Las valquirias
Quizá pudimos hacerlo diferente, quizá las
circunstancias nos pusieron una del otro lado del puente, lados opuestos,
dolores y sentimientos similares, pero un muro de Berlín que nos hacía
atacarnos directa e indirectamente.
Cada una colgada a las ideas e ilusiones que
forjamos individualmente sobre un coliseo donde la batalla era innecesaria y el
premio no era digno de derramar sangre mientras las bárbaros observaban,
bebiendo gloriosos aquella malta en sus tarros, disfrutando como las valquirias
comenzaban una batalla llena de caos, lágrimas, palabras hirientes y sobre todo
bajar su honor por un caballero de bajo rango que apenas si deleitaba con
sabiduría la calidad y sinceridad de aquellas valquirias, un ambicioso tirano
que seguía una línea de sangre que quería evitar, disfrutando ver las telas de
sus ropaje caer con las lágrimas, deleitándose con ver cómo es capaz de romper
una parte de la orden de las bellas damas.
Te ataque con palabras, decías las tuyas entre
dientes o en desahogo con los árboles encantados y los elfos, me defendía
creyendo que eras quien rompería mi falsa ventura, te creí la bruja del cuento,
te creí una traidora de nuestro clan. Clan cuyo deber era cuidar y proteger
unas a otras de los temibles caballeros desencantados, de los peligros del
bosque y de los grotescos ogros. Me escondí detrás del óxido de las puertas de
nuestro habitad, con las cicatrices puestas en mi piel, cubriéndome con aquel Cárdigan
del gélido aire que corría a través de mi cuerpo susurrando a mi oído “La
batalla aún no está finalizada” manteniéndome a la expectativa de lo que tenía
que seguir haciendo. Seguía defendiéndome de los rumores, las miradas y los
susurros de los árboles encantados a mis espaldas inventando cuestiones de
nuestra guerra de trincheras. ¿Y si está guerra jamás fue necesaria? ¿Y si este
conflicto es una tiranía? Creo que ninguna de las dos podía detener un
conflicto así con las cosas puestas en juego, las circunstancias imponiéndonos
a luchar y la manipulación de que la gema del caballero era lo único que nos
haría sentir la mayor dicha de toda la tierra. Ambas nos atacamos, nos juzgamos
y nos insultamos tanto cerca como indirectamente y cada cicatriz heria nuestro
tegumento, mirando como nuestras lágrimas rebotaban ante los lagos e incluso a
llegar a desconocernos ante la bola de espejos y era poca la importancia de
salir con vida ante su juego de cartas del ávido tirano.
Tú jugabas tus cartas y yo las mías, el
caballero un día me hacía creer con su seducción, su pasión y su artificial
adoración que era la musa que le recobraba el color y felicidad que perdió al
ver su linaje deshilarse, que era yo sin más el taller para su felicidad
eterna. Envolviendo así con besos, caricias y toques atroces su terrible
falacia, para en la mañana despertar y percibir de su voz las desgarradoras
palabras “Esta mañana mi corazón no recuerda nada de ti, no sabe decirte si te
ama o no viéndote ahora” hacerme sentir que caía aún más profundo que el lago
negro cristalino, rozando el tártaro muriéndome en la eternidad de sus palabras
clavadas como dagas en mi cuerpo y en mi corazón. Para después correr a jugar
contigo y tus sentimientos, correr a tus brazos por la adrenalina y el bienestar
que decía sentir contigo.
Cuando buscaba una explicación a porque jugaba
a esto su respuesta siempre era un vuelco a mi corazón: “No me hace sentir
presión, me hace sentir calma cosas que contigo no tengo”. Qué melodía o que
idilio faltaba en mi para que él se atreviese a elegir a solo una musa y no
formar su cofradía de féminas capaces de destrozar las pieles de unas con otras
por la visibilidad y la gema del caballero.
Esto era una tortura, una letanía y nos mataba
lento, con el veneno en nuestras palabras, en nuestro aire y en nuestros labios
ambas nos agotábamos y yo dejé la batalla antes de lo que pensé, el decidió
simplemente sacarme de su vista cuando mis brazos perdieron fuerza para seguir
atacando y seguir flotando en la superficie de su admiración. Toqué fondo, me
empecé a hundir en las aguas del exilio y pude haber caído más y más, pero las
hadas no querían ver a una valquiria herida y llena de heridas y sangre que aún
corría por mis labios, pero con la sangre corriendo con normalidad de mis venas
a mi corazón y por todo mi cuerpo, a pesar de sentir mi cuerpo más frío, más
inanimado. Aquellas hadas con su brillo, su canto, su baile y su manera de
revolotear me sanaron el alma, mis heridas eran cicatrices llenas de brillo y
cubiertas con pétalos de rosas, mis lágrimas no eran más que el néctar de algo
que lastimó, pero serían ahora solo memorias de una batalla. Me sentí viva y
con su magia pude ver luz y claridad, ver la verdadera intención de mi verdugo
y entender de ellas que aquel caballero carecía de un miocardio capaz de amar
genuinamente, entendí que fue aún mejor haber caído a tiempo en las aguas y ser
salvada a tiempo que seguir desgarrando mi piel y dañando a alguien que también
estuvo dentro de su set de esparcimiento. El problema era que aquella valquiria
que creía obtener la gloria y la dicha eterna ahora era parte de una eterna y
dolorosa prisión de mentiras, en una casa de cartas que caería en cualquier
momento y que en lugar de una piedra preciosa exquisita y de alto valor para
hacerla sentir la ganadora del combate solo tendría la tinta de lavandas en sus
sábanas, en su piel y sus labios. Disfrutas la gloria, te regocijas en el
placer que sus besos te causaron y la palabra “Victoria” resuena en tu cabeza
creyendo que tú verano cruel había finalizado y no tendrías que buscar más un
lugar para que él te diera lo único que cualquier valquiria merecía, ser amada
y admirada con dignidad.
Quizá está historia pudo ser diferente, quizá
pudimos ser amigas, combatir codo a codo contra los grotescos ogros, cuidarnos
de los peligros del bosque, vestirnos juntas de color violeta o escuchar y
danzar como amigas las melodías que compartíamos pero jamás nos dimos tiempo de
saberlo porque nos pesaba más en las manos y las armas un amorío que una
amistad y una unión, pudo ser diferente, pudimos haber derramado menos sangre
de la debida, pudimos evitarnos todo ese dolor y ataques, lo dimos todo ¿Y para
qué? Para ambas terminar en el azulejo con las lágrimas combinadas con nuestro
crúor, una antes que la otra. Pero sabes... Al menos una lección y unas cuantas
cicatrices nos hacen de cierta manera desear que cada una obtenga la paz que
merecemos, que quizá un día podamos reírnos de toda la situación, aunque sea en
nuestra ficción, porque todos sabemos que después de conflictos como estos las
cosas no vuelven a la calma, nada es igual y poco puede mejorar.
Quizá
esto sí pudo ser diferente, quizá pude abrazarte al saber que estabas rota y
ayudarte porque sentí el mismo dolor que tú, quizá pude ayudarte a salir antes
de que te lastimarás más de una vez tratando de encontrar con exactitud lo que
él quería, pero el dolor y el orgullo eran más fuertes que mi bondad escasa del
momento. Quizá ninguna merecía este dolor, quizá esto nos hizo aprender, quizá
nos lastimó más de lo que debía, quizá pudimos correr juntas por el campo de
margaritas, pero quizá la historia fue mejor tal y como paso para hacernos
quienes somos ahora y poder disfrutar de nuestros respectivos reinos, vivir con
más dicha y esta vez pelear por las causas correctas procurando la mejora, yo
en mi cielo con luz de día dorada y tú en tus nubes de azúcar, quizá así somos
más felices, quizá solo dejo ir el pasado con un final diferente entre
nosotras, quizá recuerdo esto mientras la luz más calidad toca mi piel, aquella
luz que me hace ver aquellos días fríos más lejanos y como un mal episodio que
ha finalizado para mí, espero que encuentres una luz así de cálida para tu
eternidad y paz, porque una valquiria no merece menos.Créditos: Angeline Garmald
Adaptación: Doctor Suavecito
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