La luna roja. Trigésimo séptimo relato.

La luna roja

Dicen que no es bueno tentar a la suerte, yo no quería creerlo hasta que mi impertinencia pudo más...
Era una tarde como cualquier otra cuando regresaba de la escuela, había visto por ahí unos chicos los cuales estaban muy emocionados puesto que sería luna roja, pensé ¿qué tendría de especial fuera de su color? Me acerqué a ellos y les pregunté sobre el porqué del entusiasmo por la luna. Al principio ellos me observaron de una manera extraña, como si de una verdadera anomalía estuviéramos hablando, pero finalmente respondieron a mi duda. Comentaron que, en la noche de luna roja, se abriría un portal entre dos mundos, el nuestro y uno espiritual, y sería el momento perfecto para poder jugar al juego de “La luna roja”, ¿La luna roja?, pregunté. Jamás había escuchado hablar de eso. Ellos me explicaron que juego era simple, habría que ir a un lugar abandonado, para así poder estar más seguros.
...
Llegó la noche, nos reunimos en un punto el cuál había sido acordado con anterioridad esa misma tarde. Seguía sin comprender muchas reglas, así que decidí preguntar por ellas, me explicaron que el juego debe realizarse con un mínimo de cinco integrantes, también tendrá que realizarse exactamente a la media noche, deberá de colocarse un círculo de sal y dentro del círculo se pondrán dos dientes de ajo, una vela roja por cada jugador y, finalmente, debe colocarse un objeto preciado de cada uno de los integrantes.
El tiempo seguía y la tensión se hacía más y más grande. El miedo era evidente en las caras de los demás chicos, algunos comenzaban a tener dudas sobre lo que podría llegar a pasar esa noche, y otros optaron por irse. Tan solo quedamos cinco personas de las doce iniciales que éramos, todos nos quedamos viendo con una mirada perdida y sin saber que hacer, decidimos seguir jugando. Honestamente yo tenía muchas dudas, pero mi deseo pudo más que mi miedo, así que decidí entrar.
Faltaban cinco minutos, todos nos tomamos de la mano y nos sentamos alrededor del círculo, todos estábamos impacientes por iniciar. La luna comenzaba a ponerse en su punto más alto, el silencio era brutal, la tensión se podía cortar con un cuchillo. Comenzamos a echar los objetos dentro del círculo de sal, y finalmente nos tomamos de la mano.
Dieron las 12 de la madrugada, las velas se apagaron y un fuerte viento azotó el edificio, se empezaron a escuchar murmullos, el juego había empezado...
El líder del juego comenzó a recitar las palabras para poder comenzar a hablar con los entes. Al principio todo comenzó a ser ameno, hasta que después de platicar horas y horas con varios tipos de entes llego Asrael; un demonio de maldad pura, un ser sin un grano de misericordia por nadie. Comenzó a comportarse de manera violenta, tanto así que en reiteradas ocasiones trato de romper la barrera que existe entre el mundo terrenal y su mundo.
Asrael se ponía cada vez más y más violento, comenzaba a maldecirnos y a describir nuestra vida, sobre cómo nos iríamos a sus dominios, varios comenzaron a desesperarse y empezaron a salirse, eso hizo que la pequeña barrera de protección se rompiera.
Eso provoco que Asrael saliera y nos comenzó a cazar a uno por uno. Yo no sabía que hacer, el miedo se apodero de mí y empezó a recorrer mi cuerpo, podía ver por las esquinas de mis ojos como cada uno de los chicos morían de formas atroces, mi cuerpo no quería responder, mis manos sudaban y la salida parecía más un sueño.
Quedé encerrado, no se podía ver nada, tan solo supe que Asrael me miró fijamente a los ojos, pude ver mi mayor miedo en esos ojos diabólicos, ojos color sangre, ojos que te roban el alma, esos ojos que te quitan las ganas de vivir. Asrael se acercó lentamente a mí, puso su mano en mi hombro y me dijo Ahora tu vida me pertenece, la vida de todo el mundo me pertenece, seguirás vivo hasta que yo me desespere, solo tú me podrás ayudar a hacer la luna sangrar todos los días, eres mío...
Es por eso que escribo esto, porque aquel que lea este escrito, morirá y su alma le servirá a Asrael el Dios del nuevo mundo.




Adaptación: Doctor Suavecito

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