Las valquirias. Trigésimo noveno relato.

Las valquirias

Quizá pudimos hacerlo diferente, quizá las circunstancias nos pusieron una del otro lado del puente, lados opuestos, dolores y sentimientos similares, pero un muro de Berlín que nos hacía atacarnos directa e indirectamente.
Cada una colgada a las ideas e ilusiones que forjamos individualmente sobre un coliseo donde la batalla era innecesaria y el premio no era digno de derramar sangre mientras las bárbaros observaban, bebiendo gloriosos aquella malta en sus tarros, disfrutando como las valquirias comenzaban una batalla llena de caos, lágrimas, palabras hirientes y sobre todo bajar su honor por un caballero de bajo rango que apenas si deleitaba con sabiduría la calidad y sinceridad de aquellas valquirias, un ambicioso tirano que seguía una línea de sangre que quería evitar, disfrutando ver las telas de sus ropaje caer con las lágrimas, deleitándose con ver cómo es capaz de romper una parte de la orden de las bellas damas.
Te ataque con palabras, decías las tuyas entre dientes o en desahogo con los árboles encantados y los elfos, me defendía creyendo que eras quien rompería mi falsa ventura, te creí la bruja del cuento, te creí una traidora de nuestro clan. Clan cuyo deber era cuidar y proteger unas a otras de los temibles caballeros desencantados, de los peligros del bosque y de los grotescos ogros. Me escondí detrás del óxido de las puertas de nuestro habitad, con las cicatrices puestas en mi piel, cubriéndome con aquel Cárdigan del gélido aire que corría a través de mi cuerpo susurrando a mi oído “La batalla aún no está finalizada” manteniéndome a la expectativa de lo que tenía que seguir haciendo. Seguía defendiéndome de los rumores, las miradas y los susurros de los árboles encantados a mis espaldas inventando cuestiones de nuestra guerra de trincheras. ¿Y si está guerra jamás fue necesaria? ¿Y si este conflicto es una tiranía? Creo que ninguna de las dos podía detener un conflicto así con las cosas puestas en juego, las circunstancias imponiéndonos a luchar y la manipulación de que la gema del caballero era lo único que nos haría sentir la mayor dicha de toda la tierra. Ambas nos atacamos, nos juzgamos y nos insultamos tanto cerca como indirectamente y cada cicatriz heria nuestro tegumento, mirando como nuestras lágrimas rebotaban ante los lagos e incluso a llegar a desconocernos ante la bola de espejos y era poca la importancia de salir con vida ante su juego de cartas del ávido tirano.
Tú jugabas tus cartas y yo las mías, el caballero un día me hacía creer con su seducción, su pasión y su artificial adoración que era la musa que le recobraba el color y felicidad que perdió al ver su linaje deshilarse, que era yo sin más el taller para su felicidad eterna. Envolviendo así con besos, caricias y toques atroces su terrible falacia, para en la mañana despertar y percibir de su voz las desgarradoras palabras “Esta mañana mi corazón no recuerda nada de ti, no sabe decirte si te ama o no viéndote ahora” hacerme sentir que caía aún más profundo que el lago negro cristalino, rozando el tártaro muriéndome en la eternidad de sus palabras clavadas como dagas en mi cuerpo y en mi corazón. Para después correr a jugar contigo y tus sentimientos, correr a tus brazos por la adrenalina y el bienestar que decía sentir contigo.
Cuando buscaba una explicación a porque jugaba a esto su respuesta siempre era un vuelco a mi corazón: “No me hace sentir presión, me hace sentir calma cosas que contigo no tengo”. Qué melodía o que idilio faltaba en mi para que él se atreviese a elegir a solo una musa y no formar su cofradía de féminas capaces de destrozar las pieles de unas con otras por la visibilidad y la gema del caballero.
Esto era una tortura, una letanía y nos mataba lento, con el veneno en nuestras palabras, en nuestro aire y en nuestros labios ambas nos agotábamos y yo dejé la batalla antes de lo que pensé, el decidió simplemente sacarme de su vista cuando mis brazos perdieron fuerza para seguir atacando y seguir flotando en la superficie de su admiración. Toqué fondo, me empecé a hundir en las aguas del exilio y pude haber caído más y más, pero las hadas no querían ver a una valquiria herida y llena de heridas y sangre que aún corría por mis labios, pero con la sangre corriendo con normalidad de mis venas a mi corazón y por todo mi cuerpo, a pesar de sentir mi cuerpo más frío, más inanimado. Aquellas hadas con su brillo, su canto, su baile y su manera de revolotear me sanaron el alma, mis heridas eran cicatrices llenas de brillo y cubiertas con pétalos de rosas, mis lágrimas no eran más que el néctar de algo que lastimó, pero serían ahora solo memorias de una batalla. Me sentí viva y con su magia pude ver luz y claridad, ver la verdadera intención de mi verdugo y entender de ellas que aquel caballero carecía de un miocardio capaz de amar genuinamente, entendí que fue aún mejor haber caído a tiempo en las aguas y ser salvada a tiempo que seguir desgarrando mi piel y dañando a alguien que también estuvo dentro de su set de esparcimiento. El problema era que aquella valquiria que creía obtener la gloria y la dicha eterna ahora era parte de una eterna y dolorosa prisión de mentiras, en una casa de cartas que caería en cualquier momento y que en lugar de una piedra preciosa exquisita y de alto valor para hacerla sentir la ganadora del combate solo tendría la tinta de lavandas en sus sábanas, en su piel y sus labios. Disfrutas la gloria, te regocijas en el placer que sus besos te causaron y la palabra “Victoria” resuena en tu cabeza creyendo que tú verano cruel había finalizado y no tendrías que buscar más un lugar para que él te diera lo único que cualquier valquiria merecía, ser amada y admirada con dignidad.
Quizá está historia pudo ser diferente, quizá pudimos ser amigas, combatir codo a codo contra los grotescos ogros, cuidarnos de los peligros del bosque, vestirnos juntas de color violeta o escuchar y danzar como amigas las melodías que compartíamos pero jamás nos dimos tiempo de saberlo porque nos pesaba más en las manos y las armas un amorío que una amistad y una unión, pudo ser diferente, pudimos haber derramado menos sangre de la debida, pudimos evitarnos todo ese dolor y ataques, lo dimos todo ¿Y para qué? Para ambas terminar en el azulejo con las lágrimas combinadas con nuestro crúor, una antes que la otra. Pero sabes... Al menos una lección y unas cuantas cicatrices nos hacen de cierta manera desear que cada una obtenga la paz que merecemos, que quizá un día podamos reírnos de toda la situación, aunque sea en nuestra ficción, porque todos sabemos que después de conflictos como estos las cosas no vuelven a la calma, nada es igual y poco puede mejorar.
Quizá esto sí pudo ser diferente, quizá pude abrazarte al saber que estabas rota y ayudarte porque sentí el mismo dolor que tú, quizá pude ayudarte a salir antes de que te lastimarás más de una vez tratando de encontrar con exactitud lo que él quería, pero el dolor y el orgullo eran más fuertes que mi bondad escasa del momento. Quizá ninguna merecía este dolor, quizá esto nos hizo aprender, quizá nos lastimó más de lo que debía, quizá pudimos correr juntas por el campo de margaritas, pero quizá la historia fue mejor tal y como paso para hacernos quienes somos ahora y poder disfrutar de nuestros respectivos reinos, vivir con más dicha y esta vez pelear por las causas correctas procurando la mejora, yo en mi cielo con luz de día dorada y tú en tus nubes de azúcar, quizá así somos más felices, quizá solo dejo ir el pasado con un final diferente entre nosotras, quizá recuerdo esto mientras la luz más calidad toca mi piel, aquella luz que me hace ver aquellos días fríos más lejanos y como un mal episodio que ha finalizado para mí, espero que encuentres una luz así de cálida para tu eternidad y paz, porque una valquiria no merece menos.


Créditos: Angeline Garmald
Adaptación: Doctor Suavecito

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