Sombrero de pluma. Capítulo 1.

Sombrero de pluma

Como el vino añejado

Por bastante tiempo se añejó, empezó con arrugas, se secó y se amargó, aunque muy joven trabajó y aprendió por trabajar de mozo, llegó a ser gerente de uno de los mejores hoteles de este país y terminó detrás de un escritorio como banquero. No consiguió lo que verdaderamente quiso en toda su vida, ser feliz con alguien.

Su vida adulta no tuvo ningún tipo de privaciones, a excepción de la dicha del enamoramiento. Disfrutó sus días en la juventud y más aquellas fiestas que parecieran eternas, pero no lo fue, el tiempo no se detuvo y su cuerpo lo resintió.

El alcohol sus órganos dañó, el puro los huesos deformó, el tiempo lo terminó. 

Después de algún tiempo, se dio cuenta de que su vida se le había ido de sus manos. Un día despertó y vio en su espejo el reflejo de un pequeño niño lleno de ilusiones y sueños, que parecían casi imposibles para lograrse durante la infancia. Más tarde, pasando por el pasillo del espejo, vio a un joven cabal, firme, sensible, era algo incoherente y quiso llegar a conquistar, se sintió imponente. Al atardecer, vio a un señor, delgado, alto, amargado, en lo que se estaría convirtiendo tiempo después. Por la noche, un anciano decrépito con un bastón, que estaría a su lado el resto de su vida, era su reflejo actual.

Sentado en su sofá, todavía recuerda aquel día que fue no útil para el gran hotel. Laboró bastantes años en ese lugar. Ese día, al finalizar sus labores, le sorprendieron con la noticia de que lo jubilarían y que no tendría que preocuparse por la pensión, estaría cubierta durante el resto de su vida. En ese momento se quedó sin palabras, no sabía si reírse porque creía que era una broma o llorar porque lo corrieron por ser un estorbo. Aquel día muchos dijeron que no querían que se fuera, pero no podían hacer nada, o más bien no quisieron. Todo ocurrió en su cumpleaños 75, antes de que acabara ese día le festejaron la jubilación y sus 75 años de vida. En voz baja dijo Ceferino, en un tono nostálgico: “Creo que este ha sido uno de mis peores días, sentirme más inepto e inútil, y ser más viejo a cada instante”.

Estando con estos pensamientos y la tristeza en el alma, sale de su casa a pensar un rato al parque que está a unas cuadras. No se sacaba de la mente que tan sólo hace cinco años le sucedió eso y ya no sabe qué hacer.

Ese parque es muy bello, grandes arboledas de jacarandas, pinos y algunos robles, plantas pequeñas, parecen rosas o tulipanes, los olores tan variados y embriagadores de la esencia de las flores se pueden comparar con un buen vino añejado. Bancas de metal muy cómodas y bancas de concreto que son algo incómodas hasta llega a doler el coxis, se puede pasar ahí varias horas leyendo en tranquilidad, parece que no pasa el tiempo y que no estamos en un parque de la ciudad tan ruidosa y contaminada. Las risas inconfundibles de niños pequeños jugando en los columpios, el sube y baja, el pasamanos, estando en las patinetas, utilizando bicicletas y patines, esto hace recordar a Ceferino la dicha que le hubiera dado por tener hijos o nietos.

Estando a sólo unos minutos de acabar de llegar, empezaron a brotar pequeñas lágrimas y se le dibujó una sonrisa en el rostro, recorrieron toda su cara hasta llegar a su barbilla y empezar a caer sobre su panza. Se limpia las minúsculas lágrimas, después de un rato, se dirige a comprar un sándwich de salchicha, desde que llegó al parque olían exquisitos, el señor que los prepara les dora el pan a término medio y crujiente, las salchichas despiden un olor espectacular y no están grasosas, les pone una embarrada de frijoles hechos al día y calientitos, mayonesa y mostaza, una pequeña hoja de lechuga y una rodaja de jitomate. Si esto no es sabrosura, no sé qué lo sea. Y la verdad que no están muy caros, solamente $20.

Vuelve a la banca donde estaba, se come el sándwich que está sabroso, disfruta cada mordida, cada sabor uniéndose y mezclándose entre sí. Le queda muy poco pan, así que empieza a desmoronarlo y aventarlo a las palomas y pequeñas aves que ahí se encuentran, para ser un sándwich de $20, está barato, algo magnífico y vale cada peso.

Se levanta de esa banca y empieza a caminar un poco, encuentra a algunos niños entretenidos por unos payasos que se ven escalofriantes, o por lo menos para él, varios jóvenes enamorados incluso hasta niños pequeños que se les ve el amor, y se pone algo sentimentalista y recuerda aquellos tiempos de su juventud y aquellas serenatas que, aunque no las daba, acompañaba con voz y guitarra.

Sigue caminando y encuentra a un adolescente con una guitarra dando serenata a su novia, o intentándolo, esas cosas ahora ya no se ven tan fácilmente. A unos pasos de esa serenata hay unos aparatos para hacer ejercicio, y se pone a hacer un poco, solamente diez minutos porque le truena la cadera y un débil el crujir de la espalda, le empieza a doler. Se sienta en otra banca a tratar de que se le baje un poco el dolor, con el calor y la tranquilidad del parque le empieza a dar sueño, se acomoda y se queda profundamente dormido.

Se despierta de golpe porque lo empiezan a zangolotear, es un policía que vigilaba la zona

  • Señor, ya se tiene que ir a su casa.
  • ¿Qué hora es? – confundido
  • Ya son las 9 p.m.
  • No puede ser, más de seis horas dormido –dice Ceferino exaltado
  • ¿Quiere que lo acompañe a su casa?
  • Sí por favor, es que ya no veo.
  • ¿Cómo se llama y dónde vive?
  • Me llamo Ceferino Cedillo, no me sé el nombre de las calles, sé llegar a mi casa, yo te digo como llegar
  • Mucho gusto Don Ceferino, yo soy Manuel.
  • Mucho gusto, no te doy la mano porque me caigo, ja, ja, ja.
  • No se preocupe, ¡ándele! lo acompaño a su casa.

Durante el trayecto platicaron y se fueron conociendo, ambos se llevaron bien, algo así como el gusto de oír y decir lo que tenían en su pecho.

  • ¿Y tiene teléfono celular?
  • Aunque casi no le entiendo, sí tengo.
  • Anote mi número, así cuando tenga guardias por aquí márqueme por si necesita algo.
  • Me parece buena tu idea.
Saca su celular y lo anota a sus contactos.
  • Bueno, ya váyase a descansar Don.
  • Gracias, igual tú.

Cierra las puertas de su casa con seguro, enciende las luces de la escalera, el comedor y el baño de la planta baja. Va al comedor y se toma sus pastillas para evitar el dolor de la artritis, se sirve un vaso con agua y va al baño a lavarse los dientes, regresa al comedor y se sirve otro vaso con poca azúcar, apaga las luces y sube las escaleras a su cuarto, prende la luz deshace su cama y empieza a rezar. Antes de acostarse, sale al balcón y deja el vaso de agua afuera, cierra todo bien y se duerme con pequeñas lágrimas en sus ojos.

El canto del gallo lo despertó cerca de las 7 a.m. e hizo unos pequeños estiramientos matutinos y respiró profundamente, se perdió pequeños minutos en sus pensamientos hasta que el sonido del reloj lo hizo volver. Salió por el vaso, que estaba vacío como todas las mañanas que lo recogía, tendió su cama y empezó a hacer limpieza en su casa, era un arduo trabajo para una persona mayor, aunque el tamaño de la casa no era mucho.

Su cuarto no era muy grande, pero era espacioso, tenía un gran ropero que estaba al ras del techo, una cama individual, un pequeño escritorio de vidrio donde se dedicaba a pintar o dibujar cuando tenía inspiración y una silla de oficina que siempre estaba caliente porque le daba el sol todo el día y estaba cerca de una ventana, aparte de tener los sonidos naturales de las aves, tenía iluminación natural, un mueble donde tenía una pantalla pequeña y un DVD para ver películas en sus ratos libres, buros para poner su ropa interior y algunas cosas que quería mucho (reloj de oro, un sombrero de gala que tiene una pluma, libros viejos y papel y una pluma para escribir en las noches) y estaba pintado de colores fríos azul en el techo y paredes y él le había puesto detalles que le gustaba como lo es la naturaleza y pintó algunos árboles y animales, el azulejo era café y tenía un patrón muy simple.

Había dos puertas, la primera daba al balcón de la habitación de Ceferino, la otra daba al pasillo y las escaleras.

Saliendo de su habitación, había un pequeño pasillo que daba a las escaleras y del otro lado, al terminar el pasillo, un baño completo. Ese baño era completamente blanco tanto que llegaba a lastimar los ojos con la luz y tenía una pequeña ventana opaca que se abría cada vez que se acabara de bañar, también tenía apoyos y soportes para que no pasara ningún accidente. Una taza de baño también blanca que, aunque era vieja, parecía nueva. Un pequeño lavabo blanco con gris donde tenía un cepillo de dientes y un pequeño peine para peinarse su poco pelo chino que tenía.

Bajando la escalinata, tenía un pequeño rincón de lectura junto a una pequeña cava debajo de las escaleras con varios tipos de vinos, una pequeña sala y un librero con varios libros arrumados y empolvados, un perchero donde ponía sus sombreros y utilizaba uno dependiendo de cómo se sintiera, si se sentía triste su sombrero gris, si se sentía alegre su sombrero amarillo, si se sentía nostálgico su sombrero café, y si se sentía coqueto su sombrero negro con una pluma de paloma bien cuidada.

Saliendo de la pequeña sala, le sigue su comedor de manera de roble para ocho personas que solo ocupó para jugar y hacer apuestas con sus amigos que era casi nunca o rara la ocasión. Estaba casi nuevo ese comedor.

Esos dos cuartos estaban pintados con tonos de café y el azulejo era un patrón con colores cafés, grises y negros y, aunque trapera del diario, se veía muy sucio y opaco esa parte de la casa.

Pasando ese cuarto de la sala comedor, hay una puerta de madera y al abrirla se encuentra una barra donde acostumbra a desayunar Ceferino, una estufa negra un poco pequeña, un refrigerador que casi siempre estaba vacío porque hacía todo lo que había o porque sale a comer fuera y un mueble en el que contiene desde pequeñas cacerolas, platos, cubiertos, sartenes y una que otra copa y acompañando esta pequeña cocina tiene una gran ventana que ve al patio y el zaguán, al lado de la ventana hay una puerta que sale a ese patio trasero. Tiene pintura de diferentes azules que contrastaban con azulejos grises en el piso y unos pequeños detalles en la barra con el mismo azulejo que el piso.

Sé lo que estarán pensando, ¿Dónde está la puerta principal? Bueno esa puerta está enfrente de las escaleras y a un lado de la pequeña sala y el pequeño baño de la planta baja, es una puerta de madera y estaba con una puerta de hierro para que tuviera una pequeña protección para evitar cualquier robo o asalto.

Terminando de hacer labores, fue al parque de ayer y solamente fue a caminar porque estaba un poco exhausto de hacer limpieza en su casa y de estar encerrado. Miraba al piso mientras caminaba y vio una bola de estambre que rodó a él. Se agachó para poderla alzar, pero…

  • ¡AY!, ¡MI ESPALDA! –se oyó un crujido como una matraca
  • ¿Estás bien? –se escuchó una voz preocupada y de mujer mayor
  • No, solo ayúdame a levantarme por favor, – adolorido y tembloroso – pero apresúrate
  • No hay problema

La señora ayudo a enderezar a Ceferino con bastante dificultad y Ceferino le entregó la bola de estambre

  • Gracias por tratar de levantar el estambre, aunque yo terminé ayudándote
  • No hay porque agradecer
  • ¿Cómo te llamas?
  • Ceferino Cedillo, ¿Y tú?
  • Catalina Del Valle
  • Qué bonito nombre, al igual que tus ojos
  • Gracias, eres coqueto, ya no hay como tú
  • No, – murmurando – ya todos están muertos
  • ¿Cómo dices?
  • Que si quisieras volver a vernos
  • Claro, te parece que nos veamos mañana aquí a la misma hora
  • Me parecería bien, quisiera conocerte y olvidar mi a espalda
  • Y yo quisiera conocer al caballero que tengo en frente
  • ¿Cuál? – volteando a todos lados – ¿Quién más está detrás de ti?
  • Eres muy chistoso, mañana nos vemos Ceferino

Se acerca y le da un pequeño beso en la mejilla.

Regresó a su casa y se sentó en su pequeño rincón de lectura, ni leyendo se le iba esa sensación de los labios que rozaron su cachete con los labios de ella, ¿Me habré enamorado? Se preguntaba una y otra vez, no se podía quitar el recuerdo de su cara blanca y sus labios un carnudos, la ropa primaveral, esa falda floreada, una blusa algo formal, un pequeño sombrero blanco y se parecía a los ángeles que solo había imaginado en tantos libros que había leído o los que había visto en las pinturas de iglesias o museos.

Siguiendo, pensando en ello, no sabía qué hacer para ponerse tranquilo con su mente y su corazón, lo único que se le venía a la mente eran las cosas románticas así que puso canciones de José José hasta que empezó a dormitar, antes de que se durmiera profundamente escuchó una de sus canciones favoritas intitulada “solo los pájaros” …

Segundo capítulo: Sombrero de pluma. Capítulo 2. (plumaalaireescritores.blogspot.com)

Créditos: Doctor Suavecito

Edición: César Carbajal

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