Café. Vigésima minificción.

Café

El anciano estaba tomando un café bajo el árbol que plantó cuando era niño. Estando bajo la sombra del gran manzano había terminado su lectura, unos pequeños retos de escritura que alguna vez había escrito en su juventud. Se maravilló por recordar la rebelión de los panes, el conde goloso, la esquizofrenia del escritor, el predicamento en un periódico, la homosexualidad en altamar, la muerte y soledad de seres queridos, fatalidades e incluso de monstruos o criaturas irreales e inimaginables.
Revivió su juventud en unas cuantas páginas, recordó el motivo que escribió o, mejor dicho, describió cada uno de esos textos. Cada uno de ellos los hizo pensando en personas que marcaron su vida ya sea para bien o para mal.
La tarde estaba cayendo y el café se estaba entibiando, pero el anciano seguía admirando el atardecer. Hace mucho tiempo que no podía disfrutar la vista al atardecer afuera de su casa. Con su bastón hizo caer una manzana la cual aterrizó en su mano. Disfrutó la pequeña comida.
La noche por fin llegó. El anciano soltó una pequeña lágrima por ver con detenimiento a la luna por primera vez en muchos años. Lloró por la belleza de la luna lunera y de un recuerdo que se metió entre su nostalgia. El café finalmente se enfrió junto con él; la vela que mantenía la vitalidad del anciano se apagó para jamás ser prendida…



Créditos: Doctor Suavecito

Comentarios