milenio que pasaba se iba debilitando más y más. Una cosa extraña fue que necesitaba la sangre para conservar sus fuerzas.

Siguieron entrando en la cueva, la segunda bengala se terminó y prendieron la penúltima bengala que tenían. Los garabatos se terminaron y los tsinakantli estaban apareciendo en el techo colgados, pero no hacían nada, parecía que estuvieran dormidos o en un estado de hibernación.
  • ¿Por qué no nos atacarán? – cuestionó Simón
  • Duermen, creo – dudosa
  • Esperemos que sigan así por mucho más tiempo
  • ¿Crees que sean de los que beben sangre?
  • ¿Hay murciélagos que no beben sangre? – sorprendido
  • Sí, hay muy pocos que beben sangre
  • Órale – asombrado – y respondiendo tu pregunta, viendo las condiciones de aquí, creo que son de los que beben sangre, específicamente la de pingüino
  • ¿Habrá otros animales en la isla?
  • No me metas miedo, si hay quizás los haya mucho más grandes que esos pingüinos o los murciélagos
Pronto llegaron a la última cámara de la cueva, a comparación del largo corredor, aquí había muchísima luz que no era necesario tener la bengala y también porque ya se había acabado cuando arribaron. En esta gran sección había muchos tsinakantli colgados en el techo y las paredes, había una pequeña mesa y un trono de hielo, una gran copa de metal con algo en su interior y en la unión de las paredes con el suelo había muchos pequeños picos. Fueron explorando esta cueva y enfrente del trono de hielo encontraron la bengala.
  • ¡Nuevos residentes! – exclamó una voz desde el techo
  • ¿Dijiste eso? – Amaranta asustada
  • Fuiste tú, – dice Simón – era voz delicada
Ambos se vuelven hacia la entrada de la cueva, pero apareció una persona esquelética con la piel muy pálida, traía una venda morada en los ojos con un pequeño rubí en medio, su vestimenta era azulada como la piel de los totoxolotl, sus dientes eran muy filosos, sus orejas estaban un poco picudas. Se empezó a acercar a ellos y empezó a hacer movimientos extraños con su nariz como si olfateara.
  • Quien habló fui yo – dice el ente
  • ¿Quién eres tú? – pregunta Simón
  • ¿Cómo sabes nuestra lengua? – pregunta Amaranta
  • Sé su lengua porque los murciélagos me la dijeron, y el quién soy no es importante en estos momentos
  • ¿Los murciélagos le dijeron nuestra lengua? – cuestiona Simón
  • Así es querido hombre
  • ¿Cómo sabe que no soy un adolescente o un anciano?
  • El que no vea no significa que he perdido mis otros sentidos, tu voz delata demasiado e incluso puedo sentir tu herida
Simón se quedó helado pues no se explicaba cómo podía sentir su herida. Amaranta, sin dudar, le realiza preguntas.
  • ¿Hace cuánto tiempo estás aquí? – interrumpe Amaranta
  • Es difícil saberlo, el tiempo en esta isla es extraño
  • ¿Por qué? – ambos preguntan
  • Pues desde la costa hasta mi cueva es un par de horas, y creo que lo notaron, mientras que en las islas restantes ya pasó casi dos días
  • ¿Hay más islas? – curioseó Simón
  • Entraron en un archipiélago de cuatro islas. La primera isla está muy habitada por flora y fauna únicas en el mundo. Ya conocen la segunda isla, mi isla. La tercera isla es igual que mi isla, pero está poblada por un desierto arenoso. Y la cuarta isla es una mixtura de todas las otras islas y viven algunos extraños e ingratos.
  • ¿Extraños?
  • Sí, alguna civilización perdida en el tiempo como yo
  • ¿Por qué no fuiste con ellos?
  • ¡ELLOS ME EXPULSARON CONDENÁNDOME A ESTA ISLA! – alterado – Pero los murciélagos me acogieron
  • ¿Cuántos años tienes? – inicia Amaranta
  • Tengo más de dos milenios, pero estoy muriendo lenta y dolorosamente
  • Eso es imposible – susurró Amaranta – y ¿Cómo te mantienes vivo?
Antes de responder su pregunta, el ente se dirigió al trono de hielo para sentarse. Silbó y dos tsinakantli le pasaron la copa de metal, le dio un gran trago hasta que se acabó su contenido, una diminuta gota roja se escurrió por su cachete y con su larga lengua se lo limpió.
  • Perdonen que no les diera, pero no creo que quisieran lo que me mantiene cuerdo en esta prisión helada
  • ¿Qué es eso? – pregunta Simón
  • ¡No le preguntes! – reclama Amaranta
  • Deja que pregunte, no lo reprimas – dice relajado – y contestando tu pregunta, es una mezcla de la sangre de pingüino, de la otra humana que llegó con ustedes y de otros animales de mi isla
  • ¿Bebe sangre? – asustada – ¿¡MATÓ A LA OTRA PERSONA!? – alterada
  • Entonces, el brazo que vimos… ¿¡Era de una persona viva!? – impactado
  • ¡No la maté! – inicia – Mis queridos murciélagos la encontraron ya muerta por una herida en el pecho, también estaban esperando que tú – señalando a Simón – te desangraras para traerte conmigo, pero veo que ya viniste voluntariamente
  • Tenemos que irnos – susurra e interfiere Amaranta – muchas gracias por aclararnos las preguntas – temerosa
  • ¿Por qué la prisa? – con una gran sonrisa – Quédense, apenas llegaron y no creo que puedan llegar con esa pierna malherida
Salieron corriendo de ahí. El vampiro ártico empezó a reírse como loco y con unos silbidos alteró a todos los tsinakantli para que los siguieran y trajeran consigo. Amaranta y Simón pudieron salir de la cueva y se encontraron con una tormenta muy fuerte que los estaba aventando con cada paso que dieran. Los tsinakantli no pudieron salir por la intensa tormenta de hielo y volvieron con el vampiro ártico, al llegar con él, este se levantó y ordenó a los tsinakantli que lo envolvieran ya que cazarían de nuevo. Amaranta y Simón estaban avanzando sin saber dónde se dirigían hasta que chocaron con un objeto de dos metros de alto, al principio pensaron que era una roca, pero se estaba moviendo lentamente.
  • ¿¡Qué es esa cosa!? – gritando
  • No lo sé – asustada – quizá ya sea nuestro fin
Pudieron ver que aquel objeto robusto era una pequeña huēyimichin, pero una muy particular ya que contaba con cuatro patas similares a las de ­un rinoceronte, contenía pequeños pelos rodeándola para que le protegiera del frío extremo, sus ojos eran verdosos, su paso iba lento y parecía ser dócil, cuando los vio los esperó e hizo un gesto para que subieran a su lomo.
  • ¡Hay que subirnos a ella! – grita Amaranta
  • ¡Estás loca! – replica Simón – No sabemos qué sea esta cosa
  • Es la ballena terrestre o al vampiro ártico
  • Buen nombre, vampiro ártico
  • ¡VÁMONOS! – alterada
Subieron con cuidado por la cola de la huēyimichin y cuando estuvieron en el lomo del animal se aferraron a este, iba muy lento así que Simón le pegó con la madera que utilizaba como bastón. La pobre huēyimichin se alteró y corrió sin parar, casi se caían del zangoloteo.
El vampiro ártico se envolvió en un tornado de tozan voladoras, los tsinakantli más fuertes tomaron por piernas y brazos a su amo y comenzaron a elevarlo, un auténtico vampiro había en esa isla de hielo. Salieron de la caverna helada y apenas podían volar con el peso del amo junto con la gran tempestad, los tsinakantli formaron una gran cortina con la cual se les hizo mucho más fácil volar.
El tiempo se tranquilizó, aunque no paró de nevar, la huēyimichin terrestre se detuvo en un pequeño orificio para descansar y poder comer, se sacudió diciendo que se bajaran.
  • Está bien – dijo Amaranta – ya nos bajamos
  • ¿Qué está diciendo?
  • Que nos bajemos
  • ¿Para qué?
  • No sé, no habló ballena o sea lo que sea esta cosa
Se bajaron con cuidado, pero Simón se cayó pues se resbaló, la huēyimichin se rio un poco y se metió al agua helada.
  • ¿La esperamos? – dice Simón
  • Hay que descansar, ya me estoy sintiendo mal
  • ¿Por qué?
  • Por la falta de glucosa
  • ¿De la qué?
  • Que me hace falta comer
  • Ah, a mí también
Pasaron unos momentos y el frío se intensificó dramáticamente. La huēyimichin emergió de nuevo y rompió un poco la capa de hielo, trajo consigo una carga de pescado en su boca y se las entregó a ellos, se comió unos pescados dentro del agua.
  • ¿Para nosotros? – preguntó Amaranta
Dijo que sí en un sutil gesto. Comenzaron a comer pescado crudo y recuperaron parte de sus fuerzas perdidas, aunque casi se vomitan por el olor del pescado. Terminando de comer se volvieron a subir en el lomo de la huēyimichin, pero llegó el vampiro ártico, los tsinakantli rodearon a la huēyimichin impidiéndole huir. Silbó e hizo que lo bajaran enfrente de la huēyimichin.
  • Queridos, – inicia – parece que se encontraron con una bolsa de grasa, creo que es el último de su especie, ¿Cómo sabrá su sangre? Hace más de quinientos años que no pruebo su sangre
  • ¡Déjanos ir por favor! – suplica Simón
  • ¡No seas joto! – reclamándole
  • No se podrá hacer eso – contesta el vampiro
  • ¿Por qué? – pegunta Simón
  • Pues si se van y no obtengo su sangre me moriré
  • ¡Sádico! – agrega Amaranta

La huēyimichin se enojó, dio un paso hacia atrás para tomar impulso, se abalanzó sobre los tsinakantli y el vampiro ártico. El vampiro evitó el cuerpo con excepción de un coletazo que le alcanzó a dar, lo que hizo fue romperle el rubí de la banda y empezó a perder sus fuerzas, se empezó a desinflar como globo y los tsinakantli lo cubrieron de la tormenta, se derrumbó impactándose fuertemente sobre el hielo. Los tsinakantli intentaron reconstruir el rubí para que su amo no muriera, pero ya era inevitable. Antes de que irremediablemente muriera mandó a un pequeño tsinakantli a seguirlos de cerca.

Tormenta

La huēyimichin seguía elevando la velocidad para escapar de los tsinakantli, seguía muy asustada por la emboscada. Simón y Amaranta ya estaban demasiado adoloridos por los saltos de la huēyimichin, pero se empezó a agrietar el suelo de la isla. Llegó un momento en que fue demasiado el cansancio de la huēyimichin que dejó de correr y se pegó al suelo, pero se deslizó por la gran velocidad a la que iban, el frío invernal les pegaba duramente en la cara, todo estaba relativamente tranquilo hasta que unos fuertes crujidos se hicieron presentes.
  • ¿Qué es eso? – preguntó alterado
  • ¡EL HIELO! – gritó Amaranta
Voltearon y la corteza del hielo se estaba rompiendo por dónde estaba pasando la huēyimichin terrestre, ambos empezaron a alterar y trataron a destajo de que la huēyimichin apresurar a su paso, pero ésta estaba muy cansada para seguir corriendo, se había dormido mientras estaban patinando. Y por fin la fricción hizo que pararan su gran velocidad; sin embargo, las grandes fisuras del hielo los alcanzaron rodeando a la huēyimichin.
  • ¿Qué hacemos?
  • Si la ballena se despierta estaremos bien, no creo que flote con nuestro peso
  • Y tampoco creo que soportemos las bajas temperaturas del agua
  • ¡No te muevas! – angustiada – El peso junto con el movimiento puede que nos hundamos hasta el fondo

Simón tragó saliva. Las grietas se fueron haciendo más grandes y profundas hasta que ese pedazo de hielo se transformó en una pequeña tapa flotante, pensaron que se habían salvado ¿O no?

En eso, llega el tsinakantli que había mandado el vampiro ártico y atacó a Simón, le atacó la cara arañándole y tratando de morderle la cara. Amaranta tomó el palo de Simón y golpeó al tsinakantli como si fuera una pelota de beisbol, casi le arranca la nariz de ese palazo, pero tristemente se rompió el palo.
  • ¿Estás bien? – pregunta Amaranta

No pudo contestar por el susto del ataque de tsinakantli y porque vio muy cerca el fin de su, según él, preciosa cara. La huēyimichin se recuperó y quiso caminar hacia la costa, pero se hundieron y la capa de hielo les impidió volver a la superficie. Amaranta y Simón se estaban ahogando mientras que la huēyimichin los miraba con curiosidad pues no sabía que decían o querían, simón comenzó a ponerse morado por la falta de aire hasta que se desmayó, Amaranta no se puso morada, pero también se desmayó sin más. La huēyimichin los tomó con su hocico y nadó rápidamente hacia la costa. Aparecieron múltiples totoxolotl y se acercaron demasiado a ella pues querían comerse a nuestros protagonistas, pero la huēyimichin los protegió con sus pequeñas patas y su descomunal peso hasta que se alejaron.

Por fin llegaron a la costa y la huēyimichin los expulsó del agua con el agua de su espiráculo. Amaranta despertó por el golpe y respiró escupiendo el agua que había tragado, pero Simón no respiraba y se estaba poniendo azul. Amaranta inició con la reanimación cardiopulmonar junto con respiración boca a boca, no funciona. Después de unos instantes de que no contestara y no se sentían sus latidos, lo declaró muerto. La huēyimichin, al ver esto, se negó a que muriera así que fue donde estaba e intentó la reanimación cardiopulmonar a su manera, lo pisó delicadamente y lo siguió reintentando. Amaranta vio con detenimiento lo que estaba haciendo. Luego de diez pisadas Simón volvió a respirar escupiendo el agua de sus pulmones. Amaranta lo abrazó y lagrimeó un poco.
  • ¿Qué pasó? – forzadamente
  • Moriste, pero la ballena te reanimó
  • ¿Morí? – confundido
  • Sí, no tenías latidos
  • ¿Morí? – impactado
  • ¡Sí! – molesta
  • Gracias ballenita
La huēyimichin se sacudió un poco haciendo entender que no fue nada.
  • Ahora, ¿Qué hacemos? – pregunta Simón
  • Tenemos que largarnos de la isla
  • ¿Hacia dónde?
  • No sé
Ambos callaron, pero a Amaranta se le ocurrió algo.
  • No sé si me entiendas, – mira a la ballena – pero necesitamos salir de aquí, necesitamos irnos a la isla donde existe esa civilización que dijo el vampiro ártico ¿Puedes llevarnos?
La huēyimichin emitió un sonido particular y se metió de nuevo al agua esperándolos a que se le subieran en el lomo.
  • ¿Será que esa ballena es inteligente? – pregunta Simón
  • Si eso no es inteligencia, quizás sea lealtad
  • Pero ¿Lealtad por qué? – dudando – Apenas nos conoció
  • Los animales son puros de corazón y no tendrían más para ayudarnos, no son como nosotros
  • La mayoría – metiendo cizaña
Se subieron con extremo cuidado al lomo de la huēyimichin, ella inició a navegar y se dirigió en dirección recta durante mucho tiempo hasta que vieron unos rayos de sol, los primeros rayos de sol desde que llegaron a la isla, ambos cayeron rendidos por la falta de sueño en toda esta aventura de la isla. Dos horas después despertaron y el frío había desaparecido, pero lo suplantó una delicada capa de neblina que comenzaba a nublar la visibilidad.
  • ¿Sabes hacia dónde vamos? – cuestionó Amaranta
La huēyimichin volvió a hacer ese mismo sonido que cuando salieron de la isla y siguieron su curso ahora trazado. Llegaron a un punto donde la neblina era una muy gruesa capa igualando a una de las tormentas de nieve, era tan grande la capa que a duras penas podían ver sus narices.
  • ¿Por qué habrá mucha neblina? – dice Simón
  • A lo mejor estamos pasando las lejanías de las islas
  • ¿Dónde nos llevará? – temeroso
  • No sé, pero confío en este ballenato
Callaron y dos minutos después escucharon unos rugidos horribles que venían de ambos lados, se les puso la piel de gallina, pero la huēyimichin estaba imperturbable. A lo lejos pudieron observar unas sombras que estaban paradas y empezaron a escuchar algunos susurros, gritos y berridos inentendibles.
  • ¿Todavía tienes la bengala? – Amaranta susurrando
  • La última – responde
  • Ve sacándola por cualquier cosa, no sabemos qué cosa puedan ser lo que está acá adelante
Y estaban a punto de llegar y descubrieron que eran…


Diccionario.
Algunas de las palabras que se utilizaron para este escrito fueron del Náhuatl y su significado fue tomado de la web.
  1. Totoxolotl. Pingüino.
  2. Tsinakantli. Murciélago.
  3. Huēyimichin. Ballena
Créditos: Doctor Suavecito.

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