Sombrero de pluma
Día de muertos
Cempasúchil, catrinas, olores de mil
platillos diferentes, tequila del auténtico agave, papel picado multicolor,
mariachis, incienso, también la nostalgia;
nosotros preparamos un verdadero festín que lo disfrutan nuestros seres
queridos que se nos adelantaron en este camino incierto que es la vida. Esto y
muchas cosas más es la grandeza mexicana, tan suave gente y tan suave patria.
Ceferino puso
su ofrenda en su pequeño rincón de lectura, quitó algunos libros, sacó una
mesita guardada para poner todo lo comprado. Sacó una caja de su mueble donde
tenía varías fotos. La colocó como las fue encontrando: primero puso a Berta,
después encontró la foto de su otro hermano fallecido, Chabelo; también encontró
la foto de Roberto, su amigo incondicional. Por alguna extraña razón encontró
una foto del burro que le encajó los dientes y le pareció un buen recuerdo. Al final
encontró una foto de sus papás, pensaba que no tenía ninguna de ellos. También las
puso. Aunque no fueron muchos, extrañaba a sus muertos. Les puso un vaso con
agua, sal, una vela, un tamal de frijol para su mamá, unas enchiladas para sus
hermanos, dos gorditas de chicarrón para su amigo, fruta para el burro y una
botella de tequila y mezcal para su papá. Le agregó barras de amaranto y unos
cigarros.
Del otro
lado del mapa, Catalina había puesto su ofrenda en la mesa de la sala poniendo
las fotos de sus padres con el algodón de azúcar que tanto les gustaba, también
con tamales de pescado y de chipilín. Les puso un vaso con agua, sal, tres
velas, flores de cempasúchil. Con los pétalos del cempasúchil hizo un camino desde
la mesa de la sala hasta la puerta de su departamento. Prendió un bracero
pequeño. Al terminar de colocar la ofrenda, buscó unas zapatillas que hace
tiempo no encontraba. Al buscar entre todos sus zapatos, abrió una caja que
supuestamente estaba vacío, pero no. Encontró una vieja foto de Don José y de
Doña Amaranta, estaban posando fuera del bar, realmente no sabía porque tenía
esa foto, también había un par de puros. Sus ojos se llenaron de lágrimas y en
su rostro se pintó una sonrisa. No lloraba de tristeza, sino de felicidad por
haber encontrado un último recuerdo de ellos. Limpiándose las lágrimas, se
levantó y puso la foto en su ofrenda poniéndoles los puros junto con una botella.
En voz baja comentó: Para donde sea que ahora estén tengan una última noche
de cabaré. Para decorarla, puso unas calaveritas de chocolate y azúcar.
Como último punto del mapa,
en el hospital colocaron una ofrenda con muchas velas, calaveritas de azúcar y
chocolate, cañas, mandarinas, naranjas, manzanas, dos cocos que nadie supo cómo
llegaron ahí, una jarra de agua, flores de cempasúchil, y las fotos de todos
los recién fallecidos en el hospital y los familiares de los trabajadores del
lugar.
Dieron las cinco de la tarde, el cálido día otoñal comenzaba a tornarse en una brisa
veraniega, a los niños se les escuchaban las sonrisas y carcajadas ansiosas por
salir a pedir su calaverita y al mismo tiempo la desesperación para poder irlas
a pedir. Catalina recibió múltiples notificaciones en su celular, le estaba
recordando que tenía una velada. Se metió a bañar, se vistió con un vestido morado
con negro, se puso un sombrero que ella había hecho hace mucho tiempo el cual
era un sombrero como los que utilizaba Ceferino, salvo que ella le puso flores
de cempasúchil naturales con rosas rojas, se puso las zapatillas negras altas
que estaba buscando. Aunque no lo solía hacer, se maquilló la mitad de la cara
como catrina, una bella catrina sacada del Mictlán. Mientras tanto, Ceferino se
vistió de gala, se puso un traje blanco con camisa negra y un moñito rojo con
un sombrero de pluma que era blanco con una cinta negra para soportar la pluma
café que era de una Paloma, zapatos blancos lustrados. También se pintó la cara
de catrín, y llevaba el estilo de uno al vestirse así para la velada con
Catalina.
El reloj
marcó las seis de la tarde y Ceferino llegó puntual a la casa de Catalina,
ambos se elogiaron tanto el vestido como el maquillaje. Partieron a Chapultepec
para el recorrido que hacían ahí. Una vez llegando el recorrido se divide en
las cuatro secciones de Chapultepec, cada una diferente a la anterior. Entraron
en un grupo el cual, en su mayoría, era de jóvenes que vinieron a las actividades,
fuera por gusto o encomienda escolar.
Caminaron
con este grupito, pero se quedaron hasta atrás para poder ver mejor cada uno de
los atractivos del lugar. Vieron un festival de luces y hologramas de
diferentes tamaños llevándonos al mundo de los muertos con decenas de xoloitzcuintles,
ajolotes, y los pétalos de cempasúchil hasta la puerta del Mictlán con el gran
señor que resguardaba ahí, Mictlantecuhtli. Siguieron caminando, cientos de
charros con trajes de múltiples colores montando la caballada y uno que otro
toro, atrás de ellos estaban algunos jarochos con bailes y danzas de todo el
país. Arribaron al lago, miles de velas estaban en el mismo con fotos de
personas que a lo lejos se les estaban mencionando los nombres de las personas
que se encontraban ahí. La noche se hizo presente, comenzaron a prenderse las
farolas del lugar. Llegaron a una parte donde parecía la época cuando crearon a
la afamada Catrina pues miles de catrines acompañados de sus catrinas salieron
de la nada, éstos tenían bastones, sombreros de copa, vestidos extravagantes,
trajes muy pegados y algunos de ellos estuvieron con una exhibición de carros únicos
de las décadas de los años 10´s y 20´s. Y, por último, antes de salir
proyectaron aquellos grandes momentos de México hasta la actualidad. Antes de
irse, se detuvieron cerca de la entrada, Ceferino sacó una nota la cual decía: No
me importará si la Catrina me lleve, un ajolote y xoloitzcuintle me dirigirán a
mi final, la muerte me abrazará, pero sabré que tú fuiste el más grande amor.
Atte. Ceferino. A Catalina se le escapó una pequeña lágrima, robándole un
beso a Ceferino. Cuando terminaron de besarse, se miraron y sonrieron de la
felicidad ahora sentida. Después
del recorrido, se dirigieron a la casa de Ceferino.
- ¿De quién es esta casa? – preguntó Catalina
- Es mi casa, creo que es la primera vez que vienes, ¿Verdad?
- Sí, es la primera vez que me has invitado.
Pasaron
a la casa y Catalina se quedó maravillada de la casa de Ceferino. Su reacción
fue genuina, realmente le gustó bastante como construyó su casa y como estaba
repartida.
- ¡Está increíble tu casa, Ceferino! – sonriente
- ¿Te parece? – asombrado
- Sí, y más este pequeño rincón donde pusiste la ofrenda
- Fue un lugar provisional
- Y dime, ¿Quiénes son los de la ofrenda?
- Ella fue mi hermana Berta – señalando las fotografías – quien murió por un golpe hace años, el señor bigotón fue mi papá, la señora de rizos fue mi mamá, el de tirantes fue mi hermano Chabelo, y el viejito delgado fue mi amigo Roberto quien estuvo conmigo tiempo después de que llegué a la ciudad.
- ¿Entonces has perdido a mucha familia?
- Sí y no, no porque tengo unos hermanos los cuales no tengo comunicación y sí porque perdí a la única hermana con que tenía mucha confianza y comunicación.
- Lamento escuchar eso.
- ¿Tú has perdido a alguien?
- Solo perdí a mis papás y a dos viejos amigos, todavía me quedan mis hermanos.
- Únicamente conozco a Julio, ¿Quién es el otro?
- No es necesario mencionarlo en este momento.
- ¿No lo quieres o qué?
- No es que no lo quiera, solo que fue el único que se quedó en el campo y jamás quiso volvernos a ver y, en cambio, Julio fue quien me apoyó todos estos años hasta que se fue a Baja California.
- Y hablando de familiares, ¿A quiénes pusiste en tu ofrenda?
- Puse a mis papás, pero buscando unas zapatillas me encontré con las fotos de mis amistades, Don José y Doña Amaranta
- ¿Quiénes son?
- Don José y Doña Amaranta fueron quienes me apoyaron cuando llegué a la ciudad, al morir Don José me dejó dos bares uno que estaba por el zócalo y el otro cerca de acá, pero con mi depresión vendí el bar del zócalo para alimentar mi alcoholismo, el otro bar aún sigue siendo mío y recibo dinero de él. Doña Amaranta se murió de soledad o ahorcada, realmente no recuerdo, pero en ella me dejó un departamento en el que viví muchos años y que ahora rento. Creo que ya te había dicho de Don José, ¿Cierto? – confundida.
- Realmente no recuerdo, pero de Doña Amaranta no me habías dicho nada ¿Te parece que en este día contemos algunos recuerdos de aquellas personas que se fueron?
- Solo prométeme que no me harás burla si es que lloro.
- Te lo prometo, ven, vamos a sentarnos y me cuentas de Doña Amaranta.
Se sentaron, Catalina
empezó a contarle la historia del qué pasó con Doña Amaranta.
- La historia comienza meses después de que Don José hubiera muerto, yo no podía salir de mis fuertes vicios los cuales me estaban matando poco a poco y a esta edad me sigo preguntando ¿Cómo tanto exceso no me ha afectado?, pero luego me responderé la pregunta. Volviendo con la historia, en una ocasión fui al pequeño bar que me había dejado Don José y yo recuerdo que encontré un zapato afuera de la puerta, casualmente era de los que utilizaban Doña Amaranta quien era la novia de Don José.
- A ver – interrumpe – entonces, ¿Don José y Doña Amaranta eran novios?
- Así es – contesta – ahora no me interrumpas que se me olvida, prosigo. Encontré este zapato de ella, volteé a todos lados para ver si se encontraba por ahí, cuando miré hacia arriba, la encontré colgada, pero mi memoria bloqueó desde que encontré el zapato hasta que un abogado me llamó para hacer lectura de un testamento, pensando que era el testamento de Don José. Cuando fui con el abogado me dijo que la señora Amaranta me había dejado un departamento que era donde yo vivía en ese momento, el resto del departamento se lo quedó su hermana de la señora.
- A final de cuentas te quedaste con el departamento y con el bar.
- Sí, y eso que Doña Amaranta no me quería o por lo menos yo sentía que no me quería por llevarme muy bien con Don José, osease su novio.
- Y me sorprendió una cosa de la historia.
- ¿Qué? – dudosa
- Que, para esa época, unas personas se hicieran novios a tales edades porque me imagino que estuvieran por los cincuenta.
- Nunca supe su edad, Don José se veía por allá de los sesenta y Doña Amaranta, aunque se cuidaba mucho la cara se veía una señora cincuentona.
- Creo que ellos nos representaron en su momento y décadas antes.
- Sí mi amorcito, a ver si llegamos muchos años más.
- Volviendo a cambiar el tema, antes de acabar la velada ¿Quieres hacer un pequeño karaoke?
- Claro que sí, es más, no he tomado desde hace muchos años, pero esta noche podré tomarme un pequeño vino para humedecer la garganta y cantemos todas las del príncipe de la canción.
- ¡Eres de las mías!
Ceferino puso
canciones en su celular y transmitió en una bocina que tenía ahí, Catalina
preparó y sirvió las copas de vino y comenzaron a cantar hasta que ya no
pudieron. El sueño hizo desfallecer de cansancio y se sentaron por unos
momentos, se dieron un pequeño beso y se abrazaron, poco a poco se quedaron
profundamente dormidos…
Décimo quinto capítulo: Sombrero de pluma. Capítulo 15. (plumaalaireescritores.blogspot.com)
Décimo séptimo capítulo:
Créditos: Doctor Suavecito.
Comentarios
Publicar un comentario