Colonización. Vigésimo cuarto relato.

Colonización

Finalmente, la flotilla de Bó, seres intergalácticos de no más de un metro de alto y con complexión escuálida y frágil, llegaron al planeta para colonizar. Aquel planeta presentaba niveles bajos de oxígeno y nitrógeno; sin embargo, tenía una concentración extremadamente alta de bióxido de carbono, y metano, creían que con esas cantidades no existiría la vida como ellos conocían. La nave exploradora comenzó a descender en la atmósfera del planeta.
En su descenso divisaron una infinidad de cosas. A pesar de que la atmósfera tenía gases nocivos para los Bó, encontraron vida vegetal. Las grandes formas de vida alcanzaban los más de cincuenta metros de alto, contaban con una peculiaridad pues en lugar de contar con células vegetales parecían tener células animales. Al acercarse un poco más, las plantas lanzaron un par de tallos para poder atraparlos. Los rayos de la nave pudieron perturbar a las plantas, eso les dio tiempo para huir. 
Rápidamente comenzaron a buscar un terreno libre para aterrizar, algo semejante a una planicie o estepa. Luego de una hora buscando, pudieron encontrar un espacio lo suficientemente apartado, remoto y a salvo de las plantas agresivas. La ubicación estaba cerca de un acantilado.
Todos los tripulantes se pusieron sus trajes robóticos los cuales tenían un grosor de cincuenta centímetros especializada para muchas atmósferas, junto con una altura que les triplicaban su tamaño. En la nave se quedó el único que sabía comandar la nave, los demás salieron a explorar.
Se adentraron de a poco al nuevo territorio. Los parajes desérticos eran bastante similares a los suelos rocosos de Marte. Poco a poco la arena marciana fue suplantada por la vegetación agresiva que les atacó. Curiosamente, las plantas no los atacaron, pasaron desapercibidos. Los recolectores iniciaron a tomar muestras de la vegetación y rocas guardándolas en un apartado de su traje metálico.
Hubo un desnivel en donde había vegetación derrumbada, agujeros del tamaño de la armadura de los Bó, lo más extraño es que algo había carbonizado una gran parte del suelo y vegetación. Una colosal batalla se produjo ahí. Lentamente fueron aventurándose a esa zona de batalla. Recolectaron un poco de lo carbonizado. Uno de los exploradores encontró a una criatura de no más de cinco centímetros, era redonda con pelaje amarillo, un pequeño hocico muy fino como si extrajera néctar de las flores, era cuadrúpedo y bastante amigable, se asemejaba a un pequeño marsupial similar al lémur ratón. Este explorador avisó a los demás; sin embargo, nadie lo consideró valioso para la recolección, con excepción de quien lo encontró. El explorador tomó a la criatura y la apachurró para meterla como evidencia de vida. Fue un grave error. La criatura enojó y empezó su transformación.
La criatura comenzó a crecer desmedidamente. Aquel cuerpo de tan solo cinco centímetros creció hasta los diez metros. Su hocico fino se transformó en una poderosa mandíbula con dientes preparados para desgarrar la carne y machacar los huesos. Le aparecieron un par extra de brazos preparados con garras afiladas. Su pequeño cuerpo de marsupial se transformó en uno de un poderoso depredador sediento de sangre. Los exploradores trataron de someterla con las armas que tenían entre los trajes, pero fueron inútiles pues estas no lograban penetrar la gruesa piel de esta criatura. La criatura desgarró los trajes como si de simple papel se tratase; engulló a muchos de los exploradores, aplastó o incluso desgarró a otros cuantos. Nadie pudo escapar porque la criatura era más rápida que todos ellos. Una verdadera catástrofe. De entre los árboles salieron tres horribles criaturas; tenían patas y cola de araña, pero torso, brazos y cabeza de gorila. Estas, al sentirse amenazadas, atacaron a la criatura dando oportunidad a los exploradores de escapar. El gran batallón conformado por más de cien individuos se redujo a tan solo cincuenta.
El escape de la zona de confrontamiento fue exitoso, aunque perdieron el camino hacia la nave. Trataron de comunicarse, pero algo estaba interfiriendo con ello. No podían quedarse en la zona de la batalla, así que continuaron caminando sin rumbo fijo. Siguieron avanzando, teniendo el temor de que algo estuviera listo para comérselos.
Pasaron minutos hasta transformarse en horas; el astro rey que daba luz al planeta fue suplantada por los tres satélites naturales rodeantes del planeta. El derrotado ejército se detuvo cerca de un río. Un chillido comenzó a oírse por montones; los Bó, preocupados, adquirieron sus posiciones de combate. Del río salieron múltiples animales voladores; tenían orejas grandes y ojos pequeños, colmillos filosos, alas del doble de su tamaño, piel escamosa, narices anchas, su coloración es roja y sus ojos son azules. Los pequeños demonios atacaron sin piedad a los Bó. Fueron destrozando sus armaduras con sus colmillos. Ni sus armas tecnológicas pudieron en contra de ellos; pudieron dañar a un par, aunque esto provocó el enfado de las criaturas. Cuando los demonios voladores pudieron llegar a los frágiles cuerpos carnosos de los visitantes estelares los despedazaron de manera inaudita e indescriptible. Las criaturas llevaron todos los cuerpos al agua para alimentarse y utilizar los huesos y metales para nidos. Un explorador, con luces y movimientos bruscos, atrajo a todos los murciélagos acuáticos para que los demás pudieran escapar.
Del encuentro espeluznante y matanza atroz solamente pudieron escapar diez con vida. La luz del satélite reveló la sabia de uno de los árboles cercanos, esta extraña sabia era negra y espesa, como si de petróleo se tratase. Dos exploradores se acercaron a ese árbol. ¿Será posible esto? - se preguntaba el líder de la expedición - ¿Encontramos la última fuente de la fuerza descomunal? Ya nadie en el universo tiene algo así, la destruyeron porque adquirían una fuerza irreal a cambio de su cordura. Recogió una muestra y la guardó en un pequeño compartimento cerca de su piel.
El suelo se erosionó y de las grietas salieron huesos fraccionados. Estos se fueron ensamblando para crear a un esqueleto viviente. Su cráneo era estaba roto con heridas similares a las de enfrentamientos bélicos, sus garras medían lo mismo que los Bó sin sus trajes, era cuadrúpedo, pero adquiría una posición bípeda. Medía más de quince metros de su hocico a la punta de la cola. Cuando finalmente terminó de formar su estructura ósea, de los árboles se le pegó una especie de piel para reforzar su estructura, aunque seguía estando muy pegada a sus huesos. Por más raro que parezca, contaba con tres ojos con mirada penetrante.
Esta criatura se lanzó contra el líder. Los otros Bó atacaban sin ceder al fuego, pero este ni se inmutaba. Con una sola de sus patas empezó a presionarle el pecho al líder aboyando su armadura. El frasco con la sustancia negra se rompió. El líder empezó a tener miedo pues perdería su cordura. Los primeros síntomas empezaron a hacer efecto; sus ojos se hicieron más grandes, de su boca surgieron colmillos desorganizados, sus dedos se volvieron garras, perdió la sensibilidad al fuego y al dolor, sus músculos crecieron junto con su fuerza. Rompió su armadura ya que quintuplicó su tamaño. Los expedicionistas se quedaron helados por ver esa horrible transformación. 
La criatura lo iba a engullir de un solo mordisco, pero el líder pudo detener su cráneo con una sola mano y con esa mano con la que lo sostenía pudo lanzarlo a cinco metros. El líder se levantó y se observó, todavía tenía consciencia de sí, no se había vuelto un monstruo. Con una sonrisa en el rostro se lanzó en contra de la criatura para golpetearla. Fue una batalla bastante igual en fuerza y agilidad. En un descuido fatal, el gran monstruo perdió el equilibrio quedando vulnerable. Esa vulnerabilidad fue aprovechada por el líder.
Con cada golpe dado, con cada momento de adrenalina, por cada momento de esa emoción y agresividad, el líder perdía más la locura.
La grotesca criatura prefirió volverse polvo y reintegrarse en el suelo pues ya no podía con la paliza proporcionada por el líder. Los Bó celebraron antes de tiempo; el líder se volteó hacia ellos y les empezó a atacar. Deshizo sus armaduras como si de un polvorón se tratara. La locura se desató a montones, nadie pudo en contra de la criatura escabrosa en que se había convertido el líder.
El más cobarde de los Bó escapó de la masacre ahora convenida. Corrió con todas sus energías, sin mirar atrás. Pasó cientos de árboles, pasando por un pequeño arenal lleno de gusanos sobresalientes de la arena y rocas. Finalmente llegó a un barranco en donde había una cascada con agua roja. Volteó a todos lados para poder escapar, rápidamente reconoció el paraje en donde se encontraba, se asimilaba a la estepa en donde aterrizaron. La nave debía estar cerca. Caminó hacia el sur. La luz de su astro rey iluminó el camino del último sobreviviente.
Por fin llegó a donde aterrizaron, pudo reconocerlo por las huellas de las armaduras del ahora extinto ejército. Fue a donde, se suponía, estaba la nave; sin embargo, una decepción se llevó al no encontrar su única escapatoria. La escena divisaba daba claridad de que algo había empujado o arrastrado la nave hasta el acantilado. Sin tener otra opción, bajó al acantilado.
De las paredes rocosas brotaban criaturas diminutas similares a insectos inofensivos, aunque horripilantes, secretaban una sustancia apestosa y muy pegajosa. Tardó bastante en llegar al fondo porque los relieves eran desiguales y los insectos impedían moverse con agilidad.
Las paredes rocosas tuvieron un final; el suelo desigual, árido y caliente se presentó. Del suelo emergía un calor casi infernal, no divisaba ninguna muestra o señal de calor o de la nave desaparecida por la nula luz. Un breve deslizamiento de rocas provocó una grieta de donde salió magma ardiente, logrando así iluminar aquel foso infernal. A lo lejos se vieron unos restos extraños al suelo cavernoso o magmático, se dirigió hacia esos restos. Era la nave. La nave estaba hecha trizas, no era por la caída ni tampoco por los múltiples golpes, había sufrido un ataque masivo. ¿Qué criatura podría destruir una nave con tanta facilidad? - se preguntaba el tripulante.
De la grieta provocada por el deslizamiento de rocas salió algo. Esa nueva criatura era similar a un calamar de diez metros con piel de roca, lo que le posibilitaba estar entre la capa de magma o lava. La salida del calamar rocoso provocó una rajadura todavía mayor al suelo, el magma inundó el suelo del lugar. El último Bó sobrevivió ante las altas temperaturas gracias al traje; sin embargo, el calamar rocoso lo tomó para apretujarlo entre uno de sus tentáculos y comérselo como si de una botana se tratase. Los restos de la nave fueron destruidos por los calores tan extremos siendo así olvidados. 
...
La horrible matanza fue consumida y olvidada por el tiempo. Antes de que el tiempo desapareciera todo rastro, un extraño viajero apareció en el árbol de esa sustancia de locura. Este viajero traía un traje metálico pintado de blanco lleno de mil accesorios. Un pequeño brazo salió del traje y recolectó toda la sustancia proveniente del árbol hasta dejarlo completamente seco. Así como apareció también desapareció sin dejar rastro. No alertó a las criaturas del lugar. ¿Quién es?


Créditos: Doctor Suavecito

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