La devastación de la ciudad. Cuadragésimo segundo relato.

La devastación de la ciudad

Estábamos sitiados. Había cuerpos regados por todas partes, la sangre corría a chorros por algunos lugares mientras que en otros tantos ya estaba seca, un par de macuahuitl nuestras y de los extranjeros estaban regadas, incluso un par de serpientes que lanzaban fuego se encontraban destrozadas. Aquellos a quienes les abrimos las puertas habían tomado las calzadas, nos tenían arrinconados dentro de nuestra propia ciudad, no tenemos escapatoria posible. Por alguna extraña razón, ellos se fueron momentáneamente con la promesa de volver aquí. Quienes sobrevivimos, luego de apilar los cuerpos de nuestra comunidad, nos reunimos al templo que sobrevivió, al que no pudieron derribar. Fueron niños con heridas de gravedad y mujeres malheridas, un par de ancianos cojeando y guerreros con grandes heridas. No éramos más de cien. De entre la multitud, salió el gran chamán, parece que sobrevivió al ataque. Él encendió una fogata con unos polvos que traía consigo. Amigos míos – comentó el chamán – la ciudad está por caer, no tenemos los suficientes guerreros para defender lo que queda. Tampoco podemos irnos pues las trajineras han sido incendiadas y tomaron poder de las aguas. ¡Utilicemos el último recurso, la gran bestia!
Se empezó a murmurar, no se confiaba en utilizarle pues, entre las leyendas, quien decidiera controlarla empezaría a delirar, tendría una pisca del poder de los dioses, pero el precio sería la muerte. Una vez hecho el propósito y la vida del controlador sea extinguida, la criatura regresará a sus aposentos hasta el siguiente que esté dispuesto a utilizarla.
  • ¿Qué necesitas para controlar la criatura? – pregunté
  • Tan solo que todos se refugien dentro del templo – respondió el chamán – y alguien que me proteja de cualquier inconveniente, si algo pasa a mi cuerpo mortal antes de acabar con la tarea, bueno, no sé qué pasaría

Siguieron los murmullos, pero me ofrecí para protegerle. Los demás se escondieron en una parte del templo; sin embargo, el chamán y yo ingresamos a lo más profundo, nunca había ingresado a estos conductos. El chamán estaba creando luz a través de esos polvos que traía consigo, permitiéndonos ver. Entre el gran camino había muchas profecías grabadas en las paredes, relataban la transformación de la ciudad, las grandes sequías por ambiciones y mucho más que no comprendí del todo. En el suelo había canaletas en donde corría agua del lago y un par de ajolotes recorriéndolos.

Llegamos a la base. Su extensión y espacio era descomunal. El chamán lanzó aquellas luces a toda la habitación, se tornó de un color verdoso y un gran pozo se iluminó de color azul.
  • ¿Qué es este lugar? – pregunté
  • Aquí es donde los abuelos de mis abuelos pidieron a los dioses una esperanza para que no cayera la ciudad – contestó el chamán –. Aquí es donde reside aquella criatura que los dioses les dieron a nuestros ancestros.
  • ¿Qué criatura es esa?
  • Ni yo sé, la leyenda dice que será determinada por quien quiera controlarla, aunque los códices dicen que puedes cambiar su forma a voluntad. Ahora, cállate y protégeme de los externos.
Comenzó a decir ciertas oraciones para comunicarse con los dioses. Bebió un brebaje que traía consigo. Del pozo comenzaron a salir muchos espíritus, se apoderaron del lugar, todos recorrían y unos querían llevarme al pozo. Un par se paró frente de él, parecían que estaban conversando. De pronto, aquellos espíritus regresaron al pozo, el color azul desapareció y una obsidiana apareció enfrente del chamán. Él tomó la obsidiana y se levantó, ¿Por qué? – repetía una y otra vez. Lanzó la obsidiana hacia una pared. El verde de toda la habitación desapareció, de donde tocó la obsidiana salió una gran roca rectangular, de esta salió un líquido verdoso que débilmente iluminaba. Rápidamente el chamán se bañó con este líquido, de forma casi inmediata se secó esta fuente verdosa. Múltiples ruidos escabrosos comenzaron a escucharse de todos lados, con la oscuridad se volvía mucho más horroroso. Un grito desató mis nervios para volver al silencio absoluto, tan solo mi respiración era lo más escandaloso de mi ser. Antes de que se rompiera la intranquilidad del silencio, comencé a sentir unas piedras de diferentes tamaños llegando a mis pies. Debo admitir que este proceso es extremadamente doloroso, – dijo el chamán, rompiendo el silencio – ahora te mostraré lo que pasó con la criatura. La luz verdosa reapareció, hubo un cambio importante en el chamán pues desapareció el color de sus ojos, incluso de su parte blanca, para ser reemplazado por un verde esmeralda, además de que se encontraba apoyado sobre sus piernas y manos. Detrás de él había una criatura hecha completamente de roca, se asimilaba a un gigantesco jaguar o a un gran felino, alcanzaba la altura de aquella habitación la cual alcanzarían cinco o seis tzompantli. Quedé maravillado y aterrado por lo que he visto, no sabía cómo reaccionar ante ello. Debemos subir, no puedo quedarme aquí, – dijo el chamán – debo de tener la vista de la ciudad, para protegerla. El chamán se puso de pie, la coloración de sus ojos tornó a la normal y aquella criatura volvió a transformarse en la obsidiana del principio.
  • ¿Qué era esa cosa? – pregunté
  • Es la salvación nuestra, o eso espero…

Yo pretendí que también lo fuera. Guardé cautela al salir, no quise que nos vieran los demás. Estando en la parte más alta, enfrente de la escalinata principal del templo, la luna resplandecía, teníamos la ventaja de conocer la ciudad, pero la desventaja de desconocer por cuál de las calzadas atacarán. Pretendo que no solamente vendrán en sus animales, quizás también lo harán por el lago en sus grandes trajineras con serpientes escupidoras de rayos y fuego destructivo. Tengo miedo de que pasen las barreras de lo que alguna vez nosotros forjamos para que ingratos desgraciados e idiotas pasen y tomen lo que no les corresponde tan solo por imposición y codicia mostrada ante nosotros, sin importarles las matanzas provocadas a sangre fría sin aparente remordimiento, temo que nos apresen y de a poco estemos olvidando de quienes somos o quienes fuimos, tratando de eliminarnos para jamás poder levantarnos nuevamente…

El frío comenzó a azotar, la tensión del momento incrementó más. A lo lejos, por donde una calzada, se vieron un par de luces, antorchas, que fueron rápidamente sofocada. Vienen por allá, – señaló el chamán – al parecer sí vas a protegerme… por ahora. Por alguna extraña razón, puso la obsidiana en sus ojos, al abrirlos, nuevamente se tornaron verdes. Lanzó la obsidiana y esta se fraccionó, dando lugar a cientos de murciélagos que oscurecieron la luz lunar. El chamán aleteaba y se movía de un lado al otro, simulando el aleteo y movimiento de las pequeñas ratas voladoras. No tardaron mucho en llegar a donde el ejército de los extraños los divisaba a lo lejos, el ejército se conformaba por cientos de hombres propios y ajenos de la tierra nuestra, aunado a ello, una gran trajinera empezaba a navegar cercano a la calzada de la que ahora cruzaban. ¡Ataquemos a los extraños! – gritó el chamán. Acto seguido, el chamán juntó sus brazos, se hincó y postró en una forma cuadrúpeda. Los murciélagos se unieron en uno solo transformándose en una gran obsidiana que cayó al agua, una coloración verdosa brotó para nuevamente formar al gigantesco jaguar. Los gritos de sorpresa y horror se escuchaban hasta la costa, por donde los mayas, mientras que al lado mío se escuchaban las grandes carcajadas del controlador de la criatura. Un par de incautos desgraciados pudieron llegar a tierra, otros tantos estuvieron batallando con el gran jaguar en su poderío, otros terminaron ahogados con sus bestias obedientes. El jaguar, con tan solo un movimiento, masacraba a más de veinte guerreros sin esfuerzo mayor. La batalla contra la trajinera fue fiera, más con las cosas que lanzaban fuego y sonaban como truenos. Pudieron herir parte del gran protector, pero no le hicieron un daño mayor. Finalmente, al hundirlo, continuó con los atacantes terrestres. La matanza entre la calzada era evidente, ningún sobreviviente quedaría y, quizás, pudiéramos seguir con la ciudad.
Los pocos que pudieron pasar del ataque del jaguar comenzaron a subir por donde la escalinata del templo. Venían a toda velocidad con sus animales y armas. Cuando dos de ellos estuvieron enfrente mío, uno de ellos sacó su macuahuitl liso y atacó, me dejó una herida fatal en mi pecho y rostro. El otro, más lejos del chamán, sacó su horrible serpiente de fuego y, en el bramido del trueno, le atacó. Tan solo vi en su pecho un gran agujero del cual brotó un riachuelo de sangre. El chamán se tocó el pecho, notó el inminente río de sangre. Sus ojos cambiaron de color siendo suplantados por un color negro. El cuerpo del que sabía nuestra salvación se derrumbó, quedó sin vida. El gran jaguar también se derrumbó encima de una parte del ejército de los invasores, cambió de coloración para transformarse en pequeñas esmeraldas y luego desaparecer con la brisa ligera de las aguas del lago, no quedó rastro de la criatura. Quienes sobrevivieron a la matanza, siguieron el ataque a la ciudad. Fue la devastación de la ciudad…



Créditos: Doctor Suvecito.

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