Tuga. Vigésimo quinto relato.

Tuga

La pequeña tortuga llegó al pantano donde vivía el cocodrilo, un viejo amigo. Colmillo, el cocodrilo, estaba avanzado en edad y pronto moriría sin más remedio. Ambos se metieron a nadar por una última vez al lago en donde tantas memorias formaron. La luz de luna se reflejaba con el agua, mostraba y resaltaba la beldad del lugar. En un pequeño cúmulo de tierra ubicado en el centro del cuerpo de agua se pusieron a descansar. Entre la tranquilidad y serenidad del momento, las palabras rompen el eterno silencio.
  • Tuga - inicia Colmillo -, fiel amiga, quisiera pedirte un último favor. Cuando muera quiero que cuides este lugar como yo lo defendí tantas veces de esas bestias horribles
  • ¿Qué criaturas, Colmillo? - pregunta ingenua
  • ¡A esos seres que caminan a dos patas y dos manos, sin garras, tampoco escamas, familiares de los monos, aquellos controladores del fuego y de los canes! - eufórico - ¡Esos desgraciados!
  • ¿Te refieres a los humanos?
  • Exactamente, ellos hacen cosas terribles y sin ningún motivo aparente, matan por placer más que por necesidad, ¿puedes cuidar de este bello lugar?
  • Claro que sí - respondió orgullosa
Del tema no se habló más. Los días fueron pasando, cada vez se transformaban en semanas, más semanas en meses y los meses en años.
En una mañana de primavera Tuga fue a visitarlo, tristemente lo encontró sin vida. Caudales salían de sus ojos por la partida de Colmillo. Ella, de a poco, llevaba piedras de todos los tamaños al tronco donde él dormía. Lo sepultó. Todo el pantano se enteró.
No pasó ni una semana de la dolosa muerte cuando los humanos llegaron. Decenas de hombres llegaron al pantano con machetes y motosierras, explosivos y pirotecnia, camionetas y máquinas colosales. Con todas sus cosas, los humanos empezaron a hacer lo único que saben, destruir.
Aves, insectos, anfibios, reptiles y mamíferos los atacaron, pero el esfuerzo fue inútil. Fue una masacre. Tuga trató de detenerlos dándoles mordidas o incluso golpeándolos, aunque no les hacía absolutamente nada.
Los hombres lanzaron fuego y los animales huyeron, a excepción de Tuga, ella presenció toda la masacre. Quemaron y talaron, robaron el agua y a los cuerpos de animales caídos, dejaron el pantano sin árboles y sin vida. Destruyeron todo y quedaron satisfechos para partir a quien sabe dónde.
Tuga recorrió lo que era el pantano. Ya nada quedaba de dónde creció y vivió. Ahora todo era gris y empezó a llorar. ¡Perdóname, Colmillo! - sollozaba - ¡No cumplí lo que te prometí!




Créditos: Doctor Suavecito 

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