Tormenta.
Llegué de la escuela cansado,
me dolía más la espalda,
mis ojos estaban irritados,
y la respiración se me dificultaba.
Troné mis huesos y me senté en la orilla de mi cama,
me quedé pensando unos momentos,
pronto, una disputa, una tormenta azotó mis pensamientos
haciéndolos que me amargara la velada.
De tantas fatalidades y desgracias se me vinieron a la memoria,
desde mis enfermedades hasta muertes de familiares,
rompimiento de la familia, ¡Cuanta agonía!
e incluso mis burdos triunfos fugaces.
Lloré inconsolablemente, pensé que ya había eliminado mis lágrimas,
sé que llorar no está mal, es del todo normal,
pero hace años no lloraba y, ahora, parecía un vendaval
hasta que me quedé seco, no callaré mi sentimentalismo jamás.
El cuerpo me temblaba,
la garganta se me cerró,
ya no tenía habla
y mi mente se calló.
Créditos: Doctor Suavecito
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