Merlot de la remembranza. Trigésimo quinto relato.

Merlot de la remembranza

Buscas un rostro conocido; buscas sus labios, los ojos soñadores, la voz que te iluminaba, su musculatura natural, lo buscas todo en cualquier parte. En el paisaje, en el transporte público camino a casa, en las estrellas que percibes desde la ventana de tu habitación, en aquella canción que te ilustró bajo la luz de la luna; los buscas en aquella punzada al corazón que te invade provocando que tus ojos se transformen en cristales invadidos por las salinizadas lágrimas que comienzan a brotar por tus mejillas y llegan a tus labios, los mismos labios que el besaba con dulzura día tras día a la hora que sea incluyendo la hora del té y la hora de un buen Merlot que compartían juntos en aquellas veladas donde la suave música del jazz seducía los corazones y la audición de ambos, aquella botella de Merlot ha pasado a ser copas de salinas lágrimas que acumulas con las palabras ¡Te extraño!, mientras recuerdas la manera en que te erizaba la piel mientras te besaba como si fuera un cuento de hadas, como nunca te habían besado tan suave como la melodía del blues o un buen vino tinto.
¿Cuántas cartas hay escritas en la mesilla de noche de tu habitación?, ¿Cuántos han sido los días en que llevas de abstinencia de una genuina dopamina proveniente de sus brillosos ojos marrones, de sus dulces y embriagantes besos que te mantienen despierta, cada beso con la intensidad de la cafeína pura endulzado con las caricias de sus manos que recorrían tu espalda que tocaban tu mejilla o el cómo aminoraba la desigualdad entre sus cuerpos cuando de una fusión se trataba, era un calor, unos nervios, una febrilidad enorme que te hacía explotar tanta energía, pasión o calma en unos solos gestos empalmados en su persona?
Sigues bebiendo aquella botella de Macallan, procedes a romper tu compostura otra vez y las lágrimas no cesan ante ti, eres débil, eres tan frágil, como las hojas en el tardío aquellas que se quiebran ante el más mínimo soplo del ambiente, es claro que hay algo atascado en todo esto que estás haciendo. Beber, mantenerte ebrio, plagado de nicotina de tus pulmones y las hojas de papel, con la tinta derramada ante tu ropa al cruzar tu línea de la cordura y escribirle cuánto le extrañas; pierdes la cabeza, el corazón se te hace diminuto, pero tú amor hacía ese espléndido ser no disminuye ni desaparece, más bien éste parece anclarte a la vida, a la esperanza, a proseguir con un capítulo más de tu poemario, a tan solo ser tinta desperdiciada. Porque con esto sabes que todo este dolor se te clava como miles de agujas en el corazón y en la garganta, sabes que todo este dolor te hace sentir la vida, te hace saber que tienes un sentido al vivir, sentir dolor, sentir miedo, tristeza e incertidumbre, pero todo esté dolor te da fortaleza, esperanza, amor, te hace sentir que puedes contar todo lo que trate de abatirte, no importarán las cicatrices ni el dolor. Tú quieres la vida, tú quieres el dolor con la felicidad porque ambos te hacen sentir igual de vivo, te hacen sentir un mayor apetito a atravesar los enigmas y barreras de todo lo que el ser humano tendrá que recorrer.
Pasan las 2 a. m en el reloj y te das cuenta de que aquellas botellas de licor que bebiste durante tu velada están vacías, todas menos aquella botella de Merlot, así que decides conservarla, mantenerla guardada para cuando sea la siguiente noche, cuando tengas una noche más de vesania, pasión y añoranza porque sabe que toda esa ebriedad obtenida por los recuerdos y una fina copa son delirios humanos tan placenteros y excitantes. Esperas una copa más pero ahora chocando con su copa y la cafeína que el contenía, todo eso fundido entre sus manos y sus labios y no quedarte solo hundido en la remembranza...



Créditos: Angeline Garmald
Adaptación: Doctor Suavecito

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