Orquesta. Violinista. Series.

Orquesta

Violinista

Ramírez realizó una llamada para que recogieran el auto. Ambas tomaron caminos diferentes para dirigirse a sus moradas. Salazar llegó segura, en seguida le mandó un mensaje a Ramírez, pero no obtuvo respuesta. Ramírez continuaba en la calle, seguía apresurándose a llegar a su casa. Tres cuadras antes de arribar, alguien bajó de un carro para seguirla, era bastante discreto. De forma apresurada, Ramírez se dio cuenta de su presencia así que aceleró su paso. Esta persona de igual forma lo hizo. La investigadora, fastidiada de huir, esperó a que él se acercara. Estando frente a frente, Ramírez quiso verle la cara, aunque no lo pudo reconocer por el tapabocas y lentes negros. Ella se tronó los dedos y cuello. ¡Ven a mí! – exclama Ramírez. El sujeto se abalanza sobre ella, pero la teniente le conecta tremendos golpes los cuales son comparables a los de una boxeadora o karateca. Le aplicó la paliza de su vida, casi se desmayó por los golpes en estómago y abdomen. En un par de movimientos lo pudo derribar. Ramírez estaba con las manos ya adoloridas por su artritis, pese a su dolor, siguió golpeándolo. El perpetrador de entre sus ropas sacó el arma homicida utilizada para sus últimos asesinatos, la puso en el abdomen de Ramírez. Lentamente paró de aquella masacre por sentir la pistola. La cuestioné teniente, y bastante; – inicia el sujeto – no obstante, no ha de ganar el juego. Fui compasivo en esta ocasión a pesar de que usted me golpeó, no voy a jalar del gatillo pues sería muy aburrido terminar la historia aquí. ¡Lárguese de aquí o le vuelo las tripas! – amenaza. Ramírez se levanta poco a poco dándose la vuelta para huir a su casa, él desapareció entre las sombras. Cuando llegó a su hogar, exclamó eufóricamente: ¡Hace años que no hacía lo que hoy!
Como acostumbraba, tomó sus medicamentos y durmió sin ninguna preocupación. A la mañana siguiente, luego de arreglarse, partió para la comandancia. Revisó un par de mensajes y, de manera sorprendente, su hermana le había mandado mensaje, quería verla en la comisaría por la tarde. Lo ignoró por completo. Cuando llegó al despacho, Salazar le recriminó por dejarla preocupada. Discutieron por un rato hasta que sus ánimos se tranquilizaron así que revisaron la lista y el siguiente apellido era “Carbajal”. En esos instantes irrumpió Ofelia, la hermana de Ramírez, quien no venía sola porque traía a su hija. Salazar distrajo a la joven para sacarla de ahí, Ofelia confrontó a Ramírez. En vez de reprocharle, le pidió ayuda pues Catalina, la joven, corría peligro. En la última semana, había recibido cartas extrañas, se las dejaban en la escuela. A grandes rasgos la amenazaban. Ofelia le dio una de las cartas, Ramírez comparó la letra de esa carta con la lista que tenían, era exactamente la misma letra. Salazar entró para sacar a Ofelia para regresar rápido. Cerró la puerta.
Ramírez respiró profundamente, su sobrina corría grave peligro. Salazar planificó algo con ella y eso era tenerle seguimiento absoluto, así evitarían muchas cosas o por lo menos algún otro escenario trágico. Aceptó y salió con su sobrina, le explicó la situación y lo que harían. Catalina, titubeante, le comentó a una salida con sus amigos, específicamente una tocada que tendría con su grupo musical. Ramírez sacudió su pelo en desesperación, pero accedió a acompañarla a donde fuera. Ramírez les dio las llaves de su casa para que se fueran.
Durante todo el día Ramírez estuvo encerrada en su oficina pensando el motivo verdadero en que su sobrina estaba en la lista de aquel maquiavélico asesino. Estando solas, Salazar le preguntó sobre sus manos lastimadas, intuyó que golpeteó salvajemente a algo o a alguien. Sin más, Ramírez confesó el encuentro con ese tipejo, le comenzó a describirlo mientras que Salazar sacó su libreta y lápiz para poder hacer un retrato hablado. No recuerdo mucho del cómo se veía; – dificultosa comenta Ramírez – sin embargo, recuerdo que era delgado semejante a los atletas, sagaz, utilizaba la izquierda, trae ese cubrebocas y lentes negros, tiene una herida en el cuello. Burdamente hizo un dibujo con la escasa información proporcionada junto con sus recuerdos borrosos de la noche del bar. Quedó en un joven encapuchado con una gran herida cerca de la clavícula. Rápidamente digitalizaron ese dibujo y distribuyeron la imagen por su lugar de trabajo.
El momento del evento arribó, las investigadoras pasaron por Catalina para llevarla. Traía consigo un violín. Casualmente Salazar también sabía tocar violín. Luego de conducir durante media hora, llegaron a un destino inhóspito en donde a pesar de haber gente, se sentía solitario. Encontraron a un grupo de diez jóvenes de diferentes edades, iban desde los quince hasta los veintidós años. Antes de que iniciaran con su instrumental, Salazar quiso tocar una nueva vez ya que hace años no veía uno. Su interpretación fue sublime, los jóvenes quedaron boquiabiertos, la gente que pasaba aludió su talento e incluso conmovió a Ramírez y más porque no sabía que tocaba violín. La alegría se iría ipso facto ya que, de entre las sombras, una bala atravesó el violín haciéndolo inservible. De manera sorprendente, a Salazar no le pasó absolutamente nada, únicamente se quedó con el espanto. Todas las personas que transitaban por ahí corrieron o se tiraron al piso. El arma de fuego volvió a detonarse, esta ocasión alcanzó a Catalina hiriéndola de gravedad. Ramírez sacó el revolver del carro, desgraciadamente traía dos balas.
Ya sea por azares del destino o gracia divina, Ramírez vio un reflejo proveniente de las sombras. Lanzó un balazo como advertencia, pero esa advertencia le golpeó al perpetrador porque le hirió el brazo. A Ramírez se le había olvidado su sobrina, afortunadamente Salazar la estaba salvaguardando. Tenían que ir al hospital de urgencia.


Créditos: Doctor Suavecito

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