Esporas. Quincuagésimo quinto relato.

Esporas

Un hombre desesperado, acorralado, sin esperanzas y sumido en la más profunda desesperación ruega y súplica que todo se acabe ya.
  • ¡No dejan de seguirme! - desesperado - ¿Cuándo podré deshacerme de todo esto?, ya no puedo más. A donde quiera que vaya, siempre me alcanzan y no hay forma de deshacerme de ellos, si tan solo pudiera librarme de ellos…
Un sujeto en verdad simple, sin grandes logros en la vida. Una vida para muchos aburrida, monótona y solitaria. 
Lo que parecía otro día común y corriente resultó ser su último día…
La noche era solitaria. Al llegar a su edificio, solicitó el elevador para subir a su departamento. El ascensor estaba deteriorado por el paso del tiempo. Perdido en sus pensamientos, una mancha en el techo llamó su atención, seguramente se trataba de otra fuga. 
Llegó al piso 7 habitación, 705 el último cuarto al final del pasillo. El crujir de la puerta resonó con eco por la habitación, le siguió un silencio absoluto, al que estaba acostumbrado. Quizá una mascota sería la compañía que le faltaba en esa soledad.
Caminó y se dejó caer sobre el sillón, se quitó los lentes y se frotó los ojos. Miró un techo frío, con pintura descolorida tras parpadear apareció una mancha sobre su cabeza. Creo que estoy demasiado cansado - dijo para sí y cerró los ojos.
Siete de la mañana, el despertador anunciaba un nuevo día. Se giró para apagarlo y se volvió a cubrir con las cobijas…abrió los ojos y dio un salto. Quedó sorprendido al darse cuenta de que se encontraba recostado en su cama, ¿Cómo había llegado ahí? Se quedó con una duda demasiado grande. Buscó sus lentes y miró a su alrededor, era extraño, a pesar de ser las 7 no había luz, ¿se habrá descompuesto el despertador? Se sentó a la orilla de la cama y buscó sus zapatos… ¿siempre estuvo ahí esa mancha en el suelo? Buscó sus zapatos, pero no estaban. Se levantó para búscalos, caminó hacia la sala y ahí estaban, pero ¿dónde estaba el otro? Miró hacia la puerta de la entrada, parecía que el zapato decía: "alcánzame si puedes". Caminó para levantarlo. Al agacharse, apareció una mancha enorme en el suelo justo donde estaba el zapato, un círculo perfecto.
Trató de levantar el zapato, pero se volvió polvo en cuanto lo tocó, se levantó en seguida y dio un paso atrás. La mancha se fue, no sabía que había pasado con el zapato. Bajó la vista hacia el otro zapato que sostenía en su mano izquierda. Se quedó boquiabierto al ver que su zapato parecía de algodón, lo soltó y cayó al suelo creando una nueva mancha que empezó a expandirse poco a poco, como si de algo líquido se tratara. He de estar imaginando cosas - dijo. Sintió un cosquilleo en su mano, el algodoncillo se le había pegado. Aterrado, corrió a lavarse. No se iba, al contrario. Al parecer el agua hacía que aumentara de tamaño.
Ahora pasaba de su muñeca, sacudió la mano frenéticamente, intentando que se quitara y al detenerse había desaparecido. Miró a dónde había caído el zapato y no había nada. Bueno - dijo - creo que sigo demasiado cansado, debería tomar algo de aire y volver a dormir un poco - se acercó a la ventana para abrirla, pero no logró ver nada a través de ella que extraño habrá niebla cuando intentó sacar la mano una telilla fina se lo impidió, parecía una telaraña muy densa. Quitó su mano enseguida, volvió a pegársele algodoncillo. Sacudió su mano para quitárselo, pero no sé iba…
El teléfono interrumpió el intento de quitarse el algodoncillo. Miró al teléfono, en ese volvió a mirar su mano…no había nada, el teléfono siguió sonando corrió a contestar.
  • Víctor, ¿dónde estás! - preguntaron con una voz fuerte - Llevas dos días sin venir a trabajar, ni siquiera te dignaste a avisar.
Dos días, pero si todavía no amanece, ¿de qué hablas? - pensó. Quiso contestar, pero las palabras no salían de su boca
  • ¿Estás ahí, Víctor?
  • Sí, aquí estoy - hablaba con una voz casi inaudible - ¡Alfonso!, ¿me escuchas!
  • ¿Hola?, escucha, esto no es gracioso hablaremos cuando llegues al trabajo, me debes una buena explicación.
  • ¡Alfonso, espera, no me cuelgues!
El sonido del final de la llamada fue lo único que pudo escuchar. Corrió hacia la puerta, abrió y salió del cuarto. Chocó con una especie de tela la cual provocó un desmayo. Cuando abrió los ojos, se encontró de vuelta en su habitación.
En el suelo había manchas por todas partes círculos perfectos. Retrocedió hasta que la pared lo detuvo, sintió suave. Notó que no eran simples manchas, lo que había en el suelo era el mismo algodoncillo que se pegó a sus manos. Al mirarlo de cerca se percató de que ese algodón era similar a los hilos que le salían a la comida que se pudría. Era moho, una cantidad abrumadora de moho. Las manchas no paraban de extenderse por toda la habitación. Corrió hacia la puerta, al abrirla se encontró dentro del departamento. En un acto de desesperación sacó la cabeza por la ventana para asomarse. Llovía, un relámpago iluminó todo en un instante. La luz volvió todo a la normalidad, el sol lo deslumbró. No sabía lo que estaba pasando.
Corrió hacia la puerta, la abrió de una patada y continuó corriendo por el pasillo. Fue al ascensor y bajó a planta baja. Tomó aire, suspiró, levantó la cabeza y ahí estaba la misma mancha el moho. Se abrieron las puertas del ascensor, salió de inmediato. En el vestíbulo corrió hacia la entrada principal, al salir el sol lo deslumbró cerró los ojos por la luz. Al abrirlos, frente a él se encontró con una placa de números… 704, estaba frente a su departamento. Miró detrás de él nada, una pared gris, justo detrás abrió la puerta y la misma pared gris.
Sintió cosquillas en la mano con la que abrió la puerta, era el moho. Soltó la perilla y la puerta se cayó en pedazos. El moho empezó a expandirse en toda su mano, se frotó intentando quitárselo, pero fue en vano. Seguía recorriendo su brazo, retrocedió y lo detuvo algo. Abrió una ventana. Una tormenta azotaba con toda su fuerza y cuando una gota de agua cayó sobre su mano todo volvió a aclararse, la sala, la puerta, todo estaba en su sitio.
Suspiró aliviado y al observar a través de la ventana abierta la tormenta continuaba, pero el sol entraba por el cristal de la ventana, ¿cómo era posible que hubiese una tormenta tan devastadora y brillase el sol de esa forma? Observó la puerta y corrió hacia ella otra vez, por más que corría la puerta parecía alejarse cada vez más. Vio hacia la ventana, estaba a menos de un metro de ella, pero empezó a crecer moho desde la parte abierta de dónde se veía la tormenta, el agua que entraba mojó el piso y las manchas volvieron a aparecer.
¡Basta ya! - gritaba - ¡Se los ruego, deténgase ya! - sus gritos de desesperación eran en vano. El moho seguía creciendo. ¡Por favor detengan esto, ya no puedo más, ayuda por favor sáquenme de aquí! - gritó con todas sus fuerzas por lo que parecían horas. Le faltaba el aire, la desesperación se apoderó de él. Ya basta déjenme salir…si no puedo llegar a la puerta solo queda una opción - dio la vuelta. Con sus últimas fuerzas saltó por la ventana, la lluvia mojó su cara mientras caía.
Cuánto silencio, se cuestionaba sobre lo que hacía, recordaba que al día siguiente tenía que trabajar...
Lo último que vio fue como se dispersaban las nubes y le dejaban el paso a un hermoso cielo azul. Cerró los ojos y recordó la mancha en el ascensor, claro ahí empezó todo. Empezó a reír a carcajadas, reitiéndose una frase "Al fin me liberé de ellos".
Sus risas fueron lo último que se escuchó de él antes de que llegara al suelo.




Créditos: Iara.
Adaptación: Doctor Suavecito.

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