Café
El anciano estaba tomando un café
bajo el árbol que plantó cuando era niño. Estando bajo la sombra del gran
manzano había terminado su lectura, unos pequeños retos de escritura que alguna
vez había escrito en su juventud. Se maravilló por recordar la rebelión de los
panes, el conde goloso, la esquizofrenia del escritor, el predicamento en un
periódico, la homosexualidad en altamar, la muerte y soledad de seres queridos,
fatalidades e incluso de monstruos o criaturas irreales e inimaginables.
Revivió su juventud en unas
cuantas páginas, recordó el motivo que escribió o, mejor dicho, describió cada
uno de esos textos. Cada uno de ellos los hizo pensando en personas que
marcaron su vida ya sea para bien o para mal.
La tarde estaba cayendo y el café
se estaba entibiando, pero el anciano seguía admirando el atardecer. Hace mucho
tiempo que no podía disfrutar la vista al atardecer afuera de su casa. Con su
bastón hizo caer una manzana la cual aterrizó en su mano. Disfrutó la pequeña
comida.
La noche por fin llegó. El
anciano soltó una pequeña lágrima por ver con detenimiento a la luna por primera
vez en muchos años. Lloró por la belleza de la luna lunera y de un recuerdo que
se metió entre su nostalgia. El café finalmente se enfrió junto con él; la vela
que mantenía la vitalidad del anciano se apagó para jamás ser prendida…
Créditos: Doctor Suavecito
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