Sombrero de pluma. Capítulo 4.

Sombrero de pluma

Catarinas

Catalina es alguien que fue más allá de lo que se creía para una mujer en su tiempo, ella fue alguien que no quiso depender de un hombre como se acostumbraba para esos tiempos, rompió esos estándares de aquella sociedad que se quedó en el pasado aunque sus tradiciones quieren perdurar hasta nuestra actualidad. Desde criticada en su familia hasta señalada por varias parejas que se dicen llenas de amor, aunque fueron arregladas.
Ella siempre pensó en vivir cosas diferentes a su familia, alejarse, ser ella y no ser manipulada por alguien más como su familia lo quería hacer, querer ser feliz, poder vivir realmente, así que a los 18 se fue de su casa sin voltear atrás y sin arrepentirse de nada o eso creía. Cabe resaltar que antes de salir de su pueblo tomó una caja en la que empacó fruta para una semana, ropa para dos semanas y el dinero que pudo juntar a lo largo de mucho tiempo.
Salió de su pueblo que era una mancha en el estado oaxaqueño y partió hacia la ciudad; después de dos días pidiendo aventón pudo llegar a la capital donde era un mundo completamente distinto al que ella conocía, edificios gigantes, carros por doquier, gente engentada y apretujada, veía a tantas con traje galante o a personas que traían ropa de harapos, gente protestando, gente mendigando, olores fétidos que son peores a las heces de puerco y vaca juntas, vista maravillosa en parques o arriba de edificios, personas gentiles, groseras y grotescas o visualmente atractivas, y sobre todo esas críticas muy duras a las personas que les gustaba su mismo sexo pues a ella no le importaba si existiera amor ¿Por qué no muchas personas tienen esa nueva mentalidad? Se lo preguntaba sin tener respuesta.
Ya casi se le había acabado la comida y el poco dinero que pudo ahorrar de los cambios de encargos que se quedaba, así que empezó a buscar trabajo, un lugar donde pudiera quedarse y a ver que podía hacer.
Entró a una cantina pidiendo trabajo, por fuera era como cualquier lugar de los que había ahí a su alrededor, pasando por la pequeña puerta llega un olor penetrante que te marea simplemente al acercarte al lugar ese olor era particularmente conocido para ella pues era una mezcla de varios licores fuertes, pero no solo olía a alcohol también llegaba el profundo y atacante olor a tabaco de pipa, puro y cigarros. Había olido cosas peores en su casa para no poder tolerar esto. Fue con el cantinero, éste era un hombre algo mayor, con bigote café, pelo canoso, nariz ancha, de cejas gruesas, brazos fuertes y con una panza amplia y ancha, muy velludo de los brazos; pidió informes y trabajo.
  • Buenas tardes, señor – emocionada
  • Buenas tardes – cortante
  • Disculpe, no sabrá de alguien que esté rentando un cuarto pequeño y alguien que esté buscando ayudantes o usted no necesita a una mesera para atender todas las mesas
Voltea y la mira de arriba abajo
  • ¿Qué sabes hacer niña?
  • Nada, pero puedo aprender
  • Mira, del cuarto hay uno que te puede interesar, está más adelante me recuerdas para darte la dirección. Del trabajo si necesito alguien que me ayude con experiencia, aunque sea mínima
  • Del cuarto sí me interesa. No tengo experiencia, aprendo rápido de mesera.
  • Déjame pensarlo, pero que te quede claro que si te contrato el sueldo no será mucho porque no sabes, pero será suficiente para que puedas rentar el cuarto que te digo.
  • Sí, no importa empezar desde abajo.
  • Esa actitud no la había conocido nunca.
  • Mira, regresa mañana a primera hora para ver qué podemos hacer, por lo mientras, deja te anoto la dirección del cuarto.
  • Gracias por darme esta oportunidad y también le agradezco que me hubiera informado de este cuarto.
  • Dile a la señora Amaranta que vas de parte de Don José
El señor terminó de escribir en ese papelito y se lo dio a Catalina, ella salió de la cantina lo más rápido posible por el fétido olor, entre cada banqueta se perdió con tanta gente engentada entre las calles y no podía ver el nombre de las avenidas ni las esquinas. Mucho más tarde pudo encontrar ese edificio donde le preguntó a un señor delgado, moreno, bigote muy delgado y con pelo muy corto que estaba cerca de la puerta de ese edificio, se imaginó que era como el portero.
  • Buenas tardes, señor, disculpe me dieron esta dirección, ¿Aquí es dónde se renta el cuarto?
  • Good afternoon, lady, yes, here it is!
  • Sorry, – dudoso – aquí es la renta del cuarto ¿your interesar?
  • Sí me interesa
  • Preguntar a la señora, estar ahí – con acento
  • Gracias
Catalina se quedó desconcertada porque pensó que nada más los de piel lechosa o extremadamente clara con cabellos dorados que vivían en provincias estadounidenses o europeas sabían hablar inglés, pero vio que no era así, al parecer ella también pudiera hablar inglés, luego pensaba en eso ahora necesitaba ver ese cuarto que le interesaba. Al llegar con la señora, le pregunta.
  • Buenas tardes, señora
  • Buenas tardes muchacha, ¿Qué se te ofrece?
  • Quiero informes del cuarto que están rentando
  • Claro, pasa por aquí, sígueme, por cierto, soy Gertrudis
Doña Gertrudis era una señora chaparrita, gordita, muy simpática, chistosa, carismática, aunque excesivamente maquillada y perfumada, mareaba su perfume. Subieron por las escaleras deterioradas hasta el primer piso y se detuvieron en una puerta de metal casi completamente oxidada, Gertrudis abrió la puerta y le mostró el apartamento.
  • Bueno este es el cuarto – inicia Gertrudis – no es muy amplio, pero es espacioso, pasa a verlo.
Eran dos cuartos medianos bien iluminados por ventanas y focos, un baño completo pero pequeño y una barra como tipo desayunador.
  • Está muy bien para mí, señora
  • Supongo que este es el primer cuarto que rentas
  • Más bien la primera vez que estoy en la ciudad
  • Pueblerina eh, yo también fui de pueblo, pero no quiero recordar esos días
  • La entiendo
  • Bueno, cambiando de tema, la renta será proporcional, con un pequeño incremento, a lo que gastes de los servicios de agua, luz y gas, si casi no estás la renta no pasará más de $5
  • No se preocupe por eso
  • Entonces, ¿Quieres este cuarto?
  • Sí, pero ¿Cuándo se paga la renta? ¿nos llega los recibos de que gastamos?
  • La renta se paga el 28 de cada mes, los recibos de agua y luz llegan el primero de cada mes y el gas cada que venga el repartidor
  • Si quiero el cuarto, solo deje conseguir trabajo y le pago este mes que corre
  • No te preocupes, en lo que consigues trabajo te puedo hospedar en ese departamento, claro que después del primer mes se contaría todo lo que debes
  • A lo mejor consiga trabajo aquí en la taberna
  • ¿Con Don José?
  • Sí, ahora que me acuerdo, él me dijo de esto
  • ¿Vienes de su parte?
Gertrudis enmudeció, se quedó pensando en algo, tardó más o menos como cinco minutos en despabilarse, estaba hablando entre dientes, hasta que…
  • Solamente por ser de parte de Don José, no se te cobrará en cierto tiempo, pasando ese tiempo aproximado de un año se empezará a cobrar
  • Gracias y le puedo preguntar algo más, señora
  • Dime
  • ¿Usted que es de Don José?
  • Solamente una amiga
  • Ya no haré más preguntas
  • Gracias por eso
  • ¿Podría instalarme?
  • Sí, pero te digo que los departamentos son muy fríos durante las noches
  • No importa, solo necesito techo en donde dormir hoy y empezar a trabajar
  • Ven, ven, firma aquí para que corra la renta del departamento y puedas vivir aquí
  • Claro
Después de firmar y pasar su primera noche en ese departamento, la mañana empezaba a brotar con los débiles rayos de sol que se podían penetrar entre las nubes de lluvia que estaban y las pequeñas gotas de lluvia que se convertían en pequeños pedazos de hielo que quebraban casi al llegar al suelo; el piso frío del departamento atravesaba la delgada colchoneta que Catalina tenía como cama provisional, el frío que había en la habitación era terriblemente insoportable tanto que solo al movimiento los huesos le tronaban y los músculos dolían, con un simple bostezo se veía el humo cuando nosotros estamos calientitos y lo demás helado, pisar con los pies descalzos hacía que te congelaras aún más. Las palabras de Gertrudis se quedaron escasas ante ese frío tan horrible de mañana, todavía Catalina recordaba los días que pasaba en el campo en donde jamás sintió algo tan horrible a modo de aquel despertar del alba.
No se pudo bañar por tanto fío que hacía, salió del edificio y se fue a la cantina para empezar a trabajar. Llegó temblando a la taberna, aparte del olor tan fétido y putrefacto, estaba caliente a comparación del tiempo de afuera.
  • ¿Qué te pasó niña?
  • Está haciendo un frío horrible allá afuera
  • Ja, no has visto nada de lo que es el verdadero frío, una vez fui a Canadá y el frío allá era indescriptible, nevaba.
  • Nunca he visto la nieve, y no me imagino el frío
  • Bueno, pues aquí en la ciudad no es muy común, ¿De dónde vienes?
  • De una comunidad indígena, en Oaxaca
  • ¿Zapoteca?
  • No, soy Mazateca y allá no sentí frío como el de hoy
  • Luego me enseñas Mazateco, por ahora ayúdame a limpiar la barra, a barrer y a lo que haga falta
  • Sí, pero ¿Dónde tiene sus cosas de limpieza?
  • Donde está el baño, la puerta de enfrente, en la pequeña bodega
Pasó el día, entraban y salían las personas, bebían, pedían y se emborrachaban hasta no saber quién eran ni porque estaban en ese lugar, personas que fumaban cigarros o puros inundaban el lugar de ese olor que dañaban los pulmones de Catalina hasta toser como una tuberculosa o asmática, aunque el frío no lo sintió en todo el día.
  • ¿Ya comiste algo? – pregunta Don José
  • No Don José, ¿Por qué?
  • Debes comer algo
  • No tengo hambre, no se preocupe
  • Aun así, debes de comer algo
  • Allá en el campo había días que no comía, estoy acostumbrada
  • Allá, ahora estás en la ciudad, espera – toma unas cuantas monedas – ve a comprarte para lo que te alcance y come
  • Gracias, ¿Qué me recomienda?
  • Hay una señora que pasa más o menos por esta hora, su comida es muy buena, da un grito anunciándose
  • Ahorita que grite si quiere compramos algo
  • Ambos no podemos comer y dejar solo la barra, tú ve y come, yo todavía resisto mucho
  • ¿Está seguro?
  • Sí, no te preocupes por mí, te recomiendo que pidas el plato de chilaquiles
La señora tardó 20 minutos en llegar, se escuchó un grito poco peculiar con una corneta de bicicleta o automóviles, Catalina salió y encontró a una señora chaparra, tan chaparrita que no le pasaba del ombligo y estaba conduciendo un triciclo adaptado para la señora. Esta señora tenía enanismo, siempre vestía de azul, piel clara, ojos pequeños y azulados, pelo rizado y con cara de xoloitzcuintle enojado y con el mismo carácter de un chihuahua enchilado, pero su comida olía excelente y exquisita, algo que jamás ha probado en toda su vida. Pidió chilaquiles verdes, ella pensaba que ya vendrían preparados, pero no, sacó los totopos que recién hechos que olían calientitos y se escuchaban tan crujientes como chicharrón, los puso en un pequeño tazón y les vació salsa que sacaba humo por lo caliente que se encontraba, le puso poco bistec asado y por las marcas que traía era de parilla finamente dorado sin llegar al punto de quemado, estaba al punto perfecto de cocimiento, le echo un poco más de totopos y carne, también le agregó ralladuras de pechuga de pollo asada, los olores de la salsa y tortilla junto con las carnes era un festín aromático y potente que valdría cada centavo que costara, por último le agregó queso rallado, crema y mayonesa. Verdaderamente que, si esos chilaquiles no se hacen adicción al comerlos, nada podrá serlo.
Luego de haberle pagado, fue adentro a la bodega donde estaban los productos de limpieza y escobas, se los empezó a comer, la combinación de la mayonesa, queso y crema, las carnes asadas y los totopos con poco de salsa era la máxima experiencia gastronómica que jamás había probado Catalina en toda su vida, cada mordida hasta hacer papilla y saborear cada cucharada y cada tragada era algo que nunca se imaginó comer, esa señora sí era una maestra en la cocina, una maga. Se limpió lo poco que se le había caído a la ropa y salió a la barra con Don José.

  • ¿Qué te parecieron los chilaquiles?
  • No tengo palabras para describir su sabor
  • ¿Entonces sí te gustaron?
  • ¡Me encantaron!
  • Y tú que no querías comer
  • Punto a su favor
  • Ve a recoger esa mesa
Pasando las horas, entre risas y recogiendo los vasos y botellas vacías el trabajo no se notaba, era agradable estar en el bar. Cerca de la hora de cerrar, Don José le dijo a Catalina.
  • Ya vete a descansar, mañana nos vemos aquí y toma, unas propinas, yo cierro
  • Gracias Don José, deje termino de lo que estoy haciendo
Catalina terminó de trapear, se fue del bar y la noche estaba presente y el frío pegaba con todo, en su camino hacia el edificio, había luces tenues casi imperceptibles del interior de las casas. Catalina tuvo pánico de estar en esas calles frías, sombrías, llenas de basura y heces de animal que era más fuerte que el alcohol y tabaco de la cantina; la noche parecía hacerse más fría, tenebrosa y macabra, el corazón de Catalina empezó a acelerarse hasta que se escuchara como un bongó y se le salía del pecho hasta sentirlo en el estómago, sentía un nudo en la garganta y comenzó a sudar frío, inició a sentirse acorralada, de pronto, volteó la cabeza para los lados, detrás de ella un hombre fornido con sombrero y gabardina gris la estuvo siguiendo por la acera, se cambió a la otra calle y el hombre continuaba siguiéndola, Catalina aceleró el paso y el hombre también se apresuró, ella corrió y el hombre se detuvo dándose la vuelta.
Catalina no supo que ocurrió en esos instantes, lo único que debería tener presente es que ya no estaba en el campo, ahora estaba en la selva de asfalto.
A unos pasos llegó al edificio que tenía una luz muy débil, se metió y cerró de nuevo con llave, antes de que se metiera al patio para subir por las escaleras un sonido la detuvo, un golpeteo como si tocaran la puerta principal por la cual acababa de meterse, se asomó por un espacio a lado del zaguán y vio a ese hombre que la estuvo persiguiendo, Catalina huyó a las escaleras despavorida por esa horrible imagen que no la dejaría dormir esa noche.
Estando en el departamento cerró la puerta con llave, aseguró las ventanas, se acostó en el pequeño petate del suelo y se tapó con las cobijas que tenía, se escondió como si fuera una niña chiquita hasta que concilió el sueño. Hasta el día de hoy no ha sabido quién era aquel extraño señor o cosa…

Créditos: Doctor Suavecito

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