Genetista
Y al final se volvió loco.
El viejo genetista durante había buscado una cura para la enfermedad de su esposa sin tener éxito. Infectó a decenas y cientos de sus animales de experimentos con esa enfermedad e intentaba curarlas, pero todas perecían.
Al amanecer los gritos y sollozos provenientes de la casa del genetista se escuchaban hasta la ciudad más cercana de su morada. Su esposa murió sin siquiera estar cerca de la cura para aquella mortífera enfermedad. Sería en cuestión de días para que él se infectara con su misma enfermedad, sabía que no tendría mucho tiempo. Sin más, decidió enterrarla en los alrededores de la casa y, después, hacerle un pequeño altar. Desde entonces no sale de su laboratorio buscando la cura.
Intentó curarse con virus inmunizados o alguna posible cura con algún otro virus en su laboratorio. La enfermedad, en lugar de detenerse o retroceder, avanzaba cada vez más rápido. Los anticuerpos no pudieron hacerle frente a esta extraña enfermedad; las vacunas que se puso fueron inútiles pues provocó el aumento de la propagación del virus a todo el sistema. Alteró su ciclo del sueño y destrozó el sistema inmune. La fiebre subió a los cuarenta grados centígrados, la tos incrementó a tal punto de que tosía sangre coagulada, los pulmones estaban a punto de explotar y sus intestinos colapsados.
Antes de la inminente desgracia, parecía que encontró la cura. Con sus últimas fuerzas y sentido, se inyectó lo que había preparado. En un par de movimientos bruscos y sin claridad, accidentalmente, derribó uno de los dos frascos una sustancia experimental. La sustancia amarillenta llegó a la piel, boca, nariz y ojos.
veinte minutos de estar desmayado, los antígenos y anticuerpos creados por la vacuna en conjunto con la sustancia le hicieron efecto en el genetista. Lo salvó a cambio de un gran costo...
Estando en el piso, su piel morena fue cambiando de color hasta volverse amarillo verdoso, sus ojos azabaches fueron suplantados por un rojo carmín, la piel fue pegándose a sus huesos y órganos, sus dedos se alargaron. Los órganos internos sanaron, pero el cerebro quedó atrofiado, la cordura y la separación entre realidad y ficción eran nulas.
Lentamente fue levantándose. Miró sus manos, tocó sus brazos y su rostro. Sus sentidos se agudizaron; su visión era más precisa, olía cosas inimaginables en esa pequeña habitación, oía el ruido del crecimiento de las plantas, su lengua probó sabores como los dientes o las micropartículas de su saliva. Era mucho más sensible a golpes fuertes y tenía sensibilidad a la luz artificial.
Su estómago rugía, salivaba en extremo del hambre que tenía. Salió de su casa azotando las puertas, comenzó a olfatear la tierra. Su morfología cambió radicalmente; ya no se desplazaba en dos patas sino en cuatro, sus manos empezaron a transformarse y adaptarse. De a poco sus órganos y huesos se reacomodaban para darle una nueva forma a sí mismo. Su boca se transformó en un hocico, sus dientes aumentaron, le salió pelaje y sus orejas fueron desplazándose. Sin darse cuenta, aquel genetista ahora era un lobo. Su olfato captó algo debajo de la tierra. Escarbó hasta llegar al cuerpo de su esposa. El cuerpo estaba un poco descompuesto, pero el hambre era mayor. Devoró el cuerpo dejando solamente los huesos de su esposa. Momentáneamente la razón regresó en sí, se dio cuenta de la atrocidad cometida. Lágrimas brotaron a montones y el arrepentimiento creció de forma inmensa. Las emociones provocaron otro cambio físico; su cuerpo disminuyó considerablemente, el pelaje fue suplantado por plumas y las extremidades fueron adaptándose para volar, su hocico cambió por un pico. Había cambiado su forma a un búho. Voló lo más lejos del lugar para tratar de borrar lo anteriormente hecho. Mares de lágrimas le salían.
A un par de kilómetros de entrar a la ciudad una bala le rozó el ala, un cazador trató de cazarlo. Nuevamente perdió la cordura y razón, cambió su trayectoria para dirigirse en contra del cazador.
De a poco la velocidad aumentaba y la cordura disminuía. El cazador lo tenía en la mira directa, la bala le atravesaría la cabeza; sin embargo, el genetista rápidamente volvió a cambiar de apariencia. Aumentó de forma exponencial su tamaño y peso, las alas cambiaron a patas, su pico creció hasta se una potente extremidad, sus plumas desaparecieron, le salieron colmillos lo suficientemente fuertes y duros como para atravesar a un camión sin dificultades. Cambió a un elefante. El cazador, aterrado, salió despavorido de la escena, pero el elefante lo atacó brutalmente sin tener ninguna compasión de él; rompió cada uno de sus huesos y lo aplastó hasta dejarlo como una tortilla. Eufórico y desquiciado, corrió a los fuertes ruidos de la ciudad.
Entró por una carretera poco frecuentada. A lo lejos divisó un automóvil el cual tenía dirección hacia la ciudad. El elefante corrió detrás de él. Al ver que no lo podía alcanzar, se transformó en una pequeña ave. Las cuatro rodillas y el peso descomunal cambiaron a tan solo unos cuantos gramos y una velocidad realmente grande, plumas coloridas y un pico realmente largo. Se transformó en un colibrí. Siguió de cerca al carro.
Las luces citadinas fueron un gran destello para los ojos del desacostumbrado genetista con los sentidos del colibrí. El ruido fue fatídico a tal punto de que un carro pudo aventarlo arrojándole a una alcantarilla. Con sus últimas fuerzas se volvió a transformar; sus alas y plumas se transformaron por piel verdosa y semi escamosa, de su cabeza le creció la cola. Se transformó en un ajolote. Finalmente aterrizó en el agua, se golpeó fuertemente. Quedó desvanecido, flotando sin rumbo en el río de aguas apestosas. Unas ramas pudieron detenerle. Un rey rata aprovechó para sacarle del agua. En esos mismos instantes, despertó y nuevamente cambió su estructura a la de un colibrí, voló lejos de las garras de la unión de las ratas. Desde su altura los estuvo observando con detenimiento. Rápidamente cambió sus bellísimas plumas por pelo corto, su cola se alargó, volvió a ser cuadrúpedo. Se convirtió en una rata. Emitió chillidos los cuales pudo llamar la atención del rey rata. Siguió haciendo chillidos molestos hasta que aparecieron miles y cientos de miles de ratas, con un par de chillidos y gritos hizo que las ratas salieran a las calles inundándola de la inmundicia subterránea. Cuando finalmente se quedó sin las ratas, de las aguas salió un cocodrilo de tres metros. Quedaron viéndose fijamente. El cocodrilo no atacó. El genetista moduló sus chillidos para transformarles en frecuencias entendibles para el gran cocodrilo. Este respondía y fue muy dócil ante el genetista. El cocodrilo quería salir, pero no tenía la suficiente fuerza para romper el concreto de la acera. El genetista volvió a cambiar su forma, pero con bastante modificación.
La mente del genetista, a este punto, se estaba deslizando en el tobogán de la locura así recordó e imaginó una criatura reptiliana bípeda, similar a un tiranosaurio, con cuatro brazos de gorila capaces de levantar a una ballena con facilidad, pero si cabeza tenía proporciones a las de un hombre adulto. El cocodrilo estaba en shock por lo que acababa de ver.
De un poderoso golpe derribó el concreto y alzó al cocodrilo. Ambos vieron el infierno provocado por las ratas. El cocodrilo quedó agradecido con él y corrió con todas las fuerzas hacia las afueras de la ciudad.
El caos desbordaba en las calles; el miedo provocado por las ratas, el cocodrilo y ahora la criatura fantástica del genetista causaron un infierno terrenal. Los automovilistas conducían sin control alguno, los peatones corrían despavoridos tratando de librarse de las alimañas, los animales callejeros fueron masacrados por los roedores.
El genetista pensaba que todo lo vivido era un sueño y que en cualquier momento se despertaría del tan aterrador sueño. La percepción del supuesto sueño sería cambiada de manera veloz puesto que un camión de bomberos cocharía brutalmente contra él. La sangre escurría a montones ya que le hirieron el abdomen y pecho. El genetista, enfadado, tomó al camión y con solo dos brazos comprimió como si fuera de una lata de refresco sin ninguna complicación para luego lanzarlos tan lejos que llegó al otro poblado.
Malherido y desangrándose, corrió hasta llegar a un edificio para subir y, por lo menos, poder descansar. De a poco subía el edificio, la pérdida sanguínea y el vidrio hacían casi imposible el seguir subiendo porque se estaba resbalando. Con sus pocas fuerzas, como pudo, se transformó en un murciélago; sin embargo, este murciélago tenía anomalías pues estaba recubierto de escamas y su audición estaba igual de empobrecida que su visión, aun así, voló hasta el techo de ese edificio.
Se recostó al llegar al tejado. Su mente no pensó más, se quedó en blanco y volvió a transformarse en ese hombre antes de inyectarse esa cura provisional y derramar ese químico. De forma extraña, la herida se había curado casi por completo, salvo a una herida. Observó la luna y estuvo en extrema relajación. En su mano sintió un cosquilleo. Alzó el brazo y su cosquilleo lo provocó una diminuta cucaracha. Hola, amiguita - dijo el genetista - no tengas miedo, no te aplastaré, entiendo el miedo que ahora tienes. Quién lo diría, luego de tanto mal hecho por uno hacia todos nuestros semejantes que son los animales ahora los comprendo, su miedo y pavor. Perdóname por el daño. La cucaracha movió sus antenas, bajó de su mano y partió del lugar.
Un helicóptero pasó por ahí cerca, el intenso ruido provocó la alteración del genetista causándole descontrol e impulsividad. Mutó en ese monstruo irreal. Con todas sus fuerzas se abalanzó hacia el helicóptero para atraparlo. De forma trágica no llegó a tomar al helicóptero y cayó desde el techo del edificio. Rompió la barrera del sonido para estrellarse en la fuente de energía eléctrica del edificio. La descarga eléctrica hizo una carbonización interna de todos los órganos internos y externos del genetista quedando únicamente sus huesos. Las ratas volvieron al alcantarillado al ver ese suceso.
La policía acordonó la zona, la gente estaba perpleja por lo vivido, el cuerpo de protección civil y bomberos llegaron a montones para asegurar las zonas de peligro.
...
Mientras nadie miraba, alguien apareció de entre las sombras. Pasó al esqueleto del fallecido sin que nadie se diera cuenta para arrancarle un diente que estaba perfectamente intacto. Desapareció entre las sombras para aparecerse en la casa del genetista. Entró con cautela y buscó el segundo frasco con esa extraña sustancia que convirtió al genetista. La halló fácilmente y, de nueva cuenta, desapareció para no dejar ni su rastro...
Créditos: Doctor Suavecito
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