Equivocación
La
deidad, en un pestañar pudo llevarme hasta la triada de sus ojos. En un
pensamiento, empezó a estrangularme, aplastaba todo mi ser. Luché, pero fue en
vano, antes de que me machacara, de manera forzada, grité.
- ¡Detente! – supliqué
- ¿Para qué? – resonó su voz proveniente de su mente – Si profanaste mi lugar, ¿Por qué debería dejarte siquiera hablar conmigo?
- Quizás no tenga motivos para estar contigo, pero quiero pedirte un deseo – tosiendo
- ¡¿PEDIRME UN DESEO?! – exaltada – ¡Invades mis terrenos para pedirme un miserable deseo? No sé por qué no te he enviado a tu realidad o te he aplastado, ni siquiera sé cómo pudiste llegar hasta acá, solamente dos personas sabían y una ya está muerta
- Esa persona fue mi abuelo, mi abuelo me enseñó – interferí
La
cara de la deidad cambió, sus ojos demostraron impresión y extrañeza. La
presión ejercida desapareció de mi cuerpo, sentí una sensación de libertad, ya
no tuve ese malestar.
- ¿Quién fue tu abuelo? – preguntó la deidad – ¿A caso fue Maximiliano?
- Efectivamente, fue él
- Presiento que traes contigo el rubí catalizador
- ¿Rubí catalizador? – pregunté
El
rubí salió de mi bolsillo, seguía incrustado con el metal. El rubí intensificó
su color. El metal se separó de la piedra preciosa.
- Yo estoy en la tierra en los rubíes, son una parte de mí, – comentó la deidad – este fue especial pues se lo di a un humano.
- A mi abuelo – comenté
La
deidad enmudeció, parecía tener una serie de recuerdos. Cerró sus ojos,
múltiples susurros comenzaron a oírse al por mayor. El rubí irradió un láser
hacia la mente del dios. Imágenes, aparentemente recuerdos intangibles, dejaron
de serlos. La habitación oscura se pintó de amarillo, similar a un trigal. Los
valles y montes se hicieron visibles; cambiaron su color amarillo a un tono
verdoso, contrastando con el ambiente. Pequeñas criaturas deformes se hicieron
presentes en ese mundo ficticio. Los relieves del paisaje los podía tocar, de a
poco iban convirtiéndose del imaginario a lo real. Los monstruos tomaron forma,
conciencia, pudieron verme y fueron hacia mí. Una criatura con dientes salidos de
su boca, ojos salidos de sus correspondientes cavidades, patas desigualadas de
tamaño, huesos salidos y un tamaño de veinte metros se abalanzó sobre mí. Pude verla
de cerca, múltiples cicatrices le acompañaban en el cuello y cabeza, gotas de
sangre salían de todas las cavidades del ser. Esta cosa quiso engullirme de un
solo bocado. Grité, pataleé e incluso lo golpeé para liberarme de eso, mis
esfuerzos fueron inútiles ya que ni le hice cosquillas. Pensé que sería mi
final. El dios volvió a abrir los ojos y todo lo que se había creado
desapareció. El rubí dejó de lanzar el destello de luz. Todo volvió a oscurecerse.
- Puedes hacerme tres preguntas. – exclamó la divinidad – Dime tu primera pregunta.
- ¿Qué fue todo eso? – pregunté asustado
- Lo que viste fue mi poder de creación de vida. Todo lo que tú conoces ha sido creado gracias a mí, cientos de cambios llegaron a tu pobre existencia terrenal. Esas criaturas las encerré en mi subconsciente al ser errores míos, mis errores y temores. Tu segunda pregunta.
Traté de digerir la información e
imágenes vistas. Realmente no sé cómo seguía vivo luego del espanto aquel. Aunque
me sugestioné, pensé que lo visto era simplemente una jugarreta de mi mente
atrofiada por leer tantas cosas fantásticas y míticas. Creía mi cordura perdida
y mi locura ganada. Pasado el nerviosismo, mi mente se inundaba de preguntas,
¿Cuál de todas puedo decirle?
Elige una de tus tantas preguntas – interrumpió la divinidad –,
tienes dos preguntas más, pero tómate tu tiempo ya que aquí no pasa el tiempo.
Me quedé atónito, no supe por qué podía leer mi mente, ¿Cuál es la cantidad de
poder para que pueda meterse entre mis pensamientos?
Finalmente recordé a mi abuelo, de ahí me
basaría para la pregunta.
- ¿Cómo descubrieron tu existencia? – emocionado – ¿Cuál es tu verdadero nombre?
- Esas serían tus últimas preguntas. – advirtió – Ninguna lengua de tu mundo puede entender o siquiera aproximarse a mi nombre, su primitiva mente no comprende. No me descubrieron pues yo estaba con ustedes, les di regalos, como las plumas de las aves y el oro, pero su ambición fue mayor, querían materiales preciosos y les di parte de mí. Les di parte de mí, mi carne, los rubíes; mis lágrimas, los diamantes; mis dientes, las perlas; mis uñas, las esmeraldas; y una parte diminuta de mi corazón, la obsidiana. Cuando se juntaron en civilizaciones, me desterraron de la tierra que les di. Les dejé un pequeño artefacto, la estatuilla. Pasó mucho tiempo hasta que dos personas llegaron a mí; una de ellas era tu abuelo y, al igual que tú, me pidió un deseo.
- ¿Cuál era su deseo? – pregunté
La presión
volvió a todo mi cuerpo, el aire se hizo nulo. Un intenso calor se hizo
presente, sentía mi cuerpo asarse. Entré en una desesperación fatal. Quería morirme
en esos instantes. La unión entre el intenso calor, la presión sometida y falta
de aire estaban a punto de desmallarme. Recuerdo el rostro de la deidad, levemente
frunció el ceño. ¡Nunca me vuelvas a interrumpir! – gritó la deidad. Instantáneamente
su cara volvió al estado neutral, toda la sintomatología desapareció. Sentí que
reviví.
- Continuo con mi historia. Me pidió un deseo, se lo concedí como un gesto de gratitud por enfocar toda su existencia en la averiguación de mi historia. Otro regalo que le di a tu abuelo fue mi rubí catalizador, el más puro. La otra persona fue un ser inteligente, pero ambicioso. Iba a exterminarlo como la hormiga quien era, pero tu abuelo pidió que le concediera lo que él quisiera. Accedí. El mortal pidió algo extraño, fue el poder viajar al momento, lugar y plano existente que quisiera. A ese mortal nunca lo vi, ni siquiera sé cuándo murió. Cuando tu abuelo murió lo lamenté, pero no debo interferir con el proceso de la muerte.
- También me dolió la muerte de mi abuelo – nostálgico
- Eres tan mentiroso que no puedo describirlo – comentó
- ¿Cómo dices? – cuestioné
- Tú y yo sabemos que nunca le creíste a tu abuelo. Encontraron las joyas y mi estatua, pero siempre le tirabas de a loco. Cuando murió tú no le lloraste. Pasaron años antes de que fueras a donde descansan sus restos, únicamente fue para robarle. ¡Sabandija!
- Y henos aquí, – interrumpí – ¡llegué contigo!
- ¡Dame al menos una buena razón por la cual no deba reventarte como una uva con la fuerza de dos planetas colisionando! – enfadado
- ¡No tendría alguna en especial! – sonriente y burlón
- Mi paciencia acabó – su rostro neutral cambió a uno de enfado
Sus
ojos se llenaron de rabia. Su cuerpo se encendió en llamas, aunque parecía
magma. Abrió su horrenda boca, de esta emanaba un gas tóxico. Por primera vez
vi que hizo un movimiento. Movió uno de sus brazos para tomarme entre su mano. Me
acercó mucho más a su rostro. Mi cuerpo ardía con el fuego proveniente de su piel,
el aliento me estaba sofocando. Con la furia de su mirada, me comentó…
- Por la arrogancia de tus actos he de castigarte como la rata asquerosa, sarnosa, deplorable y traicionera que eres. Con todos tus miedos, asquerosidades del mundo y mis errores pasados y presentes he de mandarte nuevamente a tu tierra. Si logras sobrevivir ante la locura y desgracia del porvenir, podrás regresar aquí. Esta fue tu última equivocación.
Cuando
acabó de pronunciar, mi cuerpo se consumió en el fuego. Por mi mente
aparecieron mis miedos más grandes. Mis gritos del dolor parecían darle satisfacción
al dios, sentía como mis órganos, músculos, ojos, articulaciones e incluso mi
esqueleto ardía, dolía en extremo, mis lágrimas se evaporaban por el extremo
calor producido. Finalmente quedó tan solo mi esqueleto calcinado. Los ácidos
de su aliento crearon una masa viscosa y babosa alrededor de la carbonización esquelética,
esta masa estaba apropiándose de lo último de mi escasa humanidad. Desaparecí de
aquella realidad apareciendo nuevamente en mi mundo. Yo me sentía del todo
normal, con excepción del trauma vivido. Quizás fue una alucinación, quería creer
que no fue real. Mi vista no era del todo buena. Recogí la estatuilla y me fui con dirección al panteón. De mi
mente nada más aparecían los traumas y monstruos del pasado, junto con mis
mayores pavores.
Al llegar
al panteón, salté su barda. Escuché a unas personas que andaban por ahí, las
ignoré por completo. Unos disparos venían a mi dirección, me quedé atónito,
¿querían dispararme a mí?, de entre las voces pude distinguir unas voces las
cuales decían de un monstruo o una criatura. Una de las balas rozó mi brazo. Ejercí
presión en la herida, me di cuenta de que mis brazos eran de diferente color y
estaban de diferentes medidas. Estaban monstruosos…
Créditos: Doctor Suavecito
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