Morgue de los artistas
Artista
Siempre
consideré que se le debía decir artista a quien domina más de tres artes y
llamarle por su profesión al que la aplica, es decir, al que escribe debe
decírsele escritor y así con cada una de las diferentes artes. Siempre fue el
eterno debate con mi esposa. A ella siempre le consideré como una artista
completa pues era artista plástica, pintora de lienzos y cuerpos, bailarina
aficionada y escritora.
Recuerdo
cuando coincidimos, fue en un salón en donde se canta y baila danzón. Éramos
tan jóvenes y coincidimos por casualidad. La vi a lo lejos y pedí bailar, me
enamoré de su facilidad en el baile. Le invité unos tragos, me los negó todos y
prefirió hablar fuera. Comenzamos a fumar y en esa plática, ocasionalmente con
trivialidades y cosas burdas, eran temáticas que para ambos eran lo máximo.
Ella pedía perdón por hablar demasiado, pero yo me enamoré con la pasión febril
con la que comentaba esas cosas. Quedamos en más salidas y en cada una siempre
le llevé una rosa blanca.
En la
facultad, cuando estaba estudiando medicina, me inscribí en un concurso de
literatura. Le invité y accedió con todo gusto. No gané el concurso, pero ella
asistió. Recuerdo que iba con un vestido floreado y unos lentes, nunca se los
había visto, se veía más hermosa para mí. Trajo una rosa blanca, la primera que
recibí en toda mi vida. No entré a las clases de ese día por estar con ella, le
di todos mis anillos y ella estaba emocionada, especialmente porque creía que
le pedía matrimonio.
Bajo un gran
árbol, ella recargada en mi pecho escuchando mis respiraciones y mis latidos, y
yo viendo sus hermosos ojos, estábamos nerviosos. Ella fue acercándome a mí y
dio el primer ósculo. Nos dimos nuestro primer beso. Frotamos nuestras narices
y estábamos alegres. Formalizamos nuestra relación.
Ambos
terminamos nuestras carreras, pero ella se terminó dedicando al arte y yo puse
un pequeño consultorio en lo que me especializaba en medicina forense.
Cuando
tuvimos el dinero suficiente, nos casamos. Invité a un par de amigos cercanos,
un par no asistieron. La fiesta estuvo repleta de familiares y amigos de ella.
Al poco tiempo, pudimos comprar una casa grande y decidimos comprarla para
tener muchos hijos. Una noticia horrenda fue el hecho de que nunca los tuvimos,
sus problemas hormonales jamás se lo permitieron. Tampoco quisimos adoptar,
siempre nos consideramos malos cuidadores. En un par de fiestas a las que
fuimos, especialmente cuando eran de infantes, notaba su amor hacia los
pequeños. Notaba su infelicidad por no haber tenido hijos, se lo guardaba para
sí.
Siempre le
insistí que publicara sus pinturas, ella jamás quiso hacerlo. Jamás dejó de
practicar, así fuera en lienzo o sobre mí, pero siempre pintaba. Nunca lo dejó,
por más trabajo que tuviera en la tuviera y llevara a casa.
Solíamos
pelear, el enojo no pasaba más de una hora. Reconciliábamos con palabras o con
una rosa blanca para después darnos un beso y frotarnos nuestras narices.
Me recibí de
forense, adapté mi casa para tener mi trabajo ahí y estar más tiempo con ella.
Con los ingresos de ella, del consultorio y de la morgue, pudimos vivir
cómodamente. En una casa tan grande, volvieron mis tristezas por más enamorado
que estuviera. Al regresar del consultorio y antes de que ella llegara, volví a
tomar, sentía que así se irían de nuevo. No sé si alguna vez se enteró,
sinceramente espero que no.
Un día
enfermó. Solo tenía fiebre y cefaleas leves. Pronto, comenzó a empeorar,
teniendo vómitos y pérdida de apetito. Siguió con un anemia ligera y dolor
articular. Ya no iba al consultorio por cuidarla todo el día, suministrándole
medicamentos fuertes ya fuera por intravenosa o intramuscular. Adelgazó demasiado,
sus ojos se veían hundidos, no tenía tanta fuerza en sus brazos. Localicé a una
amiga enfermera, pidiéndole el favor de que la cuidara mientras que yo atendía
al consultorio pues, por esas fechas, casi nunca había una autopsia.
Cuando
terminé una consulta, mi amiga me habló. Estaba un poco extrañado. Al
contestarle me dijo que quería verme. Llegué a mi casa con una rosa blanca. Al
subir, mi amiga se veía preocupada y le pedí que esperara afuera. La rosa se la
di a mi esposa, sonrió y comentó: Siempre adoré las rosas blancas,
representan la pureza del amor, – haciendo una pausa – y cuando te vi en
aquel salón, desde ese momento quise que fueras mi esposo y al final se me
cumplió. Le di un beso en los labios
y le dije que regresaba en seguida. Cerré la puerta con delicadeza, comencé a
platicar con mi amiga. Siéndote sincera, – inició – los tratamientos
que le has dado no están siendo efectivos. Le cambié los tratamientos por los
más fuertes, pero tampoco mejoró. He visto esto en pacientes terminales. Si es
que tienes citas los próximos días, recomiendo que las canceles y estés con
ella. Lo siento mucho. Froté mi cabeza en desesperación, le agradecí
dándole su finiquito.
Entré al
cuarto y no le comenté nada de su situación. Los días siguientes la subía y
bajaba por toda la casa. En uno de esos días, pidió una pluma y papel, no se
los negué y no me dejó ver lo que hizo, tan solo lo guardó en su cajón.
Jugueteábamos como si fuéramos niños. Vivimos con felicidad una semana más,
todo estaba ideal.
Comenzó a
respirar de una forma calmada, sus latidos fueron más lentos. En esos momentos
me dijo: Al parecer que yo diré el último te amo, tenlo por seguro. Cerró
sus ojos, levantó sus brazos y me dio el último beso, volvió a acostarse para
dar su último suspiro. No intenté reanimarla, sabría que le provocaría más
dolor.
Traté de
levantarla, pero pesaba demasiado. Nunca había sentido algo tan pesado. Mis
brazos no podían moverla, mis piernas estaban temblando, un nudo en la garganta
y la imposibilidad de respirar correctamente. Mis ojos empezaron a lagrimar a
más no poder. En este momento, incluso una mosca podría derribarme. Mi mundo
había perecido, la única mujer en mi vida falleció. Era todo lo que tenía. Mi
llanto se escuchaba por toda la casa ahora vacía, no podía contenerme.
Llamaron a mi
puerta, corrí a cualquiera que fuera. La insistencia seguía. Me levanté
furioso, abrí la puerta y era un hombre alto y delgado, usaba gorra, denotaba
su nerviosismo e inexperiencia al ser tan joven. ¿Usted es el doctor? –
preguntó. Lárgate, no quiero a nadie aquí – grité. No es por
molestarlo, pero soy Joe, le ayudaré con el transporte de los cadáveres, se los
traeré cuando haya la necesidad. Mi molestia se transformó en llanto, le
pedí que me ayudara a bajar a mi esposa. Accedió.
Cuando la
bajó, tuve que ser profesional y hacer mi trabajo. Le pedí que se retirara y él
comprendió, recuerdo sus exactas palabras: Sé que no nos conocemos, pero
podemos amigar. Lamento su pérdida, de verdad. Me preparé, prendí la
grabadora, me vestí y trabajé. Fue la autopsia más larga y dolorosa de mi vida.
Busqué en todo; región pélvica, cavidades, órgano por órgano, en el cuero
cabelludo e incluso debajo de cada dedo, pero no había nada. No encontré
absolutamente nada. No entendía el motivo por el cual se fue de mi lado. Cerré
las incisiones. La vestí con un vestido muy parecido al de ese concurso en el
cual perdí, pero gané en la vida. Terminé la grabación y, como pude, la subí.
Quise cremara, pero no tendría la fuerza para eso. Avisé a sus familiares para
que vinieran y supieran que murió. Le puse el féretro más elegante y vistoso
que teníamos.
Sus
familiares no tardaron en llegar. Todos estaban preguntándome sobre su muerte,
les dije que no le había encontrado nada en la autopsia. Me señalaron de un
asesino y de un inútil en mi trabajo. Los corrí de mi casa. Lloré solo toda esa
tarde hasta el día siguiente. Estuve en vela con ella.
Tocaron la
puerta. Era Joe. Se ofreció a estar conmigo y llevarla a enterrar en donde
fuera. Le pedí que me ayudara a llevarla al cementerio cercano, en donde había
un pedazo asignado para mí, para que yo me pudriera ahí y no el amor de mi
vida.
Hicimos la
sepultura, nos ayudó el velador del cementerio. Joe estaba ahí, era el único
que me acompañó en mi dolor.
La noche se
hizo presente y él se fue, yo me quedé en el cementerio. No quise dejar sola a
mi esposa, iba a dormir en un lugar nuevo y sin mí. Mis lágrimas no se hicieron
esperar. Durante una semana estuve yendo con una rosa blanca.
Luego de una
semana, entré a mi cuarto y abrí su mueble. La hoja que guardó era un dibujo,
un retrato de los dos, con una leyenda escrita en cursiva: Nunca dejes de
escribir como yo nunca dejé el arte, mi amado escritor. Lloré demasiado.
Tuve deshidratación e hinchazón en mis ojos por tanta agua perdida.
De a poco, mi
chispa fue desapareciendo. Me aislé del mundo. Cerré el consultorio y tan solo
me quedé con la morgue. Joe trataba de hablar conmigo, al principio sí accedía
a hablar con él, dejó de insistir al año.
No sé qué le
habrá pasado, pero me sugirió salir por primera vez en años y, bueno, accedí.
Quizás el recuerdo de mi amada junto con las muertes recientes de mis amigos me
hiciera reflexionar.
Me arreglé igual que
aquella tarde veraniega en el concurso. Salí al panteón y le dejé una última
rosa blanca señalando la pureza y pasión por mi amor…
Créditos: Doctor Suavecito
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