Hora cero
Ya
eran las 23:00, parece que, de nuevo, la novela no me dejará dormir, ¿Quién
diría que escribir fuera tan difícil? Y más cuando es para alguien externo.
Me
dirigí para la cocina a prepararme un café y tener ideas para el siguiente
capítulo. Me entró un gran dolor en el corazón, no supe por qué.
Accidentalmente, con mi dolor, derribé unos documentos. De ellos salió una
foto, era una de tantas que nos habíamos tomado.
Me
puse completamente serio, mi estrés se convirtió en tristeza y nostalgia
perpetua, ¿Qué fue lo que nos pasó?
Recogí
los documentos junto con la foto y regresé a mi estudio con el café, decidí
postergar la novela. Con la foto en mano abrí un nuevo documento en mi
computadora; de nuevo tuve la hoja en blanco, el terror de muchos escritores,
no sabía que decirte.
Pensé
muchas cosas, en nuestro pasado, no supe más. Miré el reloj y ya eran la 1:30, no
supe en dónde se me había ido la hora.
Puse
“Cien años” de Pedro Infante, para poder concentrarme. A la mitad de la canción
pude recordar todo lo que nos sucedió. Comencé a escribir estipulando mi perdón
hacia ti por lo que te había hecho, lamentándome, suplicando, sollozando e
incluso rompiéndome el alma por expresarte tanto arrepentimiento que ahora
sentía a cantidades exorbitantes…
Dieron
las 4:00, de nuevo no había dormido para nada. La carta que te escribí ya
estaba terminada; sin embargo, me puse a analizar un poco más y, hasta ahora,
me di cuenta de algo, ¡Yo quería tu bien! ¡Siempre quise que estuvieras feliz y
alegre! ¡JAMÁS TE HARÍA EL MAL! Fue infame la forma en que nos alejamos y todo
por una idiotez fatal, algo tan burdo que ni yo puedo mencionar aquel daño tan
grotesco que generó, lo acepto, pude haber roto tu confianza a pedazos, no
obstante, tú destrozaste esta amistad que quería más que nada.
Terminé
la reflexión sesuda y recordé tu correo electrónico. Te mandé el archivo y como
mensaje adicional te agregué ‘No sé si ya me hayas perdonado…’
El
dolor del corazón me volvió a dar mucho más fuerte, me estaba dando un infarto.
Derramé la raza de café en el computador. Como pude, traté de llegar a mi
celular, pero no lo logré. Antes de desfallecer y de que se descompusiera la
laptop, pude ver qué me había llegado un correo de ti…
Inspiración tomada de las amistades rotas...
Créditos: Doctor Suavecito
Comentarios
Publicar un comentario