Ajolotes. Tercer cuento.

Ajolotes

Capítulo I

Verdaderamente no tengo ni la menor idea de quienes seamos realmente, ¿Acaso somos hijos de dioses o esclavos comunes? Creo que fuimos hijos de dioses quienes pudimos extendernos de conocimientos maravillosos y bellezas de nuestras tierras, pero nos volvieron viles esclavos que pueden sustituirse fácilmente y valer menos que un trozo de madera. No les he de hablar sobre el repudio que tengo, sino como vi y sufrí esa batalla meramente horrible y espeluznante que, hasta en el Mictlán, parecería una guerra sin fin. Aun me recuerdo ser el gran chamán de esa maravillosa tierra que mis ojos vieron florecer y conquistar sin tentarse el corazón ante nadie, creo que fue nuestro merecido castigo de los dioses merecimos por robar y dominar a los demás pueblos. Una mañana fría, estando en el templo de Huitzilopochtli donde tenía múltiples códices y pinturas azuladas del como conquistamos a los demás pueblos y para ser el templo de la guerra le faltaba fuego para avivar este sentimiento, uno de mis seguidores vino ante mí algo agitado y me dijo

  • Gran chamán
  • ¿Qué es lo que quieres ahora, Cuauhtémoc?
  • Se les vio a unos hombres extraños 
  • ¿Extraños? 
  • Unos hombres barbados, con piel blanca, pieles de metales, estaban montando animales más grandes que venados sin cuernos, contaban con palos que sacaban fuego y sonaban como rayos, con fieras macuahuitl y un olor horrible que habían arribado en las costas cercanas a los Mayas
  • ¿Será acaso qué…?
En un movimiento rápido, volteé y me dirigí hacia la mesa donde estaban todos los códices que tenía de astrología, plantas medicinales hasta las profecías. Los códices de medicinas estaban en su mayoría con colores verdosos o café y contenían el cómo preparar cada medicina, el lenguaje de las estrellas azulados con detallados mapas estelares, el de las profecías era blanco como el color de los huesos y únicamente tenía un único pictograma diciendo de los dioses terrenales y del Mictlán.
  • ¿Qué es lo que busca chamán? 
  • ¡CÁLLATE!, ayúdame a buscar el códice de las profecías
  • Claro chamán
Comenzamos a buscarlos, no encontrábamos nada, únicamente estaban las formas que podíamos curar heridas y mordeduras, los eclipses hasta el próximo siglo, pero no lo hallábamos. Mi pupilo lo encontró y de nuevo me preguntó.
  • Chamán, aquí está lo que buscas. Pero ¿Por qué busca las profecías? ¿Acaso cree que sean dioses?
Tomé el códice y lo observé sin abrirlo por unos momentos, me lo recargué en el pecho, y estaba rezando que no fuera el descenso de los dioses.
  • No lo sé – contesté dudoso
  • ¿Duda de los extranjeros? 
  • Sí, no sé si sean dioses, pero tampoco sé que son – temeroso
  • ¿Qué quiere que haga?
  • Trae al Tlatoani, necesito hablar con él, ¡Pronto! 
  • Ya voy
Cuando se fue me quedé pensante, mil ideas se me venían a la mente por el miedo de esos extranjeros. Recordé la llegada del propio Quetzalcóatl ya que se decía en las profecías que era un hombre blanco y barbado que llegaría por el mar. Aunque eso fue lo primero que se me vino a la mente, también recordé que tiempo atrás tuve una visión, un secreto que los dioses me lo habían revelado, me dijeron que unos hombres envueltos en metales llegarían del mar, y con otros pueblos vendrían a vengarse. No sabía a cuál hacerle caso. 
Abrí el códice y comencé a leerlo, decía desde que llegamos de Aztlán, como hicimos esta enorme ciudad, cuando dominamos a los otros pueblos y mucho más. Llegué a la parte de las profecías, varias de ellas decían enfermedades que llegarían de otros mundos con los hermanos de pieles negras y blancas, la integración de varios pueblos, la caída de la ciudad, esclavos a montones, había un apartado donde decía la misma descripción que mi ayudante había dicho de esos seres llegados del mar, pero no decían si eran dioses o mortales.
Llegó Cuauhtémoc con el Huey Tlatoani, Moctezuma
  • ¿Qué es lo que pasa? ¿Por qué me hiciste llamar con tanta urgencia? – sin importarle
  • Llegaron unos hombres a las costas Mayas – temeroso
  • Eso ya lo sé, me lo informaron hace unas semanas 
  • ¿¡Cómo!? – sorprendido y enojado
  • Sí, hace dos días mis hombres regresaron de comerciar con ellos, le informaron que lo postergarían pues hombres blancos, barbados y apestosos habían llegado en canoas o trajineras enormes.
El chamán desvío la mirada hacia su discípulo con ojos furiosos por enterarse mucho después y dijo.
  • Tú y yo después lo arreglaremos 
  • Si lo vas a sacrificar que sea después – contestó el Tlatoani – ahora dime ¿Qué es lo que te inquieta de ellos? 
  • Me preocupan, pero estoy dudoso…
  • ¿Dudas de los dioses?
  • No, pero sigo dudando de estos hombres… 
  • No sé si recuerdas aquella vieja leyenda del regreso de Quetzalcóatl
  • Claro que sí, es aquella que dice el regreso de él… 
  • Y ¿Recuerdas cómo lo describen en esa leyenda?
  • Lo describen con barba y con piel blanca 
  • Y no crees que alguno de ellos puede ser
  • No
  • ¿Por qué? 
  • Hace tiempo los dioses me mandaron una visión, un secreto que los dioses me lo habían revelado. En esa visión me dijeron que unos hombres envueltos en metales llegarían del mar sobre trajineras muy diferentes a las que conocemos, traerían consigo armas jamás vistas como si fueran serpientes que sacaran fuego y sonaran como truenos o rayos a la par que vendrían montados de animales similares a venados solo que sin cuernos y más grandes que ellos. Pronto a la llegada de ellos, vendrían a nuestra ciudad y un par de semanas acabarían con usted y con todo lo que conoceremos. 
  • ¿Quién me matará? – con sarcasmo
  • El pueblo a pedradas
  • ¡Ja, ja, ja!, no me hagas reír – burlándose – ¿Cómo crees en esa idiotez? – siguió burlándose
  • ¡No me ignore!
  • Yo puedo hacer lo que se me de mi voluntad y aunque seas el chamán no me dirás que es lo que debo o no de hacer – en un tono fiero 
  • Si lo va a tomar así, deje pedirle algo – orgullosamente
  • A ver, dime 
  • Refuerce a los guardias en las calzadas de la ciudad 
  • Lo pensaré. Sin más, me voy.
Se volteó para salir del templo donde estábamos, cuando la sombra del Tlatoani ya no es visible le digo a mi seguidor.
  • ¡Imbécil! – furioso
  • ¿¡Por qué no me dijiste nada de que él ya lo sabía!? 
  • Yo tampoco lo sabía chamán – con temor en la voz 
  • Ahora tengo nuevas fricciones con él – desesperado 
  • ¿Por qué tiene problemas con él?
  • Aunque él es el líder de toda nuestra ciudad, yo predigo lo que pasará en pequeños lapsos de tiempo. El roce entre nosotros es porque yo tengo una posición y él tiene otra, tenemos puntos contrarios ¿Sí entiendes?
  • No 
  • Tenemos rivalidad
  • Ah, ¿Por qué no lo explica así?
  • Le quita lo poético
  • Y ¿Qué hará ahora?
  • No lo sé
Me quedé pensando por un rato, se escuchó un silencio incómodo durante unos minutos hasta que le dije.
  • Primero tú vas a llamar a todos los que me siguen, nos iremos de la ciudad
  • ¿¡Qué!? – sorprendido –, pero … ¿Por qué?
  • Así como lo escuchas, partiremos informándole a todos que buscaremos algunas hierbas al norte
  • ¿A Tezcatlipoca? 
  • ¿Por qué no a Huitzilopochtli?
  • Porque esos hombres están en el sur, nos iremos lo más lejos posible de ellos
  • ¿Y estamos preparados para esto?
  • ¿Para qué? – confundido
  • Para abandonar lo que conocemos por simple cobardía
  • No es cobardía, es simple … precaución. Y te estás volviendo más preguntón y menos activo. ¡RÁPIDO!, ¡Apúrate a hacer lo que te mandé!
  • Ya voy
Se fue corriendo, creo que ya me está perdiendo el miedo. Pero tiene razón en cuestionarme, pues en esta tierra donde aquí es vida nos iremos a donde es muerte, donde el agua se secó completamente y la comida escasea. Si nos vamos, tal vez jamás volvamos de allá. Que terrible decisión y que pesares me llevo con quienes me acompañen a este pequeño viaje tratando de salvarnos de lo inevitable o más bien postergarlo que eso es la muerte. 
Una hora después llegaron los cinco discípulos y nos reunimos en el templo mayor. Les conté sobre mi visión, les conté sobre aquellas leyendas y los traté de convencer de irnos porque de quedarnos nos matarían aquellos hombres, todos dudaron a excepción de Cuauhtémoc. Todos mis seguidores descartaron la idea de irnos, menos mi fiel seguidor. Los mandé a sus casas, con excepción a Cuauhtémoc que era el único que su casa era a donde fuera conmigo, creo que debo de tratar mejor a ese muchacho.
  • Ve a reunir provisiones y aparta una trajinera, nos iremos por agua
  • Sí, pero dos cosas
  • Dime
  • ¿Por qué no salir por la calzada? Y ¿Para qué quiere provisiones?
  • Las provisiones son porque nos iremos esta misma noche y no nos iremos por las calzadas ya que yo no puedo salir sin escolta
  • ¿Y yo qué soy?
  • Escolta real, y tú eres un pupilo, un aprendiz todavía 
  • Ah, perdón
  • Ve por las provisiones para unos días
  • Voy enseguida

Capítulo II

En el atardecer, una vez ya recolectadas las provisiones para 15 días, fuimos al embarcadero donde en una trajinera vaciamos todas las provisiones, antes de partir remando pude agarrar un pequeño ajolote rosado y lo puse en un pequeño plato, esto era para no extrañar a mi tierra adorada y si algún día muero uno de estos me recibirá llevándome al Mictlán. Comenzamos a remar y nos turnábamos cada media hora hasta que tocamos tierra y partimos caminando, si se preguntan cómo nos llevamos las provisiones la respuesta es sencilla, nos las llevamos en unas telas que envolvían la comida, mi pequeño ajolote siempre lo traía cerca de mí. La noche empezó a caer y consigo el frío, el camino todavía era algo verdoso y con vida, paramos en unos árboles caídos donde con unas ramas hice una fogata, en un pequeño arroyo que estaba a unos cuantos pasos de los árboles caídos me refresqué la cara y liberé momentáneamente al ajolote, volví a tomar a mi pequeño ajolote y lo puse en un plato más grande, cuando volví a la fogata vi que Cuauhtémoc estaba algo raro en ese momento, estaba viendo fijamente al fuego como si estuviera incómodo o pensativo y le pregunté.
  • ¿Qué es lo que tienes? Siempre estás hablando y ahora estás muy callado
  • Nada que sea de su interés – melancólico
  • ¿Estás seguro? – deductivo
  • La verdad no
  • Entonces ¿Qué es lo que te pasa?
  • Tengo unos pensamientos que desde que la ciudad ya no era visible, no es que lo contradiga ni nada, pero… – temeroso, dudoso
  • ¿Qué es lo que está pensando en dejar la ciudad? … ¿Qué sigue después de esto? Y ¿Qué será de nosotros?
  • Entiendo tu preocupación. Dejamos la ciudad porque se caerá y consumirá en el fuego y la desesperación, y solamente los dioses sabrán que será de nosotros y la verdad no puedo decírtelo porque no lo sé, pero descuida, todo estará bien. – en tono tranquilizante
  • Eso espero y otra cosa
  • Dime
  • ¿Cómo se comunica con los dioses? – con un poco de ingenuidad
  • Principalmente con los sueños, ellos me visitan diciéndome cosas o mostrándomelas… 
  • ¿Cómo en lo que inspiró este viaje? – interrumpiéndolo
  • Así es ¿Quieres saber cómo me mostraron esa visión y como lo viví y sentí tan real?
  • Sí – emocionado-será interesante
  • Claro que sí – se acerca al fuego y comienza a relatar – todo comienza en la oscuridad, todo está completamente oscuro y callado. Detrás de mí, llega un colibrí con un granito de zara, este colibrí era azulino completamente, pronto me comienza a picar para que lo persiga hasta un tronco quemándose, el colibrí comenzó a hablarme y al voltear se convirtió en Huitzilopochtli en forma humana, me incliné a sus pies y él me levantó para que no le hiciera reverencias. Comentó que la ciudad sobre el reinado de Tláloc quedaría destruida, nuestra querida Tenochtitlan, y era inevitable este suceso. También dijo que eran unos hombres completamente diferentes a nosotros, únicamente por las barbas, el color claro de su piel y que ellos tendrían armas mortales, las cuales, si los enfrentábamos con flechas ellos podrían repelerlas con las pieles de metales, ellos lo único que quieren es la tierra y saciar sus codiciosos corazones. Quería hacerle mil y una preguntas, pero cuando terminó de hablar, sopló una ráfaga de viento que me despertó en ese instante.
  • Me quedo sin palabras – sin poder digerir esa historia- y ese fue sueño o visión
  • Ese fue sueño, pronto me mostraron en una visión fugaz, cuando estaba preparando una medicina, me mostraron que Moctezuma iba a morir por una apedreada por el pueblo
  • ¿Cómo supo que tenía esas visiones?
  • Hace años, era un joven más o menos de tu edad cuando estaba en un viaje por las montañas, en ese camino rocoso una roca me cayó de no sé dónde, pero me desmayó. Desperté y gracias a ese pequeño golpe pude comenzar a ver pequeñas visiones de unos días en adelante, pero éstas son ocasionales.
  • Si a mí me cayera una roca en la cabeza ¿Me pasará lo mismo que a usted? 
  • No, porque la que a mí me golpeó era de la mitad del tamaño de un niño de cinco años, la verdad no sé cómo sobreviví.
  • ¡Oh!
Ambos nos quedamos en un silencio incómodo viendo hacia la fogata, el sueño comenzó a hacer sus estragos, caí rendido del sueño y caminata. Al día siguiente continuamos nuestra travesía entre pequeñas partes selvosas y un poco húmedas con arañas horribles, solo al verlas me dan ñañaras y siento que me caminaban por todo el cuerpo. Fuimos adentrándonos a una especie de estepa algo desértica, en esos momentos el sol estaba a todo lo que daba y de la nada sentí un pequeño dolor como si me pincharan el brazo, volteé y era una cerbatana, a Cuauhtémoc también le habían clavado una y se cayó sin más. Antes de que yo me derrumbara por completo, vi a unos hombres que salieron de la nada y se dirigían hacia nosotros. 
Cuando desperté, estaba amarrado de pies y manos a mi espalda, estaba amarrado en un palo grande que era llevado por unos guardias reales, estaba amarrado como un vil guajolote, comencé a gritarle a Cuauhtémoc para ver dónde estaba, él estaba atrás de mí y mi nerviosismo cesó. Hablé con el guardia adelante mío.
  • ¿Dónde nos llevan? 
  • ¡CÁLLESE! – contestó el guardia con ceño fruncido
  • ¿¡A CASO SABES QUIÉN SOY YO!? – amenazante
  • Sí, un vil traidor
  • ¿Traidor? – contesté abrumado
  • Usted es traidor a Moctezuma 
  • ¿Se volvieron locos o qué?
  • Al salir de la ciudad sin autorización del gran tlatoani hacia tierras enemigas ya se sobreentiende sus propósitos – seco
  • ¿Cuáles propósitos? Solamente quería salir de la destrucción inminente ¡DÉJAME PEDAZO DE IDIOTA!
  • Veremos quién será el idiota cuando lleguemos a Tenochtitlan 
  • ¡Te juro que si me libero de esto te lanzaré una maldición que llegará hasta los tataranietos de tus tataranietos! – exaltado
  • Haga todas las promesas de maldiciones que quiera – exclamó – de todas maneras, no podrá hacer nada cuando lo sacrifiquen
  • ¿Sacrificarme? – despavorido
  • Sí, no solo a usted sino también a todos sus seguidores 
  • ¿¡QUÉ!?, ¿¡CÓMO!?, ¿¡POR QUÉ A MÍ!? ¡YO NO HICE NADA!, ¡DÉJENME EN LIBERTAD INMEDIATA! – interrumpió Cuauhtémoc
  • Ja, ja, ja, por favor no me hagas reír chamaco estúpido – contestó el guardia
  • Deja al niño – dije – hagamos una treta
  • ¿Cuál?
  • Solo…solo…solo…
  • ¡YA SUÉLTELO! 
  • Me he de arrepentir por lo que diga, pero sacrifíquenme a mí y dejen a mi asistente que viene conmigo – la voz se me cortaba
  • ¿Qué recibo a cambio?
  • Las pieles, plumas, códices y el oro que tengo resguardados en mi templo
  • Deje pensarlo … listo, todos se irán a la piedra de los sacrificios
  • Por lo menos lo intenté
  • No puede ser – sollozando Cuauhtémoc – moriré
  • Cálmate, todos nos iremos al Mictlán, o eso creo
  • ¿¡Eso cree!? 
Decidí quedarme silencioso ante su pregunta, preferí aceptarlo antes de derrumbarme a pedazos como Cuauhtémoc se estaba haciendo. Cuando el sol se estaba ocultando por detrás de nosotros llegamos a una de las grandes calzadas, creía que mi fin estaría muy cerca. Cuando nos adentramos a la ciudad algo muy extraño estaba pasando pues nadie estaba en las calles, todos estaban resguardados, se sentía el terror cerca de las casas, me quedé perplejo porque jamás había sucedido esto, los guardias se apresuraron y se dirigieron al templo mayor. En ese trayecto nos estaban trayendo como huitlacoche apelmazado. Cuando llegamos a la cámara central del templo, éstos hombres barbados ya habían llegado y estaban en esa sala, ambos guardias se quedaron helados y nos dejaron caer, sí dolió.
El jefe de esos extraños hombres ordenó que nos desataran y Moctezuma accedió, era la primera vez que veía a Moctezuma ceder ante otro líder o lo que fuera ese apestoso hombre al que respondía como “Cortés”, casi me desmayo del olor de aquellos hombres y eso que traían hierbas de olor muy fuertes entre sus cuellos.
Todo lo que había predicho se hizo realidad y en ese preciso momento a todos nos llegaría el fin, el choque de dos mundos llegó para quedarse. Cuauhtémoc y yo salimos del templo a toda prisa, mi corazón latió más fuerte que nunca, fuimos al templo de Huitzilopochtli y ahí nos resguardamos con todo lo que tuvimos. Me puse muy nervioso pues esa profecía que dije se había hecho realidad, aunque confirmé que no eran dioses porque estaban más sucios y fétidos que un xoloitzcuintle pulgoso, tenían sangre en sus armaduras, traían consigo agua y comida, no estaban unidos a sus animales que traían. Una vez en el templo, decidí escapar de nuevo.
  • Vámonos, escapemos de nuevo – con una voz temblorosa 
  • Nos van a encontrar – interrumpió Cuauhtémoc 
  • Si nos quedamos nos van a sacrificar
  • Pero para dónde
  • Donde los dioses nos ayuden a llegar
  • ¿Qué empaco? 
  • Nada, no nos llevaremos nada a excepción de las Macuahuitl
  • ¿Para qué?
  • ¿Quieres que nos agarren desprotegidos de nuevo?
  • No pues no
  • ¡Tómalas y vámonos!
Antes de poderlas tomar llegaron unos guardias reales, me tomaron de los brazos impidiéndole el paso a mi seguidor para que pudiera hacer algo, me escoltaron hasta la piedra de los sacrificios, luché con todas mis fuerzas para liberarme, pero fue inútil. Sabía que no me sacrificarían esa noche, pero cuando el sol saliera y se pusiera en su punto más alto sería el momento en el que comenzaría mi camino al Mictlán. Me encerraron en el templo mayor donde el encierro sería nada comparado con la muerte próxima, estaba desesperado por escapar de ese destino, no puede ser que jamás había visto mi muerte tan cercana, estaba sudando del nerviosismo y la preocupación del qué pasaría con mi pequeño ayudante, no había que hacer nada o ya no se podía hacer nada pues mi muerte habría llegado.
Me dormí pues no pude más con ese estrés, mientras estaba soñando yo me encontraba en una de las calzadas de la ciudad y una pequeña serpiente con plumas de quetzal multicolor subió hasta mi hombro diciéndome “no morirás hoy, la batalla seguirá contra ellos que se dicen dioses, en la guerra morirás” pronto a eso con su lengua rasposa y viscosa me lamió el cuello y me mordió. Desperté de inmediato y los guardias ya estaban ahí a un lado mío, me llevaron a la explanada donde se encontraban las dos pirámides mayores y me amarraron a la piedra de sacrificios, el sol se estaba poniendo en su máxima expresión, la gente se acercaba a ver como el gran chamán iba a ser solo un mal recuerdo para ofrecérselo a los dioses, un verdugo me iba a clavar ese cuchillo para luego sacarme el corazón, comencé a sudar como nunca lo había hecho, todo me comenzó a temblar y cerré los ojos para evitar ver mi masacre…
De pronto se escuchó un trueno único, me atemoricé por completo, abrí los ojos y el verdugo había caído y estaba sangrando del pecho, algo lo había atravesado. Uno de los hombres llegados me liberó de donde estaba atado.
Corrí lo más que pude al templo, Cuauhtémoc estaba a punto de destruir toda evidencia de los códices y todo lo que teníamos quemándolos, el oro lo iba a lanzar al lago donde estaba la ciudad, y él escaparía. Con un grito desaforado le dije.
  • ¡DEJA TODO! No quemes nada
  • Chamán, que bueno que no lo sacrificaron
Corriendo le da un abrazo caluroso
  • Ya déjame en paz, yo también agradezco que no me hubieran matado
  • ¿Qué pasó? Únicamente oí como un trueno o rugido de varios jaguares
  • Estaba amarrado en la piedra de los sacrificios, cuando alguien gritó y se escuchó eso, pronto el verdugo comenzó a sangrar del pecho y se desmayó cayendo sobre mí
  • Cree que hubieran sido esos extraños hombres
  • Sí, con esas serpientes que escupen fuego
  • Ahora ¿Qué haremos?
  • Dime ¿¡Por qué siempre me preguntas eso!? – en tono de enojo 
  • Porque cada que le digo una idea la cambia completamente 
  • ¿Y acaso ese es un motivo por el cual no propongas tus ideas? – reclamé
  • Relativamente sí
Sin saber que contestar, tomé el macuahuitl.
  • ¡No me mate! – contestó apanicado 
Se cubrió las manos protegiéndose la cara.
  • No digas tonterías – contesté con algo de risa – no puedo matarte, todavía me eres útil
  • ¡Ay! Me sacó un susto de aquellos – con alivio
  • Toma el otro macuahuitl y larguémonos de aquí
  • ¿A dónde iremos esta vez?
  • Lo más lejos posible

Capítulo III

Esperamos hasta que saliera la luna para escabullirnos y esta vez, al contrario que la primera, nos fuimos por una calzada. Corrimos con suerte pues no había guardias en esa calzada y salimos como sombras. Toda la noche estuvimos caminando a paso veloz, a mí me tronaba todo también ya no aguantaba mi espalda ni mucho menos mis piernas, tenía la respiración ajetreada junto con mi duro exhalar. Continuamos durante toda la noche sin parar, Cuauhtémoc parecía más hábil que de costumbre, sin embargo, yo estaba cada vez más inútil que Cuauhtémoc después de un pulque. Ya no aguanté más y me senté por unos momentos, mis ojos se empezaron a cerrar y no supe más, cuando desperté ya era de día y Cuauhtémoc estaba despierto.
  • ¿Por qué me dejaste dormir? – furioso
  • Porque ambos necesitábamos un descanso
  • ¿Cuánto dormí?
  • Apenas unas cinco horas
  • Sigamos, debemos continuar
  • Descanse una hora más o no tendrá las suficientes fuerzas para continuar
  • Yo puedo y si digo que puedo es que puedo, ¡Vámonos!
Continuamos caminando en lo que el sol salía lentamente, mi estómago rugió de hambre y me sentía un poco mareado, pero no le dije nada a Cuauhtémoc para que no exagerara con sus tonteras de descansar y más, por los rumbos que fuimos nos encontramos con unos nidos de múltiples aves como quetzales y guacamayas, toda esa zona parecía una parte en el zoológico de Moctezuma, con cautela nos acercamos y aprovechamos a comer los necesarios para aguantar, nos llevamos unos por si la ocasión ameritaba. La selva se fue espesando a tal grado que teníamos que cruzar por el río para atravesar, no teníamos trajinera así que lo fuimos siguiendo corriente arriba.
Poco después dimos con una comunidad maya muy sanguinaria que no fuimos capaces de conquistar, maldita la suerte que tuvimos al encontrarnos con esa comunidad, para poder continuar debíamos pasar entre esa comunidad o adentrarnos de nuevo a la selva, la opción más lógica era adentrarnos en esa pequeña comunidad. Fuimos con mucha cautela para que nadie nos viera no escuchara, pero unos guardias que pasaban por ahí nos apresaron, de nuevo estaba encadenado a punto de ser sentenciado por otra comunidad. Juro por los dioses que si vuelvo a Tenochtitlan renunciaré a ser chamán y me voy a largar con los Incas. A ambos nos ataron y nos llevaron con el cacique de esa región, lo bueno que yo sabía algo de maya y le dije.
  • Gran cacique de tierras mayas, déjenos libres y jamás le hemos de volver a ver
  • No te me refieras vil habitante de Tenochtitlan – contestó el cacique – ¿Crees que somos tan idiotas para dejarlos libres? No queremos morir todavía a manos de Moctezuma
  • Sí soy de la gran ciudad de Tenochtitlan, pero no soy seguidor de él, soy un chamán
  • ¡CÁLLATE MALDITO! – se le acerca y le da una cachetada – Seas lo que seas aquí no tienes ningún derecho, no eres nadie
  • ¿Qué no los mayas eran pacíficos? – contestó 
  • Lo somos, pero en el campo de batalla ante los enemigos somos fieros bárbaros – dijo uno de los guardias del lugar
  • ¿Qué nos harán?
  • Lo único rápido posible, lanzarlos a Xibalba 
  • ¿Por qué a Xibalba? Prefiero que me sacrifiquen – con ironía 
  • Si eso es lo que quieres, te lo concederé como última voluntad
  • Mejor a Xibalba, es menos doloroso
  • Llévenlos allá
Los sacaron del pequeño templo dirigiéndose a un acantilado donde estaba un cuerpo de agua que tenía filosas rocas, si no los mataba la caída lo harían los cocodrilos que estaban en la orilla del cuerpo de agua.
  • Nos volvió a meter en líos ¿Verdad? – dijo Cuauhtémoc
  • ¿Qué quieres que haga? De todas maneras, íbamos a morir estando en Tenochtitlan
  • Yo quería vivir más tiempo
  • ¿Y para qué me sigues si sabes que mis planes fracasan o nos llevan a situaciones como esta? –contesté enojado
  • Buen punto, creo que es porque me quedaría solo en esta aventura
  • Mejor oremos para que nuestra muerte sea rápida
De pronto salieron de la extensa selva dos de esos hombres blancos y barbados, creo que se decían a sí mismos españoles, montados en esos animales. Los guardias nos soltaron y comenzaron a atacar a los animales con los macuahuitls, al pegarles a los animales con la suficiente fuerza en la cabeza se desmayaban de inmediato prácticamente se morían en ese instante. Nosotros corrimos hacia la pequeña comunidad y todo estaba en llamas, los gritos no cedían, había fuego en todas las chozas, los cuerpos caídos junto con toda esa sangre que corría como los ríos y se estaba acumulando como los grandes océanos, era un completo caos.
Tomé un macuahuitl y tratamos de huir, pero uno de esos hombres estaba a punto de matar a una mujer junto a dos niños pequeños y no lo pude permitir, antes de que sacara su afilado macuahuitl me abalancé contra él, la señora y los niños pudieron huir, contra una roca azoté su cabeza descalabrándolo. Le di a Cuauhtémoc ese macuahuitl afilado para que pudiera ayudar a los demás de esa comunidad, junto con los guardias empezamos a confrontarlos. Dos españoles me siguieron y acorralaron, con valor y bravura me les enfrenté, me abalancé contra uno poniéndolo encima de mí para que estuviera protegiéndome del que estaba parado y con el macuahuitl lo derribé fracturándole el tobillo, al que estaba encima de mí estaba forcejeando y se liberó, fue por su macuahuitl afilado, pero con mi macuahuitl lo decapité. Me levanté y Cuauhtémoc venía corriendo hacia mí, pero me gritó.
  • ¡CUIDADO!
Al voltear se escuchó ese rugido horrible de las armas, se detuvo el tiempo, sentí un profundo dolor casi indescriptible en el pecho cerca del corazón, no podía respirar, mi garganta se comenzó a cerrar, vi hacia mi pecho y estaba sangrando, las piernas se me tambalearon y no resistieron mi peso, caí de un costado, pude ver a Cuauhtémoc dirigirse a ese hombre que me disparó y le cortó la cabeza, pronto vino conmigo oprimiéndome el pecho para evitar el sangrado, con mis últimos alientos le dije.
  • Déjame por favor … escapa de aquí – quejándose 
  • ¡No te voy a abandonar! Dime ¿¡Qué traigo!? ¿¡Cómo podemos curarte!? – sollozando
  • Ya no hay… nada que hacer … para mí – tosiendo – vete
  • ¡NO ME IRÉ! ¡POR FAVOR NO TE MUERAS! – comienza a llorar desesperadamente 
  • Mi momento llegó…déjame ir – con el último aliento – ya lo … había predicho 
  • ¡NO ME DEJES POR FAVOR! – sollozando, llorando, lo abraza fuerte
  • Antes de morir…fuiste un buen hijo
  • ¡Te quiero y te querré!
Di mi último aliento, todo estaba poniéndose negro y muy frío, perdí por completo el conocimiento, después de mucho tiempo pude despertarme en el mismo lugar solamente que sin nadie a mi alrededor excepto con un cachorro de xoloitzcuintle que me lamía la mano, me levanté y lo seguí un par de horas hasta llegar a un lago con aguas transparentes donde un ajolote rosado de enormes dimensiones el cual me llevaría al otro lado, el perro se quedó en la orilla del lago. Fue un largo viaje en el lomo del ajolote hasta llegar a costa, caminé por un día completo y pude ver al señor del Mictlán, Mictlantecuhtli, y cuando me di cuenta ya había llegado al Mictlán, por fin entendí que morí y que mi alma ya estaba descansando, con mucha tristeza recordaba a Cuauhtémoc preguntándome donde estará y qué le ocurrirá...


Adaptación de texto: Kerena Sánchez
Créditos: Doctor Suavecito
Dibujo: Samuel Ortiz

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