Primavera marchita. Quinto microrrelato.

Primavera marchita

¿Qué es el amor? ¿Acaso el amor es solo ansiedad? ¿Acaso es el deseo fugaz? ¿Son simples frases o es el verdadero sentimiento? ¿Proviene del corazón o del cerebro? No me pude explicar ninguna de esas preguntas…
La primera carta de amor que escribí fue para mi mejor amigo, sin saberlo le escribí diciéndole todo lo que sentía por él, por supuesto que jamás se la entregué pues la quemé cuando inicié a fumar. Recuerdo la primavera de 1960 cuando lo conocí, a primera vista él era muy varonil y musculoso, era un marinero; yo, por otra parte, tenía los brazos como espaguetis y era bastante femenino. Para pasar más tiempo con él, me inscribí a la marina. El trabajo ahí era agotador, era un verdadero suplicio, o por lo menos para mí.
Él fue quien me ayudó muchas veces a hacer los trabajos de la embarcación.
Una noche, cuando todos se habían ido a los camarotes, solamente quedábamos él y yo en cubierta. Mi corazón latió más fuerte, mi sentido se agudizó, mi garganta se cerró impidiendo que salieran las palabras que estaba pensando en ese momento.

  • ¿Qué te pasa? – me preguntó indiferente

No podía contestarle, mi cuerpo no quería hacerlo. Una ola pegó contra el barco haciendo que perdiéramos el equilibrio y nos tiró al piso de madera, ahí pude observar por primera vez la hermosura de sus ojos tan cerca de mí…
Inconteniblemente le dije todo lo que sentía por él; sin embargo, él se levantó, me miró con desprecio y desaprobación, poco a poco se fue alejando de mí, dijo algo inentendible…
A la mañana siguiente, todos los tripulantes se me quedaban viendo, murmuraban cosas de mí. Al pasar junto a mí me empujaban queriendo pelear conmigo, pero desertaba. Esa noche, entre varios, me agarraron, me amordazaron y me empezaron a desnudar. Lo siguiente, bueno, creo que lo sabrán. Las noches siguieron pasando y me hacían lo mismo hasta que todos estuvieran satisfechos y sus fluidos asquerosos quedaban dentro de mí.
La última noche que estuve en ese barco, me coloqué cerca de la proa y empecé a lloriquear como un chiquillo, comencé a recordar el dolor que tenía al tener cuantiosas penetraciones y di un pequeño salto direccionado a la luz de la luna que reflejaba el mar. Y entonces…



Créditos: Doctor Suavecito 

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