La noche de la tristeza. Décimo séptimo relato.

La noche de la tristeza

La toma de la ciudad fracasó, la Venecia del nuevo mundo pudo resistir una noche más, una noche verdaderamente fatídica para los conquistadores quienes se querían adueñar de lo que ya tenía un pueblo quienes eran sus legítimos dueños. Pero ¿Qué pasó esa noche fría entre junio y julio? ¿Cuáles fueron sus antecedentes? ¿¡Qué realmente pasó aquel momento de muerte y pánico colectivo, aunque también una satisfacción por recuperar un pequeño suspiro!?

Después de que esos extraños y olorosos hombres estuvieran por mucho tiempo entre nosotros, el líder de ellos capturó al nuestro como un vil guajolote prohibiéndole salir para aclarar las cosas con nosotros, su pueblo. Nosotros no pudimos hacer nada pues traían consigo aquellas serpientes plateadas que escupían fuego y sonaban como la ira de Tláloc, el macuahuitl más afilado que jamás hubiera visto, sus pieles de metales que para nuestras lanzas y flechas eran bastante difícil atravesar y no nos quedaba de otra más que luchar cuerpo a cuerpo, también sus venados sin cuernos bastante dóciles con ellos, no obstante, salvajes con nosotros. Hasta ahora sigo preguntándome, ¿Cómo pudieron domar a esos animales horrorosos? Y si de horrorosos hablamos, no sé qué era peor, si su fétido olor o los sanguinarios perros que traían consigo, eran tratados mejor que nosotros. No conforme con ello, se habían aliado con los tlaxcaltecas, nuestros peores enemigos ya que habían resistido como nadie lo había hecho antes, meramente la culpa fue de los tlaxcaltecas porque ellos pudieron detener a esos apestosos hombres blancos y barbados.

Todavía recuerdo que un día, de forma extraña, su líder, que se hacía llamar Cortés, salió rápido con un grupo numeroso de sus hombres encima de sus animalejos llevándose un par de sus armas, pero dejó a cargo a un tal Alvarado con hombres, comida y muchas armas. También recuerdo perfectamente que ya se aproximaba una de nuestras mayores fiestas, el Tozcatl, significa el renacimiento de una de nuestras deidades principales, Tezcatlipoca…

Y por fin llegó. El día llegó, una de nuestras fiestas más esperadas por fin arribó, todo lo que habíamos planeado se comenzó a realizar. Muchísima gente estaba en la plaza donde estaba el templo de Huitzilopochtli y el templo mayor, pero ese gozo y alegría se acabarían tan pronto como llegaron. Aproximadamente por las doce del día, aquel estúpido que se quedó al mando lanzó un ataque masivo contra todo aquel que se moviera. Antes de la tragedia, únicamente se escuchó ese trueno que provenía de una de las serpientes plateadas de los conquistadores. Pronto los perros aparecieron y atacaron a todo el que pudieron alcanzar, comenzaron mordiéndolos hasta dejarles la carne expuesta. Todos los conquistadores masacraron a los niños inocentes, mujeres jóvenes y embarazadas, ancianos y sabios, chamanes y hombres. Esos idiotas no tuvieron compasión ante nadie. Los guardias de la ciudad no pudieron hacer nada para frenar el ataque, dieron sus vidas por nada. El río de sangre se mezcló con el polvo y agua de la ciudadela, fue un día bastante triste.

Afortunadamente yo me pude esconder de aquella horrorosa matanza, con pánico y terror pude ver la cara de furor del líder en ese momento, Alvarado se llamaba si mal no recuerdo, en sus ojos se veía satisfacción y con todas sus tropas regresaron al refugio donde se escondieron cómo malditas ratas. ¿Cuál fue su razón para atacarnos? Pensó que planeábamos un ataque contra ellos cuando en realidad solo estábamos adorando a nuestros dioses…

Los pocos que pudimos sobrevivir ante la vil desgracia nos limpiamos y curamos las heridas, nos reunimos y le lloramos a nuestros muertos hasta el cansancio. Reunimos todos los cuerpos y esperamos que alguien saliera vivo, pudimos rescatar algunos malheridos, pero la gran mayoría eran muertos quienes se fueron con tantos otros guerreros…

Ya no recuerdo cuánto tiempo pasó, pero su líder llegó ensangrentado con sangre de enemigos y, no sé si fue mi imaginación, trajo consigo más hombres. Vio horrorizado y asqueado esa barbarie, se dirigió a donde estaban todos sus hombres. No tengo ni la menor idea de lo que pasó, solamente se escuchó murmullos y gritos desaforados entre ellos. Espero que le hubiera dado punición ejemplar por matarnos como si no fuéramos nada…

Luego de la gran matanza tras venerar a Huitzilopochtli y Tezcatlipoca, ya no tuvimos miedo, ¡No! ¡El miedo se fue y la ira nos llenó a destajo!, pero algo faltaba para que nosotros tomáramos nuestro coraje para atacarlos.

Los conquistadores, a los que se hacían llamar españoles, seguían estando teniendo problemas entre sí y los pobladores de Tenochtitlán aprovechamos esa oportunidad para matarlos indirectamente…

Yo, estando harto, reuní a los habitantes de la ciudad para convencerlos de cortar todos los suministros que se les entregaban a ellos. Corríamos el riesgo de que mataran a nuestro líder por no obedecer sus órdenes.

Con temor y dudas al por mayor, nuestro plan se realizó con éxito. Los españoles comenzaron a desesperarse a destajo, y con razón, los tlaxcaltecas asesinaron a uno de los conquistadores para hacerlo en pozole. La disputa estaba acabando con ellos, no sabían que hacer ya que la falta de alimentos y la estadía con las ratas tlaxcaltecas los volvía locos.

A Cortés se le ocurrió algo para que les volviéramos a dar bebida y comida; Moctezuma, nuestro Huey Tlatoani, saldría para apaciguar nuestra ira. Esa acción la realizaron dos días después de que se les acabara la comida.

Nuestro rey salió de dónde estaba encerrado, era escoltado por sus captores, a todos se nos hizo mandar a llamar. Los habitantes de Tenochtitlán, ilusos e ingenuos, pensamos que él nos daría la orden para atacar y matar a los que le aprisionaron, pero no. Nos dijo que dejáramos ir a todos ellos para que ya no hubiera más matanzas y guerrillas, además de que no les diéramos punición ejemplar. El pueblo se quedó con tremenda impresión, ¿Quién es esa persona que nos habló? ¡Nuestro líder jamás diría eso! La gente, eufórica y furiosa, tomamos las piedras que había cerca del palacio y comenzamos a lanzárselas, pudimos derribar a sus captores, aunque, una de esas rocas le pegó en la cabeza a nuestro líder. Con el enojo no nos detuvimos, pero sabríamos que el Tlatoani ya no podría gobernar. Los españoles, con sus serpientes plateadas, comenzaron a quitarnos de la zona para que no regresáramos. Recogieron los cuerpos y a Moctezuma lo atendieron.

A mí me amordazaron y llevaron con él; al estar en los aposentos del templo traté de comunicarme con los dioses para saber si podíamos curar a nuestro líder. Lastimosamente no obtuve respuesta alguna del cómo curarlo, pero tuve una visión en la cual nosotros atacábamos a esos perpetradores quienes habían hecho que la ciudad llorara y se ahogara en enfermedades tan desconocidos como el mundo del que venían estos huéspedes malditos y apestosos. Finalmente me liberaron con múltiples amenazas.

La noche cayó, comenté todo lo sucedido al pueblo y, junto con Cuitláhuac, planificamos todo para atacar a esos desgraciados. Tomamos precauciones de todo tipo; cortamos las uniones de todas las calzadas, pusimos más guardias en las trajineras, resguardamos a las mujeres y niños para evitar lo mismo que pasó…

La noche llegó y nuestros sentidos se agudizaron. Todos los guerreros, hombres jóvenes y todo aquel que pudiera pelear estábamos dispuestos a tomarlos por sorpresa, pero ellos se nos adelantaron ya que, con toda su caballada, nuestro oro y sus armas estaban dirigiéndose a toda velocidad por la calzada de Tacuba en donde, amargamente, se encontraron con un puente destrozado. Los españoles y tlaxcaltecas, aterrados, tuvieron que enfrentar nuestra ira como nunca nadie la había experimentado. La lluvia comenzó a azotar haciendo que las aguas y el piso de la calzada fuera mucho más resbaloso. Fue una horrible, sangrienta, tormentosa, dolorosa y liberadora batalla. Todos los que estábamos ahí pudimos desquitar y desahogar nuestra ira reprimida desde hace ya mucho tiempo. Asesinamos a esas bestias cuadrúpedas a las cuales creíamos inmortales, liquidamos a la mitad del ejército de Cortés y tomamos las cabezas de los tlaxcaltecas. Cortés y algunos de sus seguidores pudieron escapar con poco de nuestras riquezas, pero ellos perdieron más de lo que ganaron. No creo que quieran volver después de la masacre que cometimos.

Aquella noche fue la noche de la tristeza, la noche triste…



Inspirado de los sucesos en la historia de México prehispánico.

Créditos: Doctor Suavecito

Comentarios