El mapache y el cuervo. Treceavo cuento.

El mapache y el cuervo.

En algún bosque casi intacto, donde los aires eran puros y el agua corría libremente, donde las hojas otoñales cambiaban a caerse por la temporada invernal dejando pelones a las arboledas rojizas y amarillentas, y en donde apenas un par de humanos llegaban a explorar o acampar en las lejanías colindando con las entradas a la ciudad, existió un mapache y un cuervo. Aquel mapache tenía mucha integración con los humanos, tenía demasiada confianza con ellos, por más extraño que parezca. Mientras que el cuervo era de las partes más profundas del bosque, donde casi jamás salía a menos de que escaseara su alimento. Ninguno sabía de la existencia del otro.
En una noche, el cuervo salió de su nido a volar. Extendió sus grandes alas con plumaje negro brilloso, su pico contrastaba con el aspecto nocturno. En su pata existía una lesión causada por unos humanos, he de ahí el hecho de haberse quedado a las profundidades del bosque.
Inició su vuelo. No recordaba lo bien que era volar durante las noches. Se dejó llevar por sus viejos recuerdos y por el hecho de que llevaba años sin estar en las periferias de la ciudad. Comenzó a acercarse un poco a los límites del bosque. Divisó una fogata. Bajó de su vuelo y posó sobre una rama de aquel viejo árbol. No hizo ruido, solo se quedó observándolos con detenimiento.
Justo antes de retomar su vuelo, vio una cola anillada que se acercaba a los humanos. Siguió mirando, era un mapache. Se veía un tanto grande aquel mapache, con mucha agilidad y parecía ser que con mucha hambre. Los humanos lo vieron y les causó demasiada gracia. Comenzaron a tomarle fotos, pero pronto lo pudieron tomar de su cola para agredirles. El cuervo extendió sus alas y sin dudarlo, les atacó arañándoles la cara y las manos cuando se cubrían. El mapache pudo liberarse y emprendió la huida, el cuervo lo siguió.
Al estar lo suficientemente lejos del lugar, descansaron unos momentos. El mapache agradeció con un simple gesto, el cuervo lo aceptó y partió a su hogar.
Zarcillos y ramas secas le esperaban al cuervo en su nido. Tan solo estaba con su soledad. Plata, oro y cosas brillantes le esperaban en la madriguera del mapache, pero, para sorpresa de nadie, también en soledad. Ninguno de los dos había encontrado a alguien con quien poder compartir su hogar y un par de aventuras, quizás habrá sido por sus actitudes, o simplemente porque no eran lo suficiente para sí mismos.
Matutinos dolores comenzaron a presentarse en el cuervo, esa herida le seguiría hasta la muerte. Salió del nido y se llevó una grata sorpresa al encontrarse con el mapache. Lo había seguido discretamente la noche anterior. Subió hasta el nido y compartieron un par de semillas que había en el hogar del plumífero. Disfrutaron la compañía del otro. El mapache bajó y consiguió un par de insectos los cuales no eran del agrado del ave, aun así, comió con él.
Iniciaron a frecuentarse cada vez más. Había conductas del otro que no les agradaban, aunque pudieron convivir de forma armoniosa. En alguna ocasión el mapache invitó a su madriguera al cuervo. No se sintió cómodo, sus alas se ensuciaron y no podía moverlas. Discutían al respecto de cada una de sus interacciones.
Noches de incertidumbre comenzaron a surgir al no coincidir en múltiples aspectos. El cuervo comenzó a preocuparse por el mapache cuando se iba a los campamentos humanos y comenzaban a pelear. El mamífero se iba sin ninguna preocupación, mientras que el plumífero solamente partía volando.
Empezaron a alejarse por sus diferentes estilos de vida. El plumífero comenzó a entristecerse demasiado al sentir que era culpable, quería regresar con el mapache, quería sentirse bien con él mismo, pero no podía. El mapache experimentó algo similar, pero a menor sensación y tan solo quería que el cuervo le siguiera a todos lados sin interesarle lo demás.
Mundanas experiencias comenzaron a surgir, cada vez se alejaban más. El cuervo partía del nido al ver acercarse al mapache, pero se arrepentía casi enseguida y volvía donde él. Cuando existió una pelea lo suficientemente fuerte, el mapache mordió la pata malherida del cuervo. Soltó un graznido tan fuerte que incluso provocó su sollozo.
Intentaron volver a iniciar, pero había impedimentos físicos de por medio. El cuervo quería llevar por los cielos al mapache, pero no podía cargarle. El mapache quería que sostuviera cosas, pero las alas le eran inútiles para sostenerlas.
Lidiaron con pensamientos muy diferentes. El cuervo intentó hacer muchas para poder encajar con el mapache. El mapache no quería seguir insistiendo.
Iniciaban peleas que terminaban siempre en reconciliación, pero no querían seguir haciéndose más daño.
Antes de que iniciara el invierno, el mapache comentó que se iría más cerca de los humanos por la escases de comida durante los meses gélidos. El cuervo insistió en que él podría llevarle comida durante las temporadas, así podrían seguirse frecuentando y también evitar ponerse en peligro.
Ninguno quería estar atado al otro. El cuervo sabría la dificultad de ello, especialmente si le llevaba sus semillas pues ambos se quedarían sin alimento en menos de un mes.
Objeciones y reclamos hubo. Lágrimas derramadas entre plumaje y pelaje. Ambos tomaron sus decisiones, pudieron haber tomado mejores.
Llegó el invierno. Los árboles se tornaron a troncos secos, las hojas se cayeron y la nieve comenzó a caer. Las plumas se mudaron, el pelaje aumentó, y con esto me surge una pregunta elocuente pues la nieve me cegó mucho más de lo ciego que estoy, ¿habrán podido quedarse juntos en alguna madriguera o nido, o tan solo prefirieron renunciar antes de que terminara el mismo invierno crudo para supervivencia de ambos? He de reconocer que jamás sabremos la resolución del cuervo y del mapache. Quisiera decirles más de la misma historia, pero tampoco sé de ella. Tan solo tú, quien lee ahora este cuento, puedes darle terminación a la historia…



Créditos: Doctor Suavecito.

Comentarios