Memorias de un poeta. Cuarta parte. Series.

Memorias de un poeta.

Sepelio

Y de nuevo el día se hizo presente junto con la horrible resaca de Anastasio, ya no estaba para ese tipo de trotes. Despertó agitado, con contracturas y un poco confundido, ¿Alcanzaré a llegar al seguro?, espera, ¿Para qué voy? ¿Servirá? se preguntaba. Decidió salir de la habitación, le dolía la cabeza, estaba deshidratado, pero aun así decidió irse al doctor.
Fue con bastante esfuerzo, decisión, perspicacia y de milagro pudo llegar hasta donde el doctor. Una vez estando ahí, fuera de que llegó algo tarde, lo atendieron con muecas y malos modos. El médico, tartamudeando, no le quiso decir la verdad y únicamente le dio medicamento muy fuerte. Ambos sabían la verdad, la enfermedad daba batalla y ya no sería posible que el cuerpo lo soportara y, atrozmente, se resignó.
Al llegar a su morada se echó a dormir pues la resaca no lo dejaba en paz.
Tres horas después, despertó sudando, pero sin cruda. Se levantó y fue a tomarse sus medicamentos a la par que comerse unas frutas. No quiso hacer quehacer, no tenía motivos ni inspiración para ello. Recordó el pequeño diario y fue donde él, pero se lo trajo a su habitación para no estar en esa habitación polvosa. Lo abrió, pero en esos momentos le dio taquicardia, se sentía mal, pero no fue impedimento para escribir.
14 de Julio de 2100
El día de hoy me siento fatídico, y más por las pastillas que me dio el doctor. Referente a ello, bueno, no sé cuánto me quede, pero ya no tendré mucho tiempo para seguir escribiendo. ¿Quién diría que mi vida acabaría en un sepelio?
Sepelio...todavía recuerdo su sepelio
Cuando murió mi esposa, le llamé de inmediato a Alejandra, mi hija, pero nunca me tomó la llamada, quizás me odiaba y no sabía por qué. Desesperado, le llamé a la ambulancia y cuando llegaron me dijeron que sus pulmones estaban demasiado débiles y, desgraciadamente, colapsaron.
A los dos días tocaron furiosa y desesperadamente la puerta, sentía que la derribaban. Al abrir me sorprendí pues era Alejandra con una niña que se parecía mucho a Josefa. Mi hija me reclamó y confrontó por qué no le dije de la muerte de su madre. Yo le reproché de la niña que traía consigo, con la cara que puso supe que era mi nieta, no ha sido de la mejor manera de conocer a nuevos parientes. Recuerdo también que le pregunté a la niña su nombre, únicamente me dijo que se llamaba Mariana, curiosamente ese nombre le íbamos a poner a nuestra segunda hija, pero nunca llegó al mundo...
No sé cómo piensen ustedes, pero entre Josefa y yo decidimos que cuando muriéramos nos íbamos a cremar. Marina, Alejandra y yo regresamos a mi casa, yo estaba muy mal, el peor del caso es que yo la estaba cargando. Mariana quería irse con las cenizas de su madre, no se lo negué, pero le dije que me dejara darle un último poema, accedió. No recuerdo tan bien el poema que le hice, pero más o menos iba así:
Mi muerte nunca la sentiré,
hoy, con lágrimas en los ojos,
de mí despedirme tendré,
y nunca conoceré si me he vuelto loco.
Hoy platiqué con la muerte,
me dolió bastante,
sabes que no dejaré de amarte...
Luego de darles ese poema, las tres partieron para nunca volver. Fue la primera y última vez que vi a mi nieta. Mientras que con Alejandra fue un reencuentro doloso y con mi querida una despedida. A partir de ahí no he vuelto a tomar hasta el día de ayer que me robé la botella y me puse una borrachera. Espero que el medicamento que me dieron no me afecte más de lo que estoy.
Por cierto, quizás estoy algo oxidado en el sector médico, bastante, pero los medicamentos que me dieron son bastante fuertes, tanto así que si lo ponemos a comparación pondrían dormir a un elefante en menos de cinco minutos...
Sonaba la canción de "Cinco minutos" cuando cerré el cuarto. A partir de ahí, de ese último poema, no volví a escribir poemas de amor ni de ningún tipo, pero seguía escribiendo para no morirme de hambre.
Mañana les contaré tres cosas; los efectos que repercutieron en mí, los medicamentos que comencé a tomar y esa persona...

Cerró la libreta, en su garganta se le había formado un nudo y notó que el día había oscurecido, la noche se hizo presente. Antes de cenar, volvió a tomar los medicamentos que le dieron, pero le dio una muy fuerte jaqueca y no pudo cenar, todo le daba vueltas y sin más, cayó en el sillón y se golpeó la cabeza...

Créditos: Doctor Suavecito

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