Tintero.
¿Quién diría que tú, siendo a la segunda persona que le abrí mi corazón, alma y mente, me hubieras abandonado sin ningún remordimiento? ¿Quién diría que tú siendo el más grande apoyo el cual jamás encontré me hubieras matado con una acción? ¿Quién diría que tú me hubieras despreciado sin más? - estaba soñando. De nuevo desperté en el hospital, no sé por qué me esfuerzo día a día para tratar de salir de aquí. Mis huesos están atrofiados, mi retina está desgastada, mis pulmones están sensibles después de fumar tanto, mi estómago e hígado están inflamados por tanto alcohol que ingerí sin medirme...
Jamás pensé que al final de mis días ustedes dos se me vienen a la mente; a una no la recodaba desde hace un par de años y a la otra únicamente la visitaba en el panteón donde descansaba.
La enfermera que me atendía pudo conseguirme un tintero y una pluma de cisne, siempre había querido esos dos objetos. También me trajo una libreta nueva. Comencé a escribirles a mis queridas amigas; agradecí y maldije los cuantiosos pleitos que originaron a nuestra separación...
Me levanté de la cama con las dos cartas terminadas. Cuando me di cuenta me quedé helado pues yo hace años no podía caminar. Volteé hacia la cama y yo ya había fallecido hace un par de instantes...
Créditos: Doctor Suavecito
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