La noche de la tristeza
La
toma de la ciudad fracasó, la Venecia del nuevo mundo pudo resistir una noche
más, una noche verdaderamente fatídica para los conquistadores quienes se
querían adueñar de lo que ya tenía un pueblo quienes eran sus legítimos dueños.
Pero ¿Qué pasó esa noche fría entre junio y julio? ¿Cuáles fueron sus
antecedentes? ¿¡Qué realmente pasó aquel momento de muerte y pánico colectivo,
aunque también una satisfacción por recuperar un pequeño suspiro!?
Después
de que esos extraños y olorosos hombres estuvieran por mucho tiempo entre
nosotros, el líder de ellos capturó al nuestro como un vil guajolote
prohibiéndole salir para aclarar las cosas con nosotros, su pueblo. Nosotros no
pudimos hacer nada pues traían consigo aquellas serpientes plateadas que
escupían fuego y sonaban como la ira de Tláloc, el macuahuitl más afilado que
jamás hubiera visto, sus pieles de metales que para nuestras lanzas y flechas
eran bastante difícil atravesar y no nos quedaba de otra más que luchar cuerpo
a cuerpo, también sus venados sin cuernos bastante dóciles con ellos, no
obstante, salvajes con nosotros. Hasta ahora sigo preguntándome, ¿Cómo pudieron
domar a esos animales horrorosos? Y si de horrorosos hablamos, no sé qué era
peor, si su fétido olor o los sanguinarios perros que traían consigo, eran
tratados mejor que nosotros. No conforme con ello, se habían aliado con los
tlaxcaltecas, nuestros peores enemigos ya que habían resistido como nadie lo
había hecho antes, meramente la culpa fue de los tlaxcaltecas porque ellos
pudieron detener a esos apestosos hombres blancos y barbados.
Todavía
recuerdo que un día, de forma extraña, su líder, que se hacía llamar Cortés,
salió rápido con un grupo numeroso de sus hombres encima de sus animalejos
llevándose un par de sus armas, pero dejó a cargo a un tal Alvarado con
hombres, comida y muchas armas. También recuerdo perfectamente que ya se
aproximaba una de nuestras mayores fiestas, el Tozcatl, significa el
renacimiento de una de nuestras deidades principales, Tezcatlipoca…
Y
por fin llegó. El día llegó, una de nuestras fiestas más esperadas por fin
arribó, todo lo que habíamos planeado se comenzó a realizar. Muchísima gente
estaba en la plaza donde estaba el templo de Huitzilopochtli y el templo mayor,
pero ese gozo y alegría se acabarían tan pronto como llegaron. Aproximadamente
por las doce del día, aquel estúpido que se quedó al mando lanzó un ataque
masivo contra todo aquel que se moviera. Antes de la tragedia, únicamente se
escuchó ese trueno que provenía de una de las serpientes plateadas de los
conquistadores. Pronto los perros aparecieron y atacaron a todo el que pudieron
alcanzar, comenzaron mordiéndolos hasta dejarles la carne expuesta. Todos los conquistadores
masacraron a los niños inocentes, mujeres jóvenes y embarazadas, ancianos y
sabios, chamanes y hombres. Esos idiotas no tuvieron compasión ante nadie. Los
guardias de la ciudad no pudieron hacer nada para frenar el ataque, dieron sus
vidas por nada. El río de sangre se mezcló con el polvo y agua de la ciudadela,
fue un día bastante triste.
Afortunadamente
yo me pude esconder de aquella horrorosa matanza, con pánico y terror pude ver
la cara de furor del líder en ese momento, Alvarado se llamaba si mal no
recuerdo, en sus ojos se veía satisfacción y con todas sus tropas regresaron al
refugio donde se escondieron cómo malditas ratas. ¿Cuál fue su razón para
atacarnos? Pensó que planeábamos un ataque contra ellos cuando en realidad solo
estábamos adorando a nuestros dioses…
Los
pocos que pudimos sobrevivir ante la vil desgracia nos limpiamos y curamos las
heridas, nos reunimos y le lloramos a nuestros muertos hasta el cansancio. Reunimos
todos los cuerpos y esperamos que alguien saliera vivo, pudimos rescatar
algunos malheridos, pero la gran mayoría eran muertos quienes se fueron con
tantos otros guerreros…
Ya
no recuerdo cuánto tiempo pasó, pero su líder llegó ensangrentado con sangre de
enemigos y, no sé si fue mi imaginación, trajo consigo más hombres. Vio
horrorizado y asqueado esa barbarie, se dirigió a donde estaban todos sus hombres.
No tengo ni la menor idea de lo que pasó, solamente se escuchó murmullos y
gritos desaforados entre ellos. Espero que le hubiera dado punición ejemplar
por matarnos como si no fuéramos nada…
Luego
de la gran matanza tras venerar a Huitzilopochtli y Tezcatlipoca, ya no tuvimos
miedo, ¡No! ¡El miedo se fue y la ira nos llenó a destajo!, pero algo faltaba
para que nosotros tomáramos nuestro coraje para atacarlos.
Los
conquistadores, a los que se hacían llamar españoles, seguían estando teniendo
problemas entre sí y los pobladores de Tenochtitlán aprovechamos esa
oportunidad para matarlos indirectamente…
Yo,
estando harto, reuní a los habitantes de la ciudad para convencerlos de cortar
todos los suministros que se les entregaban a ellos. Corríamos el riesgo de que
mataran a nuestro líder por no obedecer sus órdenes.
Con
temor y dudas al por mayor, nuestro plan se realizó con éxito. Los españoles comenzaron
a desesperarse a destajo, y con razón, los tlaxcaltecas asesinaron a uno de los
conquistadores para hacerlo en pozole. La disputa estaba acabando con ellos, no
sabían que hacer ya que la falta de alimentos y la estadía con las ratas
tlaxcaltecas los volvía locos.
A
Cortés se le ocurrió algo para que les volviéramos a dar bebida y comida; Moctezuma,
nuestro Huey Tlatoani, saldría para apaciguar nuestra ira. Esa acción la
realizaron dos días después de que se les acabara la comida.
Nuestro
rey salió de dónde estaba encerrado, era escoltado por sus captores, a todos se
nos hizo mandar a llamar. Los habitantes de Tenochtitlán, ilusos e ingenuos,
pensamos que él nos daría la orden para atacar y matar a los que le
aprisionaron, pero no. Nos dijo que dejáramos ir a todos ellos para que ya no
hubiera más matanzas y guerrillas, además de que no les diéramos punición
ejemplar. El pueblo se quedó con tremenda impresión, ¿Quién es esa persona que
nos habló? ¡Nuestro líder jamás diría eso! La gente, eufórica y furiosa, tomamos
las piedras que había cerca del palacio y comenzamos a lanzárselas, pudimos
derribar a sus captores, aunque, una de esas rocas le pegó en la cabeza a
nuestro líder. Con el enojo no nos detuvimos, pero sabríamos que el Tlatoani ya
no podría gobernar. Los españoles, con sus serpientes plateadas, comenzaron a quitarnos
de la zona para que no regresáramos. Recogieron los cuerpos y a Moctezuma lo
atendieron.
A
mí me amordazaron y llevaron con él; al estar en los aposentos del templo traté
de comunicarme con los dioses para saber si podíamos curar a nuestro líder. Lastimosamente
no obtuve respuesta alguna del cómo curarlo, pero tuve una visión en la cual
nosotros atacábamos a esos perpetradores quienes habían hecho que la ciudad
llorara y se ahogara en enfermedades tan desconocidos como el mundo del que
venían estos huéspedes malditos y apestosos. Finalmente me liberaron con múltiples
amenazas.
La
noche cayó, comenté todo lo sucedido al pueblo y, junto con Cuitláhuac,
planificamos todo para atacar a esos desgraciados. Tomamos precauciones de todo
tipo; cortamos las uniones de todas las calzadas, pusimos más guardias en las
trajineras, resguardamos a las mujeres y niños para evitar lo mismo que pasó…
La
noche llegó y nuestros sentidos se agudizaron. Todos los guerreros, hombres jóvenes
y todo aquel que pudiera pelear estábamos dispuestos a tomarlos por sorpresa,
pero ellos se nos adelantaron ya que, con toda su caballada, nuestro oro y sus
armas estaban dirigiéndose a toda velocidad por la calzada de Tacuba en donde,
amargamente, se encontraron con un puente destrozado. Los españoles y
tlaxcaltecas, aterrados, tuvieron que enfrentar nuestra ira como nunca nadie la
había experimentado. La lluvia comenzó a azotar haciendo que las aguas y el piso
de la calzada fuera mucho más resbaloso. Fue una horrible, sangrienta,
tormentosa, dolorosa y liberadora batalla. Todos los que estábamos ahí pudimos
desquitar y desahogar nuestra ira reprimida desde hace ya mucho tiempo. Asesinamos
a esas bestias cuadrúpedas a las cuales creíamos inmortales, liquidamos a la
mitad del ejército de Cortés y tomamos las cabezas de los tlaxcaltecas. Cortés
y algunos de sus seguidores pudieron escapar con poco de nuestras riquezas,
pero ellos perdieron más de lo que ganaron. No creo que quieran volver después
de la masacre que cometimos.
Aquella
noche fue la noche de la tristeza, la noche triste…
Inspirado de los sucesos en la historia de México prehispánico.
Créditos: Doctor Suavecito
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