Mermelada
Una vez
conocí a una persona que estaba obsesionada con la mermelada. Esta personita la
conocí en el kínder, la recuerdo porque cada vez que podía exclamaba su manía
por la mermelada, nadie lo tomaba en cuenta.
Curiosamente
también coincidimos en primaria y secundaria. Seguía con su manía, incluso lo
decía cada vez que podía, por no decir que lo decía cada vez que hablaba.
Un día,
fastidiado de él, decidí seguirlo a casa. Al llegar a su morada, esta era
bastante tétrica por la pésima condición de su fachada. Me puse a mirar en una
de sus ventanas, la vista daba directamente a su cocina. De su refrigerador
sacó dos cosas; la primera era una especie de gelatina o mermelada, pero se
veía extrañísima, era mucho más rojiza de lo normal mientras que la segunda era
una bolsa en donde se almacena la sangre y sus hemoderivados. El chavo le dio
un gran mordisco a la gelatina de mermelada y se sirvió un poco del contenido
de la bolsa. Su obsesión no era por la mermelada, era por la sangre. Asustado,
empecé a correr y jamás volteé hacia atrás. Afortunadamente, luego de la secundaria, no lo volví a ver, aunque dudo lo que ahora esté haciendo para la búsqueda y saciedad de sangre.
Créditos: Doctor Suavecito
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