Sombrero de pluma. Capítulo 2.

Sombrero de pluma

Solo los pájaros 1

Aunque a nosotras nos pueden decir que somos ratas con alas, una producción de excremento acechando a los carros, enfermedades voladoras, terrores aéreos y más, realmente no lo somos, bueno, excepto lo de los carros.

Nosotras sentimos cariño de esos humanos que nos cuidan y nos dan alimento en los parques, pero no sé por qué quieren a esos pulgosos que persiguen sus colas, sacan baba y les dejan pelos por todos lados, o a esos enemigos mortales que nos quieren comer cada que pueden, los peces sufren lo mismo que nosotros, y arañan o rompen todo en sus casas. Se quejan de nosotras solo por hacer nuestras pequeñas necesidades. Bueno, luego tendré más tiempo y me quejaré, solo contaré parte de lo que sé de la historia de este viejo y, lo que vi de esa flor casi marchita a lo que los humanos le dicen amor.

Recuerdo que el primer día que los vi, Paloma y yo estábamos en un árbol de jacarandas haciendo cosas de palomas. Vimos a un viejito, medio chaparrito, gordito, se veía un poco simpático, no vi si tenía pelo pues traía un sombrero gris, se me hacía algo familiar ¿Dónde habré visto a ese cuerpo de pulga barrigona?

  • ¡Paloma, Paloma ven!
  • Mande Palomo, brr.
  • ¿Dónde hemos visto ese cuerpo de uva explotada?
  • Se me hace, brr, conocido.
  • ¿Nos acercamos a ver si lo reconocemos?
  • ¿Y, brr, si nos ahuyenta?
  • ¿Y si nos da pan?
  • Brr, buen punto.
  • Vamos.

Nos acercamos a él y sí se me hacía familiar, antes que le reconociera la cara, sólo pude oler ese sándwich de salchicha y pan caliente que se me olvidó a lo que bajé. Me acercaba más para ver si me daba un pedazo de ese sándwich tan delicioso, no me tocó carne, aunque no fue mucho, ese pan y los poquitos frijoles estaban tan sabrosos que, si no fuera paloma, me robaba uno.

Volvimos a la jacaranda a esperar a que ese viejito se fuera y lo siguiéramos para ver si lo conocíamos, aunque se nos estaba haciendo tarde para nuestra agua nocturna. Mi paciencia casi estallaba por estar todo el día ahí, y si no fuera por ese uniformado que lo despertó, lo iba a picotear.

Los seguimos hasta la casa que siempre nos dejaban el agua, nos pusimos en un pino enfrente de la casa de ese viejito y le dije a Paloma.

  • Con razón sentía conocer a ese viejito.
  • Sí, brr, es el que nos sirve el agua todas las, brr, noches.
  • ¿Cómo sabrá que venimos?
  • No sé, brr.
  • Mira, ahí va saliendo con el agua.
  • Vamos, brr.
  • Esperemos tantito.
  • Brr, por lo mientras apapáchame.

Mientras nos calentábamos, la noche se ponía y sentía cada vez más fría, pero el calor entre las plumas hacía casi que no se sintiera el aire helado de esa noche, tuvimos un pequeño aperitivo de hormigas, nos empezamos a acurrucar, pero no éramos las únicas en ese pino, pues alguien más se estaba acercando lenta, cuidosa y silenciosamente…  pasó casi desapercibido, no estoy hablando de las primas de las ratas, pero casi igual de sucio que ellas. Casi dormido entre las plumas de Paloma me despertó con un grito horrible.

  • ¡Vuela!, ¡Gato! Brr.

Me espantó tanto que casi dejo un huevo salpicado ahí. Una vez que pasó el susto, me entró coraje y le grite furioso al gato.

  • Maúllale a tu peluda madre.
  • Vámonos Palomo, brr.
  • ¡Si fueras paloma, te dejaba sin plumas! – seguí amenazando

Y en ese momento el gato se lanzó y casi me come.

  • ¡No es cierto, no es cierto! – dije temeroso – Como dañaría a este gatito bonito y esponjado

Pasados los corajes y sustos, fuimos al balcón y nos tomamos el agua del vaso, pero siempre que nos la tomamos sabe extraña, sabe azucarada, con algo. Yéndonos a nuestro pequeño nido en la jacaranda, nos quedamos dormidos hasta el día siguiente que nos despertó un ruido fuerte y un poco raro, como si fuera una campechana crujiendo.

Nos asomamos y no pudimos encontrar la campechana o el pan, encontramos al viejito que nos daba agua con una ancianita que parecía calaca y en esas miradas se veía aquella flor roja más fuerte que un viejo roble, y más bonito que tener pedazos de pan lanzándose a tu pico sin tener que irlos a recoger del suelo, creo que los humanos le llaman amor a ese sentir.

Desde ese momento se veía que algo más pasaría entre ellos, no sólo comer migajas de pan, sino el sentimiento y sensación al igual que disfruto de esas migajas tan sabrosas de cualquier tipo pan.

  • Palomo brr, ¿Crees que, brr, se conozcan?
  • No creo, pero lo harán.
  • ¿De qué brr hablas?
  • Creo que sienten, eso que los humanos llaman, “amor”.
  • Brr, ¿Qué es eso?
  • Es como si el pan viniera a nosotros sin tener que recogerlo de la tierra.
  • Entonces quiero, brr, mucho amor.
  • Yo también.
  • ¿Seguimos a los, brr, viejitos? Brr.
  • Tú sigues a la viejita que parece hoja de sauce llorón y yo sigo al que nos da el agua.

Se fueron en direcciones opuestas, me distanciaba demasiado de Paloma, pero nos hemos de encontrar en la jacaranda.

Viendo al chaparrito, parecía muy alegre y feliz, él entró su casa y yo me esperé en las ramas delgadas y negras que están colgadas que no sé por qué están puestas en árboles de roca que los recubren cosas brillantes que son más duras que los propios árboles de roca… volviendo al viejito pelón, puso todo tipo canciones a todo volumen hasta que paró el sonido. Antes de dar el atardecer, llegó una hembra que no pude verla bien, pero que vi estaba vestida de blanco, parecida al viejito en lo gordito, tocó por mucho tiempo y no recibía respuesta de él ¿Habrá volado al cielo de los humanos? Antes de que abrieran la puerta, me estaba preguntando ¿En dónde estará Paloma?...


Primer capítulo: Sombrero de pluma. Capítulo 1. (plumaalaireescritores.blogspot.com)

Tercer capítulo: Sombrero de pluma. Capítulo 3. (plumaalaireescritores.blogspot.com)

Créditos: Doctor Suavecito

Edición: César Carbajal 

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