Cementerio. Estatuilla. Series.

Cementerio

Estatuilla

Dieron las doce de la noche. Con lámpara, pala y pico llegué al cementerio. Encendí la lampara y con mucho cuidado alumbré mi camino, hace tiempo no pisaba ningún panteón. Luego de un rato de estar caminando llegué hasta el mausoleo de mi abuelo, se encontraba hasta la parte más lejana, abandonada y olvidada del panteón. Con la leve luz de la linterna alumbré el mármol de elefante y rinoceronte que cubría toda la estructura, las puertas de vidrio soplado, grabados prehispánicos con un toque de relieves ilustrando plumas de ave adornadas con pedacería de oro las cuales estaban frágiles ante los intentos de robo, también se encontraban todos los cántaros que rodeaban el mausoleo.
Sin más, decidí entrar. Forcejeé con la puerta hasta romper su cerradura. Entré, no recordaba tanta belleza en su interior. Los azulejos blancos y azul maya y pedacería de piedras preciosas adornaban el techo y paredes del mausoleo. De a poco fui avanzando dentro de este centro de descanso. Con cada paso que daba me percataba de que las piedras relataban una historia, una extraña historia. Relataba la historia de una guerra por una estatuilla; personas siendo transformadas en monstruos o criaturas por el poder emanado de esta estatua, codicia, búsqueda incesante por el poder y múltiples calamidades.
Dejémoslo para el imaginario colectivo.
No me di cuenta cuando estuve enfrente del féretro de mi abuelo. Dejé la pala, pico y linterna en el suelo, iba a abrir la tan pesada tapa del ataúd tallado en piedra. Me quedé helado al ver el esqueleto de mi abuelo con un traje negro con pigmentos rojos. En la mano derecha tenía una enorme esmeralda. En la mano izquierda, aparte de la joyería que tenía atorada en los dedos, traía una nota envuelta. Tomé las joyas para guardármelas en mis bolsillos, rápidamente tomé la nota y la linterna para poder leer el contenido. Me senté para poder leer con más tranquilidad.
“Si ahora lees esto, te fregaste porque después de muerto estuve un paso delante de ti. Supe que vendrías por la estatuilla o mis joyas, realmente no sé. Tampoco sé en cuando tiempo viniste hasta mi nueva morada permanente. Sé que las advertencias hechas en vida te valieron mucho, pero te hago una última petición, ¡no vayas detrás de la estatuilla! Únicamente tres personas supieron de su ubicación, tú eres una de ellas y yo también.
Creo que mis advertencias fueron y son echadas a costal roto, pero te comento algo de lo que jamás te comenté. La estatuilla para que pueda funcionar debe estar en contacto con ciertas joyas. Ni yo supe cuáles gemas puedan explotar su poder. Quizás te frustré los planes, pero no quiero que me acompañes con Mictlantecuhtli todavía…
Te quiero, nieto.”
Esa carta me dejó atónito. ¡Maldito viejo! Azoté mis manos contra el suelo, froté mi pelo en gesto de desesperación. Grité con frustración. Pasé más de diez minutos viendo hacia la nada, creía que jamás obtendría mi objetivo. Moví la linterna haciendo que esta alumbrara a una parte de lo relatado en las paredes. Me paré y lo vi con más cuidado y detenimiento, fui recorriéndolo de principio a fin. En medio del mural vi a la estatuilla siendo rodeada por una obsidiana, una perla, una esmeralda, por un rubí y un diamante. Entré en extrañeza y chequé las joyas arrebatadas al cadáver. Tenía todo lo que decía el mural, lo único que faltaba era la estatuilla.
Enseguida me levanté, con un sutil gesto agradecí a mi abuelo por tener sus gemas literalmente en sus manos. Tomé pico y pala, salí corriendo en dirección hacia el bosque cercano. No salí por la entrada principal, al contrario, salté la barda en donde mi abuelo y yo habíamos hecho un pequeño camino para entrar y salir más fácil hacia el bosque.
Salí del panteón adentrándome nuevamente en el bosque donde tengo muchos recuerdos de mi niñez. Mi corazón latía mucho más fuerte, mis músculos se oxigenaron, de a poco recordé todo el camino hasta el lugar donde enterramos la estatua. Todavía recuerdo haberla enterrado debajo del tronco hueco en forma de estaca. Finalmente pude llegar a donde el árbol, no lo recordaba tan seco y gris, lo rodeaban múltiples árboles florecidos y rosas silvestres. Momentáneamente dudé la ubicación exacta de la reliquia antigua. Con pico piqué toda la tierra para irla quitando con la pala. De entre la tierra fueron saliendo recuerdos muy atesorados por mí; apareció aquellos zapatos que eché a perder cuando hice mi primera investigación con mi abuelo, los viejos guantes de carnaza desgastada pertenecientes a él, incluso pude encontrar los restos del perico que alguna vez nos atacó y ahí enterramos, pero no había rastro de mi objetivo. Seguí excavando a tal punto de que las raíces del árbol se asomaron, contribuí a su derribamiento pues con una patada cayó. Dentro del tronco seco salió un ruido, algo estaba dentro de él. Me asomé y mi sonrisa delató la alegría de haber encontrado la estatuilla.
La estatuilla en cuestión era de un color rojo apagado como si estuviera pintado con sangre coagulada, se conformaba de una base cuadrada y un rectángulo que se extendía aproximadamente diez centímetros en donde el rectángulo se dividía en tres cilindros doblados a forma de un tornillo con su extensión de cinco centímetros, y culminaba con una pirámide con relieves para cuatro gemas específicas.
Tomé la estatuilla y la puse a la luz de la luna. No la recordaba de esos tonos ni los tan extraños relieves. Curioseé al ver las extrañas entradas, no sabía si las gemas entrarían en esos agujeros. Primero saqué la esmeralda y la fui acercando a la pirámide, aunque no tenía ni idea donde podría caber. De repente, la pirámide fue girando dándome la cara del espacio de la esmeralda, la piedra preciosa se dirigió al hueco y se metió, empezó a parpadear de color verde. Saqué los anillos para acercarlos, se zafaron de la base metálica e hicieron exactamente lo mismo que la esmeralda, cambiando el color por blanco la perla, negro de la obsidiana y azul por el diamante.
Las gemas y la estatuilla estaban reunidas de nuevo. No ocurría nada, todo estaba quieto. Dudé de la veracidad de las historias contadas por mi abuelo. Cuando estaba a punto de irme, la pirámide comenzó a dar vueltas salvajemente, el color de la estatuilla se transformó en un rojo carmesí, de los cilindros emanaban una gama de los cuatro colores emitidos por las gemas. Tontamente solté la estatua, fue un grave error. De la base comenzó a salir fuego mientras que de la punta de la pirámide comenzó la formación de un vórtice. El agujero absorbió al tronco seco y a la tierra recién cavada. Traté de huir, pero fue un esfuerzo inútil porque también me absorbió.
Luego de absorberme, el vórtice se cerró, la estatuilla se posicionó en forma vertical, la pirámide dejó de girar y expulsó las gemas lanzándolas a un mínimo de 25 kilómetros en direcciones diferentes.
Aquel agujero me hizo pasar por un extraño mundo, algo inimaginable y tan irreal que ni en mis mejores sueños o en mis peores pesadillas pude haberlo visto. Quedé horrorizado al recorrer y ver el túnel de masacres gigantescas y torturas medievales, prácticas maquiavélicas, criaturas tan desfiguradas y poderosas las cuáles nunca desearía haber visto. Agradecí cuando todo eso finalizó y la oscuridad perpetua se hizo presente; sin embargo, no sabía dónde estaba, solamente me llegaba un olor muy característico a muerte…
No te veo tan convencido de estar aquí – resonó una voz proveniente de todos lados – y pensar el tiempo gastado para llegar a mi dominio.
Miré a todos lado, no había ninguna señal de él.
  • ¡Muéstrate! – exigí
  • ¿Para qué mostrarme? El poco entendimiento y raciocinio como humano no entendería mi presencia
  • ¡MUÉSTRATE! – volví a exigir
Enfrente de mí apareció el viejo tronco, se estaba incendiado con fuego azul. Rápidamente fue cambiando de colores, los colores de las cuatro gemas hasta terminar en un rojo que lastimaba la vista. Del fuego salió una criatura de mínimo cien metros de altura; su cabeza formaba un rombo teniendo tres ojos y una boca con dientes filosos, su cuerpo se asemejaba al de un orangután con cuatro pares de brazos, sus piernas eran muy similares a las de un chimpancé y su cola era la de un lagarto. Si coloración cambiaba ya que no tenía un solo color determinado, todo su ser estaba recubierto por una especie de armadura blindada con pequeños filamentos picudos.
  • Aquí me tienes en una forma entendible para tu cerebro – comentó la deidad sin abrir la boca
  • ¡Al fin estoy frente a frente contigo! – exclamé con alegría
  • No estarás tan alegre – comentó




Créditos: Doctor Suavecito

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