Morgue de los artistas
Bailarina
Sonaba
aquella canción tan bella. Resonaba en esta parte “Una tarde de abril, una
noche en el bar los dos. Una alcoba sin luz, el calor de una piel, los dos
después de amar…”, provocó una remembranza en mis memorias, especialmente
en aquellos hermosos días de bachillerato en donde debuté como actor y escritor
íntegro en mi mejor momento. Juventud y creatividad llegaron a más no poder.
Felicidad también me inundó por un solo momento. Lamentablemente no duró mucho,
luego de mi presentación, una insatisfacción y tristezas me dominaron, ¿fue
todo?, ¿para eso me preparé demasiado?, me preguntaba de forma grotesca. No sé
si a los actores, a los teatreros, les pasará lo mismo.
Llamaron a la
puerta. Molesto, apagué mi música y abrí. Era Joe. Preguntó el motivo por el
cual apagué mi música, tan solo le comenté que era mucho por hoy. Trajo un
cuerpo, como siempre, pasó a dejarlo. Ya se iba, pero se detuvo. Quizás
parezca un poco raro – comentó –, pero ¿crees que un día podemos cambiar
la rutina?, no sé, ir a tomar una cerveza o ir a un billar. Digo, tantos años
siendo amigos y no haber salido a algún lado. Me sorprendió y a la par me
alegró porque me consideraba un amigo. Accedí y quedamos en el fin de semana
próximo. Quería quitarme la felicidad pues ahorita iba a revisar un cadáver.
Bajé al
sótano, me puse mi equipo y prendí la grabadora. Leí el expediente y era una
señora de más de 120 años. Vi el cuerpo, me quedé asombrado y asustado, era mi
amiga del teatro. Cabe aclarar, no estoy tan viejo.
Ella era una
amiga que conocí en mi juventud, solo que ella tendría más del doble de mi edad
en ese entonces cuando tenía quince. No recuerdo como tal cómo la conocí, pero
sé que ella fue la única amistad frecuente en la cual me siguió motivando en mi
carrera, la veía como una amiga muy querida y vivida. Nunca pude verla de
bailarina ni actriz, pero siempre me imagino el cómo pudo haberse visto arriba
de un escenario. Me arrepiento de no irla a ver.
Conocí mucho
de su religión pues no era católica. Me enseñó un poco del lenguaje impartido
por la misma religión, y de ahí mismo sacó su famosa frase, aún la recuerdo con
cariño, siempre que era un cumpleaños, daba buenos deseos y al final agregaba “…hasta
los 120 y más”. Su humor era soez y culto.
Revisé la
parte exterior y su piel, aunque arrugada, bastante limpia y sin daños
aparentes. Tenía bastantes lunares. Comenzaba con ceguera. Sus manos y pies
notaban un grado avanzado de artritis. Comencé a explorar su cavidad bucal,
tenía dentadura completa. Abrí y noté que sus órganos ya estaban deteriorados.
Noté que había mucho daño en sus pies, especialmente en sus puntas por tantos
años del balé, esos zapatos y ejercicios hacen estragos bastante fatídicos al
cuerpo, pero al igual que hacen tantos daños dan muchos beneficios. Murió de
forma natural.
Pretendo que
haya muerto de forma tranquila, recostada sobre su cama o dormida, como ella le
hubiera gustado. No estuvimos presentes el uno para el otro; no obstante, tengo
la certeza que vivió de forma fantástica y maravillosa, sin arrepentimiento
alguno. Amiga mía, me alegro de que sé que no moriste sin contar una buena
historia, viviste gratamente, ahora toca descansar luego de tus múltiples
interpretaciones y bailes tan maravillosos que solo podré imaginarlos.
Y tú fuiste
la única que cumplió lo que pregonabas, vivir hasta los 120 años. Felicidades,
querida amiga. No sé si eso lo dije fuera de mi mente, quizás se quedó grabado
en la nota.
Cerré y paré
la grabación. Como último gesto de cariño y remembranzas, la maquillé como
solía maquillarse. Se vio tan apacible. Guardé al cuerpo y parte de mis sueños
se fueron junto con ella. Solté una sonrisa y salí de la morgue.
Pasó el tiempo y
llegó el fin de semana. Tuve la salida con Joe y, bueno, hace años no me
divertía así con un amigo…
Créditos: Doctor Suavecito
El texto se inspiró en nuestra querida amiga, bailarina y actriz Hilda.
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