Morgue de los artistas
Taxidermista
Junté mis
memorias con mi mala racha de las amistades llegadas a mi morada estando
muertas. Creo que mis tristezas están acompañándome desde siempre, quizás fue
más evidente desde la mortandad de mi bisabuela, abuelo y esposa. Al parecer,
con las amistades me está pasando lo mismo, mis tristezas incrementan de una
forma abismal. Cada vez están dejándome peor.
Estando en la
sala, vi a una pequeña manualidad de hace muchos años. Se trataba de una
pequeña corona dorada con tres rubíes, me la regaló una amiga quien era muy
peculiar. Tenía conocimientos en muchas áreas de las cuales siempre competíamos
y apoyábamos en mejorar, diría que fue mi eterna rival y una amiga a quien
quise demasiado. Cada uno tomó su rumbo en la universidad y difícilmente nos
veíamos, la última vez que pude verla fue cuando se casó, desde ahí se fue a
vivir fuera del país, cero que está en alguno de Europa. Cuánto la extraño,
sinceramente ya no sé qué fue de ella.
Algo de lo
que siempre le admiré es el estómago que tenía para ser el bello arte de la
taxidermia, lo realizaba cada vez que podía con los animales recién muertos que
encontraba en la calle o incluso con sus pequeñas mascotas recién fallecidas.
Creo que sería hipócrita el hecho de que ahora yo realizo una acción similar
sino es que igual. Recuerdo en una lejana ocasión de la cual tenía una hermosa
víbora y murió, aprovechó para realizar su trabajo y, para ser honesto, le
quedó maravilloso, prácticamente como si de un ser aún con vida se trataba.
Sorprendido quedé pues fue su primer trabajo.
Los días
pasaron desde aquella última mortandad de mi amigo. Extraño fue que tampoco me
hubiera visitado Joe con algún nuevo cadáver, ¿será que la muerte habría
descansado luego de haberme quitado a tantas amistades de mi pasado y a las que
tanto quise?
Perdido en mi
pensamiento, una llamada me interrumpió todo eso. Un número desconocido llamó a
mi celular, pensaba que ya me habían invalidado mi número por no utilizarle. Al
contestar, una voz familiar me respondió. Un acento italiano respondía, lo
reconocí pues era el marido de mi amiga. Sigo cuestionándome el cómo consiguió
mi número. No entendí el motivo por el cual me llamó, se escuchaba bastante
alterado. Acordamos vernos ese día, aunque tenía bastante duda con él, nunca
nos llevamos bien.
Arribó a mi
morada. Bajó de su auto y se dirigió a la parte trasera. Él cargó a una dama de
cabello largo y cano, contaba con un bellísimo vestido negro, anillos de plata
en sus dedos, unos lentes. Traía consigo un tanque de oxígeno. Salí de la casa
y ayudé con el tanque de oxígeno. Noté que era mi amiga. Su pálido rostro, sus
manos artríticas y las líneas de expresión en su cara, denotaba cansancio. Los
pasé a mi sala, la sentamos en mi sillón. Ella me sonrió y nombró el apodo que
teníamos. Intercambiaron palabras en una lengua que no conozco, él salió de la
casa para sentarse en su auto. Antes de cualquier tontería, – comenzó a
hablar con dificultad –estoy en etapa terminal de cáncer pulmonar. Notas mi
cansancio al hablar. No pensé vivir tanto y ve, ahora soy una momia andante. No
supe qué contestar. La abracé, ella contestó con un débil puñetazo. Empezamos a
recordar viejas memorias de los tiempos nuestros, conversamos de las salidas
ocasionales y el cómo nos conocimos. También recordamos el cómo se conoció con
su esposo. Fue una lástima que no te quedaste con Donna – comentó – hubieran
sido una bonita pareja, ambos eran artistas y cantantes, aunque supe que te
casaste. Lamento el no haber asistido, ¿qué pasó con ella? Un silencio
inundó la sala, se hizo un nudo en mi garganta. Murió, – dije lloroso – lamentablemente
murió. Lamentó el saberlo de una forma tan abrupta, me dio el pésame.
Me disocié un
poco. No sé de dónde sacó un cigarro, mucho menos sé con qué lo prendió. Se
quitó la cánula nasal, decía que le molestaba. Fumó, tuvo una tranquilidad de
la cual jamás pude ver a ningún cadáver. Me invitó de su cigarro, le di una
última fumada. ¿No que nunca ibas a caer en el cigarro? – le dije
riendo.
Puse música,
un par de melodías que nos gustaban en nuestra juventud. Fui a la cocina a
preparar café. Con mucha dificultad, ella me siguió. No se colocó su oxígeno.
Me quedé viendo al fuego de la estufa, escuchaba la música resonando en toda mi
casa junto con las respiraciones dificultosas de mi querida amiga y el cigarro
quemándose. Seguimos platicando sobre nuestras pasiones, ella dejó de ser
taxidermista luego de sus múltiples intervenciones hospitalarias. Y una
pregunta resonó dentro de mí, ¿Realmente fuiste feliz luego de dejar la
escritura?, no le supe contestar. Serví el café. Recordé los tiempos en los
que salíamos al café que frecuentábamos durante la preparatoria.
Antes de
que te vayas, quiero preguntarte
– inicié –, ¿Cuál fue el motivo por el cual me llamó tan preocupado? Inhaló
profundo, tomó un sorbo de café y dijo. Te llamó para que me convencieras de
vivir. Intenté irme donde nuestros muertos. Pensó que trayéndome hasta acá mis
ánimos cambiarían, lamentablemente no es así. Desde que no hago lo que amo, no
tengo ningún motivo para seguir en este mundo. No digo que no ame a mi marido,
pero me siento inútil. Ya no quiero seguir en este mundo. No supe cómo
responder, tan solo me quedé callado. Lo que ella mencionó en tan solo unos
momentos, lo he pensado durante años salvo que yo ya no tengo por quién vivir.
Agradeció por haberla escuchado y pidió convencer a su marido para dejarla ir.
Tomó todo su café y le ayudé a subirse a su carro, le puse el oxígeno. Antes de
irse, mi amiga “amenazó” con regresar. Ambos sonreímos y los vi partir en la
distancia.
No supe más
de ellos durante un mes. Parecía que nuevamente se habrán olvidado de mí, ya
estoy bastante acostumbrado a ello. Llamaron a mi puerta. Mi amiga me volvió a
visitar, pero no de la forma en cómo yo hubiera querido. Su cuerpo se
encontraba sin vida. Su marido estaba demasiado afligido, no mencionó palabra
alguna y me entregó una carta. La abrí y comencé a leerla.
Quizá
cuando hayas abierto esto, regresé a tu casa. No sé si él me habrá traído para
que tú me hagas en taxidermia a tu forma o si solamente trajo la carta. Cual
sea el caso, debo admitir que ya no aguantaba mi artritis al momento de
escribir esto. No seguiré desviándome del tema. Quiero agradecerte por resistir
tanto en esta cruel vida, no sé cuáles fueron tus batallas, mucho menos sé el
dolor que ahora cargas (porque supe desde que te volví a ver, tal vez jamás te
curaste de tu depresión), tan solo te digo que trates de vivir plenamente en
tus momentos siguientes. Viví bien, nunca me arrepentiré de lo vivido.
Si ves a
mi marido llorar o impactado por el suceso, invítale una copa para que se
relaje y me deje finalmente. No pido nada más.
Nos
veremos en el infierno, atentamente Sam.
Caminé al
auto. Le pedí que me ayudara a bajarla al ático. Comenté que se quedara en mi
sala y en unos momentos le entregaba a su esposa. Me cambié y preparé al
cuerpo. Prendí la grabadora y comencé a describir el cuerpo tan desgastado y
maltratado por los años y el cigarro que tanto traía consigo. Quizás el
sentimentalismo que tanto le tuve a mi amiga siempre existirá en nuestras
memorias, pero me pregunto si realmente es lo único que nos llevamos cuando
nuestro final llegó o si simplemente son señales del cerebro para poder
asimilar nuestra falla multiorgánica. No tendré criterio ante la imposibilidad
de saber con ello.
Luego de
hacer las anotaciones pertinentes, comencé a vestirla con el vestido que traía.
No le deseé que hubiera tenido buena vida porque sé que sí la tuvo. Apagué la
grabadora y llamé a su marido para que se la llevara. Como dijo mi amiga,
estaba inconsolable. Le invité la copa y platicamos un poco, me comentaba lo
mucho que hablaba de mí. Quedé un poco disociado, ¿realmente sí fui o soy
realmente importante para un par de personas para que me recuerden con tanto
cariño o simplemente sería un recuerdo ocasional como el de aquel invierno en
donde dimos nuestro primer beso o nuestro rompimiento en verano?
Se
tranquilizó bastante. Comenté que lo acompañaba en la carroza, él no quiso y
prefirió irse. Desde que tengo memoria, siempre han sido raros y creo que por
eso se enamoraron más.
Le acompañé
con la carrosa. Seguía muy confundido con todo lo que estaba pasando, era
natural al perder a su pareja. Durante la velación, él estaba inconsolable, yo
traté de estar firme, pero mis lágrimas eran demasiado pesadas para mantenerlas
guardadas. Desde hace tiempo no me gusta llorar en lugares públicos, siento que
es desperdicio de agua, aunque sí es necesario hacerlo.
Antes de
partir, él me dio su contacto para cualquier cosa. Siendo sinceros, jamás le
llamaré.
Regresé a mi casa.
Fui a mi cocina y vi un pequeño cigarro, era de ella. Solté una lágrima y una
risa, pero me cuestioné ¿será que la vida me estaría trayendo a las amistades
para despedirme de todas ellas antes de que se me quite la mía?
Créditos: Doctor Suavecito.
Texto inspirado en mi querida amiga, escritora, taxidermista aficionada, entre más, Morrigan Morales C.
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