Sombrero de pluma
Como el vino añejado
Su vida adulta no tuvo
ningún tipo de privaciones, a excepción de la dicha del enamoramiento. Disfrutó
sus días en la juventud y más aquellas fiestas que parecieran eternas, pero no
lo fue, el tiempo no se detuvo y su cuerpo lo resintió.
El alcohol sus órganos
dañó, el puro los huesos deformó, el tiempo lo terminó.
Después de algún
tiempo, se dio cuenta de que su vida se le había ido de sus manos. Un día
despertó y vio en su espejo el reflejo de un pequeño niño lleno de ilusiones y
sueños, que parecían casi imposibles para lograrse durante la infancia. Más
tarde, pasando por el pasillo del espejo, vio a un joven cabal, firme,
sensible, era algo incoherente y quiso llegar a conquistar, se sintió
imponente. Al atardecer, vio a un señor, delgado, alto, amargado, en lo que se
estaría convirtiendo tiempo después. Por la noche, un anciano decrépito con un
bastón, que estaría a su lado el resto de su vida, era su reflejo actual.
Sentado en su sofá,
todavía recuerda aquel día que fue no útil para el gran hotel. Laboró bastantes
años en ese lugar. Ese día, al finalizar sus labores, le sorprendieron con la
noticia de que lo jubilarían y que no tendría que preocuparse por la pensión,
estaría cubierta durante el resto de su vida. En ese momento se quedó sin
palabras, no sabía si reírse porque creía que era una broma o llorar porque lo
corrieron por ser un estorbo. Aquel día muchos dijeron que no querían que se
fuera, pero no podían hacer nada, o más bien no quisieron. Todo ocurrió en su
cumpleaños 75, antes de que acabara ese día le festejaron la jubilación y sus
75 años de vida. En voz baja dijo Ceferino, en un tono nostálgico: “Creo que
este ha sido uno de mis peores días, sentirme más inepto e inútil, y ser más
viejo a cada instante”.
Estando con estos
pensamientos y la tristeza en el alma, sale de su casa a pensar un rato al
parque que está a unas cuadras. No se sacaba de la mente que tan sólo hace
cinco años le sucedió eso y ya no sabe qué hacer.
Ese parque es muy
bello, grandes arboledas de jacarandas, pinos y algunos robles, plantas
pequeñas, parecen rosas o tulipanes, los olores tan variados y embriagadores de
la esencia de las flores se pueden comparar con un buen vino añejado. Bancas de
metal muy cómodas y bancas de concreto que son algo incómodas hasta llega a
doler el coxis, se puede pasar ahí varias horas leyendo en tranquilidad, parece
que no pasa el tiempo y que no estamos en un parque de la ciudad tan ruidosa y
contaminada. Las risas inconfundibles de niños pequeños jugando en los
columpios, el sube y baja, el pasamanos, estando en las patinetas, utilizando
bicicletas y patines, esto hace recordar a Ceferino la dicha que le hubiera
dado por tener hijos o nietos.
Estando a sólo unos
minutos de acabar de llegar, empezaron a brotar pequeñas lágrimas y se le
dibujó una sonrisa en el rostro, recorrieron toda su cara hasta llegar a su
barbilla y empezar a caer sobre su panza. Se limpia las minúsculas lágrimas,
después de un rato, se dirige a comprar un sándwich de salchicha, desde que
llegó al parque olían exquisitos, el señor que los prepara les dora el pan a
término medio y crujiente, las salchichas despiden un olor espectacular y no
están grasosas, les pone una embarrada de frijoles hechos al día y calientitos,
mayonesa y mostaza, una pequeña hoja de lechuga y una rodaja de jitomate. Si
esto no es sabrosura, no sé qué lo sea. Y la verdad que no están muy caros,
solamente $20.
Vuelve a la banca donde
estaba, se come el sándwich que está sabroso, disfruta cada mordida, cada sabor
uniéndose y mezclándose entre sí. Le queda muy poco pan, así que empieza a
desmoronarlo y aventarlo a las palomas y pequeñas aves que ahí se encuentran,
para ser un sándwich de $20, está barato, algo magnífico y vale cada peso.
Se levanta de esa banca
y empieza a caminar un poco, encuentra a algunos niños entretenidos por unos
payasos que se ven escalofriantes, o por lo menos para él, varios jóvenes
enamorados incluso hasta niños pequeños que se les ve el amor, y se pone algo
sentimentalista y recuerda aquellos tiempos de su juventud y aquellas serenatas
que, aunque no las daba, acompañaba con voz y guitarra.
Sigue caminando y
encuentra a un adolescente con una guitarra dando serenata a su novia, o
intentándolo, esas cosas ahora ya no se ven tan fácilmente. A unos pasos de esa
serenata hay unos aparatos para hacer ejercicio, y se pone a hacer un poco,
solamente diez minutos porque le truena la cadera y un débil el crujir de la
espalda, le empieza a doler. Se sienta en otra banca a tratar de que se le baje
un poco el dolor, con el calor y la tranquilidad del parque le empieza a dar
sueño, se acomoda y se queda profundamente dormido.
Se despierta de golpe
porque lo empiezan a zangolotear, es un policía que vigilaba la zona
- Señor, ya se tiene que ir a su casa.
- ¿Qué hora es? – confundido
- Ya son las 9 p.m.
- No puede ser, más de seis horas dormido –dice Ceferino
exaltado
- ¿Quiere que lo acompañe a su casa?
- Sí por favor, es que ya no veo.
- ¿Cómo se llama y dónde vive?
- Me llamo Ceferino Cedillo, no me sé el nombre de las
calles, sé llegar a mi casa, yo te digo como llegar
- Mucho gusto Don Ceferino, yo soy Manuel.
- Mucho gusto, no te doy la mano porque me caigo, ja, ja,
ja.
- No se preocupe, ¡ándele! lo acompaño a su casa.
Durante el trayecto
platicaron y se fueron conociendo, ambos se llevaron bien, algo así como el
gusto de oír y decir lo que tenían en su pecho.
- ¿Y tiene teléfono celular?
- Aunque casi no le entiendo, sí tengo.
- Anote mi número, así cuando tenga guardias por aquí
márqueme por si necesita algo.
- Me parece buena tu idea.
Saca su celular y lo anota a sus contactos.
- Bueno, ya váyase a descansar Don.
- Gracias, igual tú.
Cierra las puertas de
su casa con seguro, enciende las luces de la escalera, el comedor y el baño de
la planta baja. Va al comedor y se toma sus pastillas para evitar el dolor de
la artritis, se sirve un vaso con agua y va al baño a lavarse los dientes,
regresa al comedor y se sirve otro vaso con poca azúcar, apaga las luces y sube
las escaleras a su cuarto, prende la luz deshace su cama y empieza a rezar.
Antes de acostarse, sale al balcón y deja el vaso de agua afuera, cierra todo
bien y se duerme con pequeñas lágrimas en sus ojos.
El canto del gallo lo
despertó cerca de las 7 a.m. e hizo unos pequeños estiramientos matutinos y
respiró profundamente, se perdió pequeños minutos en sus pensamientos hasta que
el sonido del reloj lo hizo volver. Salió por el vaso, que estaba vacío como
todas las mañanas que lo recogía, tendió su cama y empezó a hacer limpieza en
su casa, era un arduo trabajo para una persona mayor, aunque el tamaño de la
casa no era mucho.
Su cuarto no era muy
grande, pero era espacioso, tenía un gran ropero que estaba al ras del techo,
una cama individual, un pequeño escritorio de vidrio donde se dedicaba a pintar
o dibujar cuando tenía inspiración y una silla de oficina que siempre estaba
caliente porque le daba el sol todo el día y estaba cerca de una ventana,
aparte de tener los sonidos naturales de las aves, tenía iluminación natural,
un mueble donde tenía una pantalla pequeña y un DVD para ver películas en sus
ratos libres, buros para poner su ropa interior y algunas cosas que quería
mucho (reloj de oro, un sombrero de gala que tiene una pluma, libros viejos y
papel y una pluma para escribir en las noches) y estaba pintado de colores
fríos azul en el techo y paredes y él le había puesto detalles que le gustaba
como lo es la naturaleza y pintó algunos árboles y animales, el azulejo era
café y tenía un patrón muy simple.
Había dos puertas, la
primera daba al balcón de la habitación de Ceferino, la otra daba al pasillo y
las escaleras.
Saliendo de su
habitación, había un pequeño pasillo que daba a las escaleras y del otro lado,
al terminar el pasillo, un baño completo. Ese baño era completamente blanco
tanto que llegaba a lastimar los ojos con la luz y tenía una pequeña ventana
opaca que se abría cada vez que se acabara de bañar, también tenía apoyos y
soportes para que no pasara ningún accidente. Una taza de baño también blanca
que, aunque era vieja, parecía nueva. Un pequeño lavabo blanco con gris donde
tenía un cepillo de dientes y un pequeño peine para peinarse su poco pelo chino
que tenía.
Bajando la escalinata,
tenía un pequeño rincón de lectura junto a una pequeña cava debajo de las
escaleras con varios tipos de vinos, una pequeña sala y un librero con varios
libros arrumados y empolvados, un perchero donde ponía sus sombreros y
utilizaba uno dependiendo de cómo se sintiera, si se sentía triste su sombrero
gris, si se sentía alegre su sombrero amarillo, si se sentía nostálgico su
sombrero café, y si se sentía coqueto su sombrero negro con una pluma de paloma
bien cuidada.
Saliendo de la pequeña
sala, le sigue su comedor de manera de roble para ocho personas que solo ocupó
para jugar y hacer apuestas con sus amigos que era casi nunca o rara la
ocasión. Estaba casi nuevo ese comedor.
Esos dos cuartos
estaban pintados con tonos de café y el azulejo era un patrón con colores
cafés, grises y negros y, aunque trapera del diario, se veía muy sucio y opaco
esa parte de la casa.
Pasando ese cuarto de
la sala comedor, hay una puerta de madera y al abrirla se encuentra una barra
donde acostumbra a desayunar Ceferino, una estufa negra un poco pequeña, un
refrigerador que casi siempre estaba vacío porque hacía todo lo que había o
porque sale a comer fuera y un mueble en el que contiene desde pequeñas
cacerolas, platos, cubiertos, sartenes y una que otra copa y acompañando esta
pequeña cocina tiene una gran ventana que ve al patio y el zaguán, al lado de
la ventana hay una puerta que sale a ese patio trasero. Tiene pintura de
diferentes azules que contrastaban con azulejos grises en el piso y unos
pequeños detalles en la barra con el mismo azulejo que el piso.
Sé lo que estarán
pensando, ¿Dónde está la puerta principal? Bueno esa puerta está enfrente de
las escaleras y a un lado de la pequeña sala y el pequeño baño de la planta
baja, es una puerta de madera y estaba con una puerta de hierro para que
tuviera una pequeña protección para evitar cualquier robo o asalto.
Terminando de hacer
labores, fue al parque de ayer y solamente fue a caminar porque estaba un poco
exhausto de hacer limpieza en su casa y de estar encerrado. Miraba al piso
mientras caminaba y vio una bola de estambre que rodó a él. Se agachó para
poderla alzar, pero…
- ¡AY!, ¡MI ESPALDA! –se oyó un crujido como una matraca
- ¿Estás bien? –se escuchó una voz preocupada y de mujer
mayor
- No, solo ayúdame a levantarme por favor, – adolorido y
tembloroso – pero apresúrate
- No hay problema
La señora ayudo a
enderezar a Ceferino con bastante dificultad y Ceferino le entregó la bola de
estambre
- Gracias por
tratar de levantar el estambre, aunque yo terminé ayudándote
- No hay porque
agradecer
- ¿Cómo te
llamas?
- Ceferino
Cedillo, ¿Y tú?
- Catalina Del
Valle
- Qué bonito
nombre, al igual que tus ojos
- Gracias, eres
coqueto, ya no hay como tú
- No, – murmurando
– ya todos están muertos
- ¿Cómo dices?
- Que si
quisieras volver a vernos
- Claro, te
parece que nos veamos mañana aquí a la misma hora
- Me parecería
bien, quisiera conocerte y olvidar mi a espalda
- Y yo quisiera
conocer al caballero que tengo en frente
- ¿Cuál? – volteando
a todos lados – ¿Quién más está detrás de ti?
- Eres muy
chistoso, mañana nos vemos Ceferino
Se acerca y le da un
pequeño beso en la mejilla.
Regresó a su casa y se
sentó en su pequeño rincón de lectura, ni leyendo se le iba esa sensación de
los labios que rozaron su cachete con los labios de ella, ¿Me habré enamorado? Se preguntaba una y otra vez, no se podía
quitar el recuerdo de su cara blanca y sus labios un carnudos, la ropa
primaveral, esa falda floreada, una blusa algo formal, un pequeño sombrero
blanco y se parecía a los ángeles que solo había imaginado en tantos libros que
había leído o los que había visto en las pinturas de iglesias o museos.
Siguiendo, pensando en
ello, no sabía qué hacer para ponerse tranquilo con su mente y su corazón, lo
único que se le venía a la mente eran las cosas románticas así que puso
canciones de José José hasta que empezó a dormitar, antes de que se durmiera
profundamente escuchó una de sus canciones favoritas intitulada “solo los
pájaros” …
Segundo capítulo: Sombrero de pluma. Capítulo 2. (plumaalaireescritores.blogspot.com)
Créditos: Doctor Suavecito
Edición: César Carbajal
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