Primavera marchita
¿Qué es el amor? ¿Acaso el amor es
solo ansiedad? ¿Acaso es el deseo fugaz? ¿Son simples frases o es el verdadero
sentimiento? ¿Proviene del corazón o del cerebro? No me pude explicar ninguna
de esas preguntas…
La primera carta de amor que escribí
fue para mi mejor amigo, sin saberlo le escribí diciéndole todo lo que sentía
por él, por supuesto que jamás se la entregué pues la quemé cuando inicié a
fumar. Recuerdo la primavera de 1960 cuando lo conocí, a primera vista él era
muy varonil y musculoso, era un marinero; yo, por otra parte, tenía los brazos
como espaguetis y era bastante femenino. Para pasar más tiempo con él, me
inscribí a la marina. El trabajo ahí era agotador, era un verdadero suplicio, o
por lo menos para mí.
Él fue quien me ayudó muchas veces a
hacer los trabajos de la embarcación.
Una noche, cuando todos se habían
ido a los camarotes, solamente quedábamos él y yo en cubierta. Mi corazón latió
más fuerte, mi sentido se agudizó, mi garganta se cerró impidiendo que salieran
las palabras que estaba pensando en ese momento.
- ¿Qué te pasa? – me preguntó indiferente
No podía contestarle, mi cuerpo no
quería hacerlo. Una ola pegó contra el barco haciendo que perdiéramos el
equilibrio y nos tiró al piso de madera, ahí pude observar por primera vez la hermosura
de sus ojos tan cerca de mí…
Inconteniblemente le dije todo lo
que sentía por él; sin embargo, él se levantó, me miró con desprecio y
desaprobación, poco a poco se fue alejando de mí, dijo algo inentendible…
A la mañana siguiente, todos los
tripulantes se me quedaban viendo, murmuraban cosas de mí. Al pasar junto a mí
me empujaban queriendo pelear conmigo, pero desertaba. Esa noche, entre varios,
me agarraron, me amordazaron y me empezaron a desnudar. Lo siguiente, bueno,
creo que lo sabrán. Las noches siguieron pasando y me hacían lo mismo hasta que
todos estuvieran satisfechos y sus fluidos asquerosos quedaban dentro de mí.
La última noche que estuve en ese
barco, me coloqué cerca de la proa y empecé a lloriquear como un chiquillo,
comencé a recordar el dolor que tenía al tener cuantiosas penetraciones y di un
pequeño salto direccionado a la luz de la luna que reflejaba el mar. Y entonces…
Créditos: Doctor Suavecito
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